Siendo estudiante de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Navarra en la ciudad de Pamplona, en España, asistí a unas jornadas sobre información ante el dolor que debatían sobre el deber ser –y no– del periodismo frente a situaciones de dolor y conflicto. Fue muy interesante observar los debates entre periodistas que iban y venían, donde algunos se rasgaban vestiduras mientras uno de los panelistas tan solo observaba en silencio. Entre planteamientos serios, egos y activismos se contrastaban ideas hasta que el hombre callado fue presentado: se trataba de un psiquiatra.

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El doctor dejaba entrever que lo que sucedía en el debate estaba lejos de la realidad cruda del comportamiento del individuo y explicó: existe un dolor icónico y un dolor real. El primero es ese que al ver algo nos conmueve por un momento pero no crea una acción comprometida profunda. Ejemplo: observas un drama, la muerte de un líder comunitario, no la compartes, incluso lo lamentas, pero tu vida continúa sin reparo. Pasas la página.

El segundo se trata de algo que nos afecta directamente y marca una huella, despertando una voluntad incondicional de ser parte de la solución. Ejemplo: tu hijo es diagnosticado con una enfermedad terminal y tú estás dispuesto incluso a entregar tus órganos para darle una oportunidad de vida.

¿Cómo asumimos el dolor en Colombia? No es extraño escuchar a personas que afirman que no quieren leer noticias porque se deprimen. ¿Qué tipo de persona prefiere evitar el drama de su comunidad? ¿Cuánta desidia o ignorancia posee el que delega el destino de su país a otros porque no quiere incomodarse con su realidad?
Una de las imágenes llamativas en un reciente viaje a la frontera de Gaza fue ver a padres llevando a sus hijos para ser testigos de las atrocidades de Hamás el 7 de octubre. Tocar la realidad convierte los hechos en nuestra propia experiencia, genera dolor consciente, cultiva la hermandad y promueve una solución unida.

Dirigiendo una redacción en 2015, el equipo de periodistas me buscó afectado, como todos, por el asesinato de colegas –y su significado para la libertad de prensa– por parte de Al-Qaeda a las oficinas de la revista Charlie Hebdo a raíz de la publicación de una fuerte caricatura sobre el profeta Muhammad. Existía entre ellos una identificación obvia desde la profesión con el hecho, que además había conmocionado al mundo. Querían ser parte de la indignación. Sin dudarlo, hicimos una edición especial. Pasaron unas semanas. Violaron a una pequeña en Medellín. Esta vez fui yo quien los invitó a mi oficina para una pregunta. Quería entender la lógica mental del grupo: ¿por qué no habían pedido el mismo despliegue por esta niña? La habitación conservó el silencio.

Difícil. El dolor y lo injusto no pueden ser temas de moda. La apatía frente a la historia y la realidad propia niega a la sociedad la posibilidad de un futuro íntegro.

¿Tiene derecho el ciudadano a ignorar a su país? No. Sin duda, ver ciertas realidades duele, drena la energía y frustra en países como Colombia. Pero darle la espalda y negar las obligaciones que se tienen hacia el otro entregando el destino a las circunstancias políticas y sociales de hoy es un error imperdonable con una nación que entre violencia y violencia sigue luchando por su lado noble. Esa energía, por el contrario, debería ser la fuerza para elegir ser parte de transformaciones.

Cada colombiano debe poner el dolor en el lugar correcto para que no destruya la esperanza, pero tener la solidaridad y el compromiso que dictan la decencia y la solidaridad que nos debemos como sociedad.

@MOrtizMEDIA

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¿Tiene derecho el ciudadano a ignorar a su país?

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26.04.2024

Siendo estudiante de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Navarra en la ciudad de Pamplona, en España, asistí a unas jornadas sobre información ante el dolor que debatían sobre el deber ser –y no– del periodismo frente a situaciones de dolor y conflicto. Fue muy interesante observar los debates entre periodistas que iban y venían, donde algunos se rasgaban vestiduras mientras uno de los panelistas tan solo observaba en silencio. Entre planteamientos serios, egos y activismos se contrastaban ideas hasta que el hombre callado fue presentado: se trataba de un psiquiatra.

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El doctor dejaba entrever que lo que sucedía en el debate estaba lejos de la realidad cruda del comportamiento del individuo y explicó: existe un dolor icónico y un dolor real. El primero es ese que al ver algo nos conmueve por un momento pero no crea una acción........

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