Asistí a la reunión de la red de migración de LACEA, la Asociación Latinoamericana de Economía, que juntó un grupo de expertos en el tema, incluidas personas que han gobernado, otras que observan con la lente de los derechos humanos, y académicos que han dedicado su vida a estudiar los efectos de las políticas de migración.

El académico Michael Clemens mostró que el cierre de fronteras no ha servido, en ninguna parte, para reducir el número de personas que cruza. Solo ha hecho más peligrosos los trayectos, poniendo en riesgo la vida y el bienestar de los que migran. También mostró que la ayuda internacional para “desarrollar” los países y reducir las intenciones de migrar tiene un efecto contrario al esperado: aumenta la proporción de personas que pueden juntar algo de plata para emprender el viaje. (Por supuesto, estas personas no están escapando de lugares llenos de oportunidades, a pesar de la ayuda internacional).

Juanita Goebertus, directora de Human Rights Watch para la región, mostró que el número de migrantes que intenta llegar al norte a través del Tapón del Darién, una de las rutas de migración más peligrosas del mundo, donde la gente queda a la merced de las bandas criminales que la manejan, aumenta en los momentos en que se endurece la política para detener el tránsito de migrantes entre México y los Estados Unidos –la exigencia reciente de visas a los venezolanos para entrar a México está asociada con un pico de migrantes en esa ruta–.

Vanessa Rubio contó cómo desde el gobierno de México, en 2014, tuvo que manejar el primer pico de menores no acompañados llegando de Centroamérica para reunirse con sus familias en los Estados Unidos. Chiquitos de 4, 5, 6 años de la mano del hermano grande de 10, 12, 14, abandonados en la ruta por los ‘coyotes’ o ‘polleros’ contratados para llevarlos por el camino. Dificilísimos de ayudar porque, siguiendo instrucciones, negaban su procedencia insistiendo ser mexicanos.

La conversación es desgarradora por donde se la mire. Países que no logran retener a su gente, porque no consiguen darles a todos la posibilidad de construir una buena vida. Países que cierran sus puertas, ciegos a la evidencia que habla de la ineficacia de sus medidas para contener el movimiento de personas y del costo económico autoinfligido por esas regulaciones. Cabezas y manos productivas que se desaprovechan. Vidas que se ponen en riesgo. Grupos criminales que hacen negocios con la desgracia ajena.

Colombia ha tenido una de las políticas de regularización más generosas en respuesta al éxodo venezolano de la última década. Por cuenta de ella, los venezolanos migrantes tienen acceso a los sistemas públicos de educación y salud, por ejemplo, y los adultos tienen permiso para trabajar legalmente, lo que les permite construir una nueva vida. La respuesta colombiana ha sido ejemplar. Esto se ha hecho bien. Pero eso es todo.

De una manera sorprendente, el país sigue cerrado a la llegada de extranjeros. A la esposa china de un colega, un funcionario le canceló arbitrariamente su estatus migratorio y la dejó sin admisión al país a su llegada al aeropuerto El Dorado. Este debe ser un caso entre miles. Y oigo que conseguir una visa de inversionista es prácticamente imposible, lo mismo que obtener la ciudadanía. Ni siquiera existe una guía de preguntas que permita preparar el examen que se debe pasar para obtenerla. Escribo con la rabia de enterarme de que por segunda vez fue rechazada la solicitud de ciudadanía de Michael Weintraub, profesor universitario estudioso del conflicto y la violencia, dedicado a entender y aportarle al país donde vive hace años con su familia colombiana.

Hay un pedazo que se nos escapa –en Colombia y en todas partes– por cuenta del tribalismo, el nacionalismo, el patrioterismo. Y todos perdemos.

MARCELA MELÉNDEZ ARJONA

(Lea todas las columnas de Marcela Meléndez en EL TIEMPO aquí)

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26.03.2024
Asistí a la reunión de la red de migración de LACEA, la Asociación Latinoamericana de Economía, que juntó un grupo de expertos en el tema, incluidas personas que han gobernado, otras que observan con la lente de los derechos humanos, y académicos que han dedicado su vida a estudiar los efectos de las políticas de migración.

El académico Michael Clemens mostró que el cierre de fronteras no ha servido, en ninguna parte, para reducir el número de personas que cruza. Solo ha hecho más peligrosos los trayectos, poniendo en riesgo la vida y el bienestar de los que migran. También mostró que la ayuda internacional para “desarrollar” los países y reducir las intenciones de migrar tiene un efecto contrario al esperado: aumenta la proporción de personas que pueden juntar algo de plata para emprender el viaje. (Por supuesto, estas personas no están escapando de lugares llenos de oportunidades, a pesar de la ayuda internacional).

Juanita Goebertus, directora de........

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