De las secuelas de la pandemia, una que me preocupa mucho es la transformación de la forma en que se trabaja. Es cierto que descubrimos nuevas tecnologías que hacen posible el trabajo en línea y en algunas dimensiones nos hacen más eficientes. No tenemos que emprender horas de viaje para asistir a una reunión, por ejemplo. Y en las grandes ciudades donde el tráfico es un problema, la reunión por medio de alguna plataforma en línea ahorra años de vida y tiene la virtud de que la gente llega a tiempo, y los horarios planeados se cumplen. Poder trabajar desde la casa es práctico para quienes viven lejos de sus lugares de trabajo y se ahorran con eso largos trayectos, y para las personas que tienen hijos menores de edad u otros a quienes deben cuidar, a los que pueden atender mejor bajo el nuevo arreglo. También es práctica la flexibilidad que se posibilita. Tengo colegas que modifican sus horarios comenzando muy temprano en la mañana cuando están en la casa y otros que viajan a lugares preciosos donde pueden disfrutar de un cambio de ambiente sin interrumpir el trabajo. Todas estas son cosas buenas. Pero no tengo claro que las ventajas de esta nueva forma de trabajar superen las desventajas.

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La contracara es un mundo donde desaparecen la charla informal en el corredor, la posibilidad de tomarse un café con el vecino de oficina y todos los espacios informales donde suelen generarse discusiones geniales y las mejores ideas. Un mundo donde uno se conoce cada vez menos con los colegas a nivel personal y se hace más difícil construir amistades en el espacio laboral. Donde los jóvenes que completan estudios y salen al mundo nuevo del trabajo navegan con poca mentoría y en soledad. Donde la gente trabaja en pijama, sin arreglarse, porque para qué, y entonces uno tiene a veces reuniones de trabajo con personas a las que no ve.

Poco a poco el trabajo, esa actividad a la que la mayoría de las personas le dedicamos ocho o más horas cada día, va siendo relegado a un lugar marginal, mientras la vida se arma en otros espacios. Me cuesta aceptar el mundo de las oficinas vacías, los cubículos despersonalizados, y las comunicaciones en línea. Me cuesta aceptar que las interacciones en persona en el trabajo pasen a segundo plano y no sean concebidas como parte esencial del trabajo mismo y una fuente de productividad y alegría. Claro, hay interacciones desafortunadas. Pero, en general, encontrarse en la vida laboral con otros que comparten un mismo propósito es genial.

Dos años después de la pandemia pareciera que no hay marcha atrás. Pero creo que nos estamos equivocando. Seguramente hay un lugar intermedio, distinto a este, donde el trabajo presencial puede volver a ser la regla y se reconozca la importancia del contacto más cercano con otros, también en el trabajo, sin que se pierdan la flexibilidad y la posibilidad de ahorrar viajes innecesarios. Con la pandemia esto se nos olvidó. La vida durante la pandemia fue una cosa muy rara, y me parece que aún no vemos en su totalidad las consecuencias de la forma en que la vivimos.

Es posible que sea una limitación mía no valorar más las ventajas de esta nueva forma de vida en el trabajo.

Mi excusa es la nostalgia por espacios compartidos con otros, que atesoro. Reuniones fantásticas que tuvimos, por ejemplo, en el proceso de construcción de los capítulos de la Misión de Equidad y Movilidad Social, aún ahora uno de mis proyectos más queridos, que nos marcaron para siempre a muchos de los que participamos. Discusiones inolvidables en momentos de descanso con los más jóvenes del equipo sobre temas difíciles como identidad de género, política y religión, que dieron lugar a amistades profesionales que han perdurado a lo largo de la vida. Tantos proyectos pensados alrededor de un café o una copa de vino.

El trabajo también es eso. Lo echo de menos.

QOSHE - El trabajo virtual - Marcela Meléndez
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El trabajo virtual

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09.04.2024
De las secuelas de la pandemia, una que me preocupa mucho es la transformación de la forma en que se trabaja. Es cierto que descubrimos nuevas tecnologías que hacen posible el trabajo en línea y en algunas dimensiones nos hacen más eficientes. No tenemos que emprender horas de viaje para asistir a una reunión, por ejemplo. Y en las grandes ciudades donde el tráfico es un problema, la reunión por medio de alguna plataforma en línea ahorra años de vida y tiene la virtud de que la gente llega a tiempo, y los horarios planeados se cumplen. Poder trabajar desde la casa es práctico para quienes viven lejos de sus lugares de trabajo y se ahorran con eso largos trayectos, y para las personas que tienen hijos menores de edad u otros a quienes deben cuidar, a los que pueden atender mejor bajo el nuevo arreglo. También es práctica la flexibilidad que se posibilita. Tengo colegas que modifican sus horarios comenzando muy temprano en la mañana cuando están en la casa y otros que........

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