Hasta ahora, frente a la propuesta de Petro de echar a andar una asamblea constituyente, hay dos teorías igualmente válidas. La de que se trata de una cortina de humo para poner a hablar al país de un tema lo suficientemente espeso como para evitar que la gente vea lo importante. Como escándalos familiares, enredos de corrupción, violación de topes electorales, nombramiento de funcionarios incompetentes y, en general, los resultados de un pésimo gobierno.

La otra teoría es que, tratándose de Petro, así como es maestro en cortinas de humo, es un populista lo suficientemente hábil como para echar mano de lo que necesite, si su propósito seriamente es reemplazar la Constitución del 91 por una que sirva mejor a los propósitos del petrismo, como para garantizar que en el 2026 su gobierno será sucedido por otro de corte “progresista” que se ajuste a sus ideas cósmicas.

Qué debe hacer entonces el ciudadano: ¿no tomarse el asunto en serio, u otorgarle toda la seriedad que, por su gravedad, merece? Quienes opten por la primera tesis, que incluye que Petro no tiene las mayorías en el Congreso ni tampoco entre la opinión pública, “su pueblo”, pues están en todo su derecho. Es un mandatario que dice mentiras todos los días y las tapa con otras. Como las innumerables veces que dijo en campaña que él no iba a hacer constituyentes, que lo tenían desesperado con la pregunta. Y miren en lo que vamos. Primero, en un discurso en Cali, por ejemplo, juntó el tema de la reforma con que a María José Pizarro no la dejan ser vicepresidenta de la mesa directiva del Senado y que han obligado a renunciar a funcionarios diplomáticos (sus bodegueros) que no cumplían los requisitos. Admitió que si acaso había cambiado de idea era para completar el trámite de sus reformas en el Congreso. Pero a los dos días le estaba aclarando a Andrés Mompotes, en EL TIEMPO, que la constituyente no era para sacar adelante sus reformas ni para reelegirse; ni siquiera para reemplazar la Constitución del 91, sino para implementar el actual acuerdo de paz (que, según el propio expresidente Santos, no necesita reformas constitucionales porque lo necesario para ello ya existe y está a la mano). También dijo Petro que la Constitución del 91 no se ha aplicado y que desde su aprobación nos ha gobernado un régimen paramilitar.

Quienes, en cambio, resuelvan tomarse seriamente sus propósitos reformistas, también tienen todo el derecho. A estos voy a plantearles los dos caminos que Petro puede tener pensados.

Si resuelve hacerla por los caminos institucionales, tendrá que presentar un proyecto de ley ante el Congreso pidiéndole que convoque al pueblo para consultarle acerca de la constituyente, pero para eso requiere de mayorías de las que hoy carece, pues no ha logrado que alguna de sus reformas inicie seriamente un debate. Sus correspondientes ministros andan furiosos, pero impotentes. También intervendrá la revisión automática de la Corte a dicha ley, que, como no propondrá una reforma constitucional sino una constituyente, que no tendrá límites temáticos, la Corte está limitada a una revisión de asuntos de forma.

Pero existe un camino antiinstitucional. Reemplazar el fervor y el hecho político que cumplieron los jóvenes que impulsaron la 7.ª papeleta con los cabildos abiertos y las mingas indígenas. Y si ve que no tiene las mayorías en el Congreso, pues saltárselo o disolverlo, por ejemplo, al amparo de una conmoción interior, imitando a su antecesor César Gaviria, que lo hizo utilizando facultades por la declaratoria del estado de sitio. Y con la Constitucional puede llegar a no tener problema. En mayo reemplazará a la magistrada Cristina Pardo, a quien él nominará. El año entrante se cambian dos magistrados más, ternados por la Corte Suprema y el Consejo de Estado. ¿Quién quita que su poder de manipulación llegue, y lo digo respetuosamente porque magistrados y consejeros probos los hay por montones, pero de los otros también, y de un día para otro la Corte quede con mayorías, con un magistrado que ya abiertamente tiene de su lado y dos más que soterradamente lo apoyan?

Como ven, que a mediados del año entrante esté comenzando formalmente el proceso de una constituyente puede ser una pesadilla, pero no es imposible. Salvo que el país ahora estará dividido entre quienes creen que esa constituyente jamás será realidad y los que están convencidos de que tenemos que tener los ojos muy abiertos, no vaya y sea que los hechos nos arrollen sin estrategia defensiva a la mano. Por eso me gusta tanto que el exvicepresidente Vargas Lleras haya salido con su mensaje de que la pelea es peleando, aunque habrá quienes lo acusen de que también está echando un globo, porque lo más probable es que constituyente no haya. Pero…

MARÍA ISABEL RUEDA

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¿Globo o posibilidad?

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24.03.2024
Hasta ahora, frente a la propuesta de Petro de echar a andar una asamblea constituyente, hay dos teorías igualmente válidas. La de que se trata de una cortina de humo para poner a hablar al país de un tema lo suficientemente espeso como para evitar que la gente vea lo importante. Como escándalos familiares, enredos de corrupción, violación de topes electorales, nombramiento de funcionarios incompetentes y, en general, los resultados de un pésimo gobierno.

La otra teoría es que, tratándose de Petro, así como es maestro en cortinas de humo, es un populista lo suficientemente hábil como para echar mano de lo que necesite, si su propósito seriamente es reemplazar la Constitución del 91 por una que sirva mejor a los propósitos del petrismo, como para garantizar que en el 2026 su gobierno será sucedido por otro de corte “progresista” que se ajuste a sus ideas cósmicas.

Qué debe hacer entonces el ciudadano: ¿no tomarse el asunto en serio, u otorgarle toda la seriedad que, por su gravedad, merece? Quienes opten por la primera tesis, que incluye que Petro no tiene las mayorías en el Congreso ni tampoco entre la opinión pública, “su pueblo”, pues están en todo su derecho. Es un........

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