Apreciado señor Francisco Palmieri:

Le escribo esta carta llena de impotencia. He decidido hacer pública la misiva porque tengo la esperanza que a mi llamado se sumen otras embajadas.

(También le puede interesar: Mamás heroínas y corazones rotos)

Los hechos ocurridos el fin de semana en Medellín ni son nuevos ni son los más ‘brutales’ en el tema de explotación sexual. Simplemente es un episodio abominable que contó con la suerte de volverse mediático.

¿Sabe usted cuántas niñas, cada noche, en muchas ciudades turísticas del Colombia pasan por lo mismo? Centenares. Algunas con marcas emocionales y físicas irreparables. Sus ‘clientes’, a quienes auspiciamos con el rótulo de “turismo sexual”, no se miden en las atrocidades que cometen no solo con las niñas, niños y adolescentes, sino también con mujeres adultas, a quienes someten y humillan por la mísera paga que les dan. Explotación sexual en toda la extensión del término.

Es frustrante. Lo digo porque justamente para este tiempo, en el año 2012, hace poco más de una década, tras recibir el Premio Mujer de Coraje que me otorgó el Departamento de Estado de su país, tomé la decisión de empezar a documentar la explotación sexual de niñas, alentada por la señora Hillary Clinton.

En nuestra charla en Washington con ella y con la señora Michelle Obama tocamos el tema de la situación de las menores de edad que, en medio de la confrontación armada, eran sometidas por las estructuras criminales y terminaban en redes internas u organizaciones transnacionales de trata de personas.

Así llegué ese año a Medellín y me encontré con la tragedia de decenas de niñas entre los 10 y 14 años, traficadas en su propia ciudad, en las minas legales e ilegales de oro del nordeste antioqueño y en otros centros urbanos como Cartagena o Cali.

Estuve muchas veces con ellas en la calle, acompañada de un verdadero ángel, la sargento de la Policía Maritza Jaramillo, y del equipo de EL TIEMPO que me ayudó a documentar, durante ocho meses, las historias trágicas de estas niñas. Lo continuamos haciendo los siguientes años y lo seguimos haciendo hoy de la mano de la campaña No Es Hora De Callar.

Cada testimonio, en ese 2012 y luego en el 2013, cuando me lancé a hacer la denuncia pública desde el Museo de Antioquia, es una puñalada que atraviesa el alma porque tiene la carga del dolor anónimo e impune. Recuerdo que un funcionario de la época, ante mi angustioso llamado, me dijo que a “esas puticas les gusta pararse en las esquinas”.

Esa fue la primera pregunta que les trasladé a las niñas cuando nos reencontramos. ¿Les gusta pararse en el parque Berrío?

Su respuesta fue demoledora: ¿A qué niña le gusta pararse en una esquina para luego mamárselo a siete viejos diferentes y asquerosos?

No me escandalicé por el talante de la palabra. Me sigue causando escozor pensar en ese “viejo asqueroso” porque, lamentablemente, un buen número de ellos son ciudadanos estadounidenses, como Timothy Alan Livingston.

Hombres que entran a Colombia con vestido de turistas, pagan por sexo y explotan y agreden a las niñas que están inmersas como víctimas en las redes criminales.

Por eso le escribo estas líneas. Porque sé de su compromiso con los temas de género y de derechos humanos, y porque esta no es una responsabilidad exclusiva de los gobernantes y autoridades colombianas. En este mercado sádico también hay ciudadanos israelíes, franceses, italianos y de otras nacionalidades.

Cada caso duele, pero duele aún más la falta de medidas efectivas, de todo tipo, empezando por atacar la demanda y a los corruptos empresarios que patrocinan este crimen.

Por eso le hago este llamado. Como Global Champion para la prevención de la violencia sexual de la ONU no puedo silenciarme y abogo para que cuanto antes tengamos una reunión con los alcaldes de Cartagena, Medellín y las ciudades afectadas por este flagelo.

La acción conjunta es la que nos permitirá tener menos niñas vulneradas. Ellas no quieren pararse en las esquinas. Alguien las obliga y tenemos que actuar con urgencia.

QOSHE - Un llamado a Estados Unidos - Jineth Bedoya Lima
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Un llamado a Estados Unidos

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04.04.2024
Apreciado señor Francisco Palmieri:

Le escribo esta carta llena de impotencia. He decidido hacer pública la misiva porque tengo la esperanza que a mi llamado se sumen otras embajadas.

(También le puede interesar: Mamás heroínas y corazones rotos)

Los hechos ocurridos el fin de semana en Medellín ni son nuevos ni son los más ‘brutales’ en el tema de explotación sexual. Simplemente es un episodio abominable que contó con la suerte de volverse mediático.

¿Sabe usted cuántas niñas, cada noche, en muchas ciudades turísticas del Colombia pasan por lo mismo? Centenares. Algunas con marcas emocionales y físicas irreparables. Sus ‘clientes’, a quienes auspiciamos con el rótulo de “turismo sexual”, no se miden en las atrocidades que cometen no solo con las niñas, niños y adolescentes, sino también con mujeres adultas, a quienes someten y humillan por la mísera paga que les dan. Explotación sexual en toda la extensión del término.

Es frustrante. Lo digo porque justamente........

© El Tiempo


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