¿Quién me llorará? Una hora, un día, una semana después de mi muerte, ¿quién me llorará?

(También le puede interesar: Gracias a las mujeres que comunican)

¿Qué tanto bien o mal habré hecho para ser recordada?

Este era el inicio del capítulo de uno de mis libros. Aún sin terminarlo te lo envié para tener tu opinión y, sin titubear, inmediatamente me llamaste y con el tono de voz un poco más alta de lo normal, que en ti eso es impensable, me dijiste que no hablara más de la muerte porque era tan injusta como su misma existencia y su inexplicable entorno.

Ya habíamos vivido esa palabra de cerca, en mayo de 1999, cuando me hicieron el atentado, luego de terminar una jornada laboral en El Espectador.

Meses después, tras el acoso y el miedo, en una solución desesperada de emergencia, Jorgito Cardona y tú me montaron en un avión rumbo a Orlando, para conocer a Mickey Mouse. Paradójica combinación de la vida y esa palabra que detestamos: la muerte.

Te fuiste de El Espectador y años más tarde, en una decisión que hoy sigo agradeciendo porque trazó gran parte de mi futuro hasta hoy, me invitaste a trabajar en EL TIEMPO.

En medio del viaje me escribiste un e-mail recordándome que uno se muere el día que le toca y no antes.

Y nos volvimos a encontrar con la palabra aquella, en el 2003. Fue un año caótico y difícil. Regresaron las amenazas y la advertencia del entonces director de la Policía Nacional, general Teodoro Campo, sobre la urgencia de salir del país porque, básicamente, en cualquier momento me iban a matar.

Tú, como editor general y responsable directo de los periodistas, nos convocaste a una reunión urgente a Rafael Santos, Enrique Santos (quienes eran los codirectores de EL TIEMPO) y a mí.

Enrique dijo que la solución era que yo empezara a cubrir deportes y me alejara de la guerra, y tú me lo confesaste años después. Viste tanto terror en mi cara ante la orden, entendiendo que lo único que sabía ser era una reportera de conflicto armado, que nuevamente, sin vacilar, me cediste la silla de tu vuelo, que partía en 24 horas, literalmente, a la Patagonia chilena.

Por segunda vez me subí a un avión con la horrible sensación del no retorno y la angustia de la incertidumbre.

En medio del viaje me escribiste un e-mail recordándome que uno se muere el día que le toca y no antes, bajo ninguna circunstancia, y que a mí todavía no me tocaba. Me lo tomé a pecho y pensé que debía regresar con algo preciado para ti tras ese agridulce recorrido.

Entonces llegó mi oportunidad, y al abrirse el tradicional concurso de karaoke que el capitán del barco en el que iba, siempre ponía en marcha la penúltima noche del recorrido, yo me lancé a participar.

El premio para el ganador: una botella de gran reserva de Cabernet Sauvignon.
Semanas después regresé a la redacción con tu botella, acompañada con la introducción de viva voz, de la canción que me dio el triunfo. Por ahora sigue siendo una anécdota entre los dos y otros amigos más.

Ese eres tú, querido Rodrigo Pardo García-Peña. Un hombre listo para ayudar, para escuchar, para sostener y entregar amor y sabiduría. De esos caballeros en la dimensión explícita de esa palabra, que afortunadamente hay en el mundo.

Así como 22 años atrás pensé en ese barco cómo decirte gracias por lanzarme un salvavidas, desde el lunes he pensado cómo decirte “hasta pronto, amigo”, porque no es fácil enfrentar a la palabreja esa cuando se materializa.

Ya han dicho mucho de ti estos días. De tu Millonarios, y tu don de gentes, de tu inmensa generosidad, sencillez y humildad. De tu corazón enamorado de la vida y del amor. Por eso estas líneas también son para Margarita, tu novia ideal.

Gracias por ser el presidente de mi club de fans (tal vez eres solo tú y un par más), porque te autoproclamaste y me hiciste dibujar una sonrisa en el rostro, en medio de la tempestad.

Gracias por ser único y auténtico. Por preguntarme por mi conclusión de las películas, luego de cruzarnos en el cine y por todo lo que les dejas a este país y al periodismo.
Brindo por tu vida con ese Cabernet del 2003 y te veo pronto, amigo querido.

JINETH BEDOYA LIMA

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Hasta pronto, querido Rodrigo

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22.02.2024

¿Quién me llorará? Una hora, un día, una semana después de mi muerte, ¿quién me llorará?

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¿Qué tanto bien o mal habré hecho para ser recordada?

Este era el inicio del capítulo de uno de mis libros. Aún sin terminarlo te lo envié para tener tu opinión y, sin titubear, inmediatamente me llamaste y con el tono de voz un poco más alta de lo normal, que en ti eso es impensable, me dijiste que no hablara más de la muerte porque era tan injusta como su misma existencia y su inexplicable entorno.

Ya habíamos vivido esa palabra de cerca, en mayo de 1999, cuando me hicieron el atentado, luego de terminar una jornada laboral en El Espectador.

Meses después, tras el acoso y el miedo, en una solución desesperada de emergencia, Jorgito Cardona y tú me montaron en un avión rumbo a Orlando, para conocer a Mickey Mouse. Paradójica combinación de la vida y esa palabra que detestamos: la muerte.

Te fuiste de El Espectador y años más tarde, en una decisión........

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