“Te confieso que he llegado varios días del trabajo con ganas de llorar en vez de estar feliz con lo que hago”. La frase es de Lina, una responsable e inteligente ingeniera industrial de la Universidad de La Sabana que lamenta lo que está pasando hoy con su vida laboral.

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El suyo parecía un trabajo ideal: es en una multinacional, que le paga el salario integral en Colombia (equivalente a 15 salarios mínimos al mes) y cuenta con una responsabilidad importante en un área de impacto y futuro como lo es la seguridad digital.

Todo, sin embargo, se fue al trastre en cuestión de meses. “A mí me ha ido bien —advierte en una conversación en WhatsApp—. Y estoy bien parada allá, pero me siento asfixiada. A veces quiero tirar todo al carajo y hacer otras cosas. Siento que me estoy quemando”.

El deseo de crecer profesionalmente a costa de todo es una ambición ciega. Todos hacemos sacrificios para conseguir lo que queremos, pero hay límites que no deberíamos cruzar. Esta idea no es un paradigma, pues cada quien se inmola a su manera. Los futbolistas suramericanos, por ejemplo, tienen que despedirse de sus familias y de sus países a muy temprana edad para buscar la gloria. Messi se fue a los 12 años de Argentina para probar suerte en Barcelona. Dejó todo y al menos él consiguió lo que quería.

La situación de Lina es más aterrizada. Lo normal es quedarse sin conseguir la trascendencia que uno desea. ¿Qué estamos dispuestos a hacer por un trabajo o por un ascenso? Le digo a Lina, mi amiga, que cada quien debe responderse muy bien esta pregunta, que no está bien trabajar 15 o más horas diarias de lunes a domingo, sin descanso, sin respiro, sin tiempo siquiera para almorzar. Que si fuera esto algo excepcional lo entendería, pero no cuando este ritmo de trabajo se ha normalizado. “Mira —responde ella—, hace como 15 días tenía un examen, un viernes en la tarde, y había pedido permiso, ni siquiera me volé. ¿Y tú crees? Yo estaba en la clínica y mi jefe me llamó a una reunión, a la que me tocó unirme en el celular. Llegué a mi casa y en el taxi seguía ya en otra reunión. Llegué a la casa y me puse a llorar. Y la semana pasada igual, otra vez dije que tenía una cita médica y estaba saliendo y me dijeron que me uniera a otro tema y yo llorando… En serio, esto es horrible”.

Un caso puntual que ella sufrió hizo que me prometiera escribir esta columna. Lina, quien tiene 40 años y ha trabajado toda su vida, estaba pendiente hace meses de una cirugía para su mamá, que vive en otra ciudad muy lejos de Bogotá. Y se la hicieron sin que nadie de su familia le avisara. Pero ¿cómo pudo pasar esto? “Mi familia me dijo que no me había avisado porque yo me iba para allá a estar con mi mamá y eso afectaba mi trabajo. Así me verán de llevada que no me contaron… Donde a mi mamá le hubiera pasado algo no me lo hubiera perdonado nunca”, lamenta.

Es muy fácil juzgar desde afuera. No es el fútbol ni el ciclismo el deporte nacional, lo es criticar. No faltará quien diga que se aguanta lo que sea si se gana 15 millones de pesos al mes. O que Lina se queja más de la cuenta o que un cargo de estos exige tal presión y dedicación. Un trabajo formal, un buen trabajo, es un tesoro en Colombia. A millones de personas en este país les toca aguantar cosas peores en sus trabajos y con peores salarios, así que, siguiendo esa lógica básica y absurda, algunos dirán que Lina debería estar más bien feliz con lo que le toca. No importa que no descanse y que su paz y su vida social se hayan esfumado. Ese, empero, es el error de nuestros tiempos: aceptar lo inaceptable.

La empresa donde trabaja Lina cerró el primer semestre de 2023 con pérdidas de $ 143.418 millones, aunque los ingresos de enero a junio repuntaron en $ 1,46 billones, es decir, una variación de casi 45 % para el mismo periodo de 2022. La multinacional anunció que, en su plan de reducción de costos, recortará el 3 % de su fuerza laboral en todo el mundo, unos 2.700 empleados. Son números, no personas. A veces pienso, muy injustamente, que estaría bien que Lina se fuera de allí. Antes se notaba más feliz. No hay dinero que valga la pena si se consigue a costa de nuestra salud física y mental.

JAVIER BORDA DÍAZ
En X: @javieraborda

(Lea todas las columnas de Javier Borda Díaz en EL TIEMPO, aquí)

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La vida o el trabajo

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14.12.2023

“Te confieso que he llegado varios días del trabajo con ganas de llorar en vez de estar feliz con lo que hago”. La frase es de Lina, una responsable e inteligente ingeniera industrial de la Universidad de La Sabana que lamenta lo que está pasando hoy con su vida laboral.

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El suyo parecía un trabajo ideal: es en una multinacional, que le paga el salario integral en Colombia (equivalente a 15 salarios mínimos al mes) y cuenta con una responsabilidad importante en un área de impacto y futuro como lo es la seguridad digital.

Todo, sin embargo, se fue al trastre en cuestión de meses. “A mí me ha ido bien —advierte en una conversación en WhatsApp—. Y estoy bien parada allá, pero me siento asfixiada. A veces quiero tirar todo al carajo y hacer otras cosas. Siento que me estoy quemando”.

El deseo de crecer profesionalmente a costa de todo es una ambición ciega. Todos hacemos sacrificios para conseguir lo que queremos, pero hay límites que no deberíamos cruzar. Esta idea no es un paradigma, pues cada quien........

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