Nuestra cultura tropical es muy dada a darle culto al yo. ¡Cómo nos gusta que nos condecoren! ¿Verdad? Cuántos llamados héroes no han sido más que villanos. Claro que sí, la historia la cuentan los vencedores, sí, y ¡a qué precio! Cuando conozco la conducta de los llamados próceres e ideólogos de causas sociales, constato la inmoralidad de su vida personal.

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Muchos de ellos han sido sucios en su vida familiar y laboral y, sin embargo, les levantamos esculturas pedestres y ecuestres. ¡Qué mentira! Por favor, ¿ese es el tipo de prohombres que les enseñamos a las nuevas generaciones? Díganme, ¿qué paradigmas son esos? Excúsenme, por eso estamos como estamos.

Yo solo admiro la vida coherente, incluso la que no esté dentro de los parámetros de mi visión ética. No admiro títulos ni pergaminos, admiro la conducta humana. Una persona coherente merece el más profundo respeto. Tenemos salones y galerías que exaltan la vida de tantos hidalgos –¿sí lo han sido en su conducta?–. Obras son amores y no buenas razones. Esas condecoraciones creadas por gobiernos, gremios e instituciones están marcadas por intereses mezquinos que hasta en forma cínica se buscan para darle culto a la personalidad. ¡Cuánta mentira hay en todo eso!

El que trabaja en silencio es el que merece mi admiración. Me viene a la memoria esta historieta:

Iba un señor con su hijo por una vía y por allá de fondo se escuchaba una carreta que hacía un fastidioso ruido. El padre le dijo al chico: “Debe ir vacía”. ¿Por qué sabe papá que va vacía? Hijo, porque si fuera llena no haría ningún ruido, pasaría desapercibida. ¡Qué lección! ¿Verdad? El que mucho dice poco hace.

Esas condecoraciones creadas por gobiernos, gremios e instituciones están marcadas por intereses mezquinos que hasta en forma cínica se buscan para darle culto a la personalidad.

Infortunadamente, el amarillismo campea en la noticia. Claro, el lector está harto de coprofilia. Pero hay que alimentar esa suciedad. Hay que ver cómo se insulta en las redes sociales. Excúsenme, soy poco dado a leer tales porquerías; sigo aquel refrán: ojos que no ven, corazón que no siente. Hoy la gente es tan atrevida que ha llegado a la desfachatez y no pasa nada.

Vaya usted a los países de cultura musulmana y atrévase a escribir grafitis y lemas injuriosos, a ver qué le pasa. Este libertinaje nos está llevando a cometer los más absurdos atropellos. Nos gusta y lo interpretamos a nuestro acomodo una palabra del escudo nacional: LIBERTAD. Sí, opacamos la otra, ORDEN. Sí, el orden es para los otros. ¡Qué olímpico!, ¿no? Lo angosto para usted, y lo ancho para mí.

Volvamos al título de la columna: nos gustan los aplausos y las exaltaciones. Ordinariamente, quien mucho ruido hace pocas nueces lleva. Qué bueno sería que las condecoraciones vinieran sin que nosotros las buscásemos. ¡Eso sí será meritorio! Además, ¡cuidado! No sea que usted sea exaltado por los hombres y al final de su vida no sea exaltado por Dios.

El culto al yo se da fundamentalmente en las personas que tienen poder político, económico, académico y social e incluso religioso. Hombre: ¿quién te crees si eres más frágil que el pétalo de una rosa? El gran sicoanalista Sigmund Freud afirmaba, no sin razón, que el mayor impulso del hombre es la libido y, no cabe duda, tenía mucha razón; sin embargo, su contemporáneo Alfred Adler, médico y sicoterapeuta austríaco, afirmaba que el mayor impulso del hombre es el poder. ¡Qué pena! Me quedo con Adler.

Por la conquista del poder, el hombre engaña hasta a la mamá. Siendo el ser humano la criatura más grande de la creación, a la par, ¡qué paradoja!, es lo más sucio de esta. ¡Oh, hombre, eres ángel y eres bestia! ¡Qué tristeza, eres más bestia que ángel! Se afirma que en política no hay amigos, hay intereses. ¡Cuánta traición hay en el poder!

FROILÁN CASAS
* Obispo emérito de Neiva

(Lea todas las columnas de Froilán Casas en EL TIEMPO, aquí)

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Culto a la personalidad

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08.12.2023

Nuestra cultura tropical es muy dada a darle culto al yo. ¡Cómo nos gusta que nos condecoren! ¿Verdad? Cuántos llamados héroes no han sido más que villanos. Claro que sí, la historia la cuentan los vencedores, sí, y ¡a qué precio! Cuando conozco la conducta de los llamados próceres e ideólogos de causas sociales, constato la inmoralidad de su vida personal.

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Muchos de ellos han sido sucios en su vida familiar y laboral y, sin embargo, les levantamos esculturas pedestres y ecuestres. ¡Qué mentira! Por favor, ¿ese es el tipo de prohombres que les enseñamos a las nuevas generaciones? Díganme, ¿qué paradigmas son esos? Excúsenme, por eso estamos como estamos.

Yo solo admiro la vida coherente, incluso la que no esté dentro de los parámetros de mi visión ética. No admiro títulos ni pergaminos, admiro la conducta humana. Una persona coherente merece el más profundo respeto. Tenemos salones y galerías que exaltan la vida de........

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