Dentro de mi biblioteca he encontrado un libro leído hace una decena de años y que, además, me sirvió para escribir esta columna. Se denomina: Por qué fracasan los países, de los profesores Daron Acemoglu, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y James A. Robinson, politólogo de la Universidad de Harvard. Ellos nos presentan las causas por las que hay países pobres. Definitivamente la pobreza es una decisión, no es un hecho que viene como fruto del acaso o de la fatalidad. Los países pobres han decidido ser pobres.

(También le puede interesar: Culto a la personalidad)

La pobreza no está meramente en el hecho sociológico de la miseria. Hay algo más profundo. El problema está en el “disco duro”, en la mentalidad. Veamos un ejemplo –nos lo presenta el libro en mención–, dos ciudades limítrofes, pegada la una a la otra. Se trata de Nogales (Arizona, Estados Unidos de América) y la otra, Nogales (Sonora, Estados Unidos Mexicanos).

Son dos ciudades completamente distintas. Están ubicadas en el mismo territorio geográfico: la una rica y la otra, totalmente pobre. En una y otra habitan seres humanos, hablan idiomas distintos, pero esto no es lo que hace la diferencia. La diferencia está en la mentalidad.

La pobreza no está meramente en el hecho sociológico de la miseria. Hay algo más profundo. El problema está en el “disco duro”, en la mentalidad.

Con frecuencia, por no decir siempre, los países pobres tienen una enorme riqueza de recursos naturales y, sin embargo, son pobres. Hay países como Finlandia, que tiene una de las economías más sólidas del mundo y no es un país rico en recursos naturales, ubicada casi en el polo norte, tiene el índice de educación más alto del mundo y el aprovechamiento de la riqueza natural es enorme. Es uno de los países con casi cero corrupción.

En los países pobres se roban hasta un hueco. La avidez por el dinero es insaciable y todos quieren ganar el máximo con el mínimo de exigencias. El dinero del Estado, que pagamos los contribuyentes que trabajamos, es buscado con paroxismo, y la cultura del robo cada día va haciendo carrera. Y, lo más grave, se va volviendo “normal”. El colectivo cultural nuestro es: el vivo vive del bobo. ¡Qué horror!

La cultura del trabajo es el lugar común de los países desarrollados. La democracia participativa, con alta educación política, es su carta de presentación. Allí no se eligen los gobernantes por colores o retórica política, sino por los programas y resultados que den a su gestión. Allí no se casan con un partido, se casan con un programa. Allí, los gobernantes no tienen sueldos exorbitantes sino acordes con la realidad socioeconómica del país. Allí, el alto Gobierno y los legisladores no andan en autos lujosos y no hacen ruido con las escoltas. Allí, los parlamentarios se dedican a legislar, no a buscar puestos para sus electores; de esta manera son críticos de la gestión de la Rama Ejecutiva, allí sí hay control político y con autoridad moral; los jueces juzgan, no legislan.

Las ramas del poder público están coordinadas, pero, a su vez, son independientes. Allí, los sindicatos ofrecen; aquí piden. Allí no se presentan casi huelgas, basta el Código Sustantivo del Trabajo. Allí, a los trabajadores no los defienden los sindicatos, los defiende la ley. La ley no reivindica derechos, exige su cumplimiento. Allí existe una ley antimonopolios que se cumple y los funcionarios públicos no son venales, por eso alcanzan los presupuestos para atender un excelente servicio de salud y una óptima educación. Allí, las vías son excelentes, no están llenas de cráteres.

Los impuestos se ven, no se van solo en funcionamiento, en burocracia devoradora para satisfacer el hambre atrasada de electores y elegidos. Aquí: ¡qué desgreño presupuestal! Y cada gobierno con la eterna fórmula de reforma tributaria. ¡Ah, si combatiéramos la corrupción!, habría dinero para todo. Un cambio de mentalidad nos saca del subdesarrollo.

FROILÁN CASAS
* Obispo emérito de Neiva

(Lea todas las columnas de Froilán Casas en EL TIEMPO, aquí)

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¿Por qué fracasan los países?

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29.12.2023

Dentro de mi biblioteca he encontrado un libro leído hace una decena de años y que, además, me sirvió para escribir esta columna. Se denomina: Por qué fracasan los países, de los profesores Daron Acemoglu, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y James A. Robinson, politólogo de la Universidad de Harvard. Ellos nos presentan las causas por las que hay países pobres. Definitivamente la pobreza es una decisión, no es un hecho que viene como fruto del acaso o de la fatalidad. Los países pobres han decidido ser pobres.

(También le puede interesar: Culto a la personalidad)

La pobreza no está meramente en el hecho sociológico de la miseria. Hay algo más profundo. El problema está en el “disco duro”, en la mentalidad. Veamos un ejemplo –nos lo presenta el libro en mención–, dos ciudades limítrofes, pegada la una a la otra. Se trata de Nogales (Arizona, Estados Unidos de América) y la otra, Nogales (Sonora, Estados Unidos Mexicanos).

Son dos ciudades completamente distintas.........

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