Gustavo Álvarez Gardeazábal, un novelista cuyas historias se llevaron a veces a la televisión con éxito aclamado, también quiso ser político, y después de incursionar en la vida pública debió pasar por la cárcel, porque hay años cuando según Thoreau la cárcel es el único lugar para la gente honrada, o porque hubo días aquí cuando las bellas artes se mezclaron con las malas mañas. Yo también conocí la prisión por razones de amor, reo de herejía, y por nada, por ser como era. Cuando los obispos tenían más autoridad que los alcaldes. Los poetas y las cárceles se entienden bien desde Ovidio.

Álvarez Gardeazábal es, además, uno de los columnistas más lúcidos de la prensa colombiana. Y en una de sus últimas notas se concedió el honor de realizar una crítica de mi libro ‘Escritos en contravía’, recientemente publicado. Se agradece. A pesar de la ligereza, propia del talante, de afirmar que carece de estructura. Al principio su declaración me espantó. Tal vez puse a circular un animal desvertebrado, me dije; y me dejé contaminar por el ‘Carmen saliare’ de la oratoria presidencial. Y al revisar mi trabajo para curar el pánico, concluí que Gardeazábal, así lo llaman sus amigos, solo había hecho una lectura irreflexiva de mi obra. Los lectores voraces en ocasiones pasamos por los libros a galope. Olvidando la rumia.

Fuera de la buena prosa que él atestigua, el libro tiene otros valores. El primero es atreverse a decir algunas cosas que se suelen callar por respeto humano, de puertas para afuera. Gardeazábal destaca la buena escritura en que me esfuerzo, formado como fui al amparo de los nadaístas de Medellín para quienes la manera de decir las cosas importaba. Pero ‘Escritos en contravía’, más allá de las hipotéticas cualidades de estilo, intenta someter a la prueba regia del examen despierto un montón de verdades aceptadas y podridas. En los comienzos del nadaísmo aspiramos a fomentar la confusión: pero caímos en la cuenta de que la desesperación y las evocaciones a las ametralladoras y los incendios habían conducido al país a la vergüenza, a una guerra sórdida e inútil, sin inocentes ni culpables ya porque nos hizo a todos cómplices del espanto. Y después del caos, solo queda, fracasados esos sueños de redención por el desorden, probar la reconstrucción, desde un nuevo sentido, de muchos viejos paradigmas que desprestigiamos en las fiebres del crecimiento, siguiendo a Breton. Este dijo que el acto surrealista por excelencia consistía en salir a la calle con un revólver y disparar sobre la multitud: la imaginaria canallada acabó por convertirse en realidad. En tragedia cotidiana y masiva.

La estructura del libro es evidente si se lee como la expresión del malestar de la cultura que lo inspiró, desde el antiprólogo, cuando cuenta cómo el autor condesciende a pedir unas palabras introductorias a dos destacados representantes de la izquierda exquisita bogotana, hasta el botón de oro de la nota sobre el padre Camilo Torres revelado como el hijo de un ‘dandy’ santafereño, reducido a un episodio de sacristía; y pasando por las alusiones a los personajes emblemáticos del siglo XX, del jazz y la amenaza de la guerra atómica, como Pannonica Rothschild, Thelonius Monk, los profetas beat que previeron el desastre de las Torres Gemelas, y los nuevos caníbales alemanes que se buscan por internet enarbolando un tenedor. Y prueba una apología del capitalismo. Y otra de los Estados Unidos. Con la sana intención de irritar a los ministros de la iglesia de la corrección política. ‘Escritos en contravía’ ilustra la experiencia de un hombre que a mis años contempla su vida como una aventura disparatada y feliz, y reconsidera las ideas que le prestaron su color y su aliento, con ánimo provocador. Y cuyas armonías están más cerca de Stockhausen o los Rolling Stones que de Vivaldi. Superado el barroco que recomendaba cincelar el soneto como una estatua, y pensaba los libros con la lógica de las casas de recreo o las cajas de regalo.

EDUARDO ESCOBAR

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En defensa propia

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14.11.2023

Gustavo Álvarez Gardeazábal, un novelista cuyas historias se llevaron a veces a la televisión con éxito aclamado, también quiso ser político, y después de incursionar en la vida pública debió pasar por la cárcel, porque hay años cuando según Thoreau la cárcel es el único lugar para la gente honrada, o porque hubo días aquí cuando las bellas artes se mezclaron con las malas mañas. Yo también conocí la prisión por razones de amor, reo de herejía, y por nada, por ser como era. Cuando los obispos tenían más autoridad que los alcaldes. Los poetas y las cárceles se entienden bien desde Ovidio.

Álvarez Gardeazábal es, además, uno de los columnistas más lúcidos de la prensa colombiana. Y en una de sus últimas notas se concedió el honor de realizar una crítica de mi libro ‘Escritos en contravía’, recientemente publicado. Se agradece. A pesar de la ligereza, propia del talante, de afirmar que carece de estructura. Al principio su declaración me espantó. Tal vez puse a circular un animal........

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