Por razones largas y arduas de contar, pues pertenecen a las incurias de la salud y de la enfermedad, hace un mes ya largo debí ponerme en manos de mi EPS. En la vieja certeza de que era inmortal me presenté ante el jurado de médicos con desconfianza, y temblando, pero por la cara que pusieron al verme me enteraron sin palabras de que mi certidumbre no era más que una ilusión poética y absolutamente impráctica. De modo que me empijamaron y me encamaron, y me envolvieron en mangueras de plástico con picos de agujas. Qué decepción. Mi maquinaria física, por desgracia para mí y también para ustedes, quién sabe, estaba por colapsar. Imagínense mi estupor. La propaganda oficial me había acostumbrado a entender las EPS como unas trampas del neoliberalismo, como unas cuevas de Aladino. Y sentí un escalofrío. Soy solo un poeta de la clase media media. Y estoy incapacitado para pagar la medicina de los ricos porque elegí la poesía como forma de vivir.

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Muy pronto se disolvieron en mí las prevenciones de la propaganda oficial contra la salud neoliberal, sin embargo. Desde el principio me sentí bien acogido por la organización. Pronto pude disfrutar de los cuidados de un montón de personas de todos los rincones de Colombia y de todas las clases sociales y de todas las sangres, activas con sus parafernalias. Qué gente más dulce y abnegada. Cómo me ayudan a llevar la cruz del cuerpo roto. Me consolé, pensando en mi bancarrota, que este país salaz y tantas veces endiabablado, cuenta también con recursos suficientes de bondad, generosidad y grandeza para equilibrar sus corruptelas, su mala saña, la carga de sus depredadores.

Claro, la propaganda negra debe tener razón. La salud de nosotros los pobres poetas debe estar asediada, carcomida por la labor de zapa de las ratas habituales en la burocracia desde los años de Francisco Antonio Zea y el primer empréstito. Pero los recursos que dejan los ávidos alcanzan a pesar de todo para mantenernos vivos mientras sea posible. Y para financiar las hipodérmicas y los menjurjes.

Algo hemos de haber hecho bien los colombianos cuando la educación ha sido capaz de formar este ejército de soldados de la salud, oncólogos, neurólogos, neumólogos, cardiólogos, etc. Tan jóvenes casi todos, tan frescos y de tan buen talante.

Me gustaría, por si sirve de algo, recordarle al presidente reformador a rajatabla que más vale tratar de construir sobre lo establecido que apelar a la tabla rasa de los viejos teoremas revolucionarios. Yo me acuerdo del servicio de salud que le tocó a mi padre, y se me arruga el alma. Más vale renunciar a los chips viciosos del revolucionarismo antañón, a las artimañas de la ideología de antier. Hace días leí en un artículo de López Michelsen que el ingreso per cápita de Cuba solo era superado en América por el de USA, y hace tiempos sabemos que la educación cubana era de las mejores del continente, lo mismo que la salud pública, hasta que llegó el comandante y mandó a parar, para decirlo en las palabras del viejo estribillo sesentero.

Hoy, en Cuba no hay pan, ni gasolina ni esperanza. Las fórmulas del socialismo están cansadas. Y su mal ejemplo cunde con pésimos resultados prácticos en la famélica Nicaragua de la familia Ortega, y en la pobre Venezuela de nuestros viejos amores. Repitamos entonces con el gran César Vallejo: confianza en el anteojo, no en el ojo. En la escalera, mas nunca en el peldaño. Y en ti solo, en ti solo, en ti solo. Mientras la enfermera azul de la tarde, la encargada de revisar mis signos vitales, viene con su manga neumática y su monitor de última generación, volando en sus zapatos blancos de goma. Como una invitación a cuidar lo construido con el amor y la buena voluntad de ayer, con la esperanza puesta en el mañana. Y conste que estoy de un modo absurdo frente al pelotón de fusilamiento, absorto, indeciso como el día de diciembre de mi nacimiento.

EDUARDO ESCOBAR

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Contra los chips viciosos

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07.03.2024
Por razones largas y arduas de contar, pues pertenecen a las incurias de la salud y de la enfermedad, hace un mes ya largo debí ponerme en manos de mi EPS. En la vieja certeza de que era inmortal me presenté ante el jurado de médicos con desconfianza, y temblando, pero por la cara que pusieron al verme me enteraron sin palabras de que mi certidumbre no era más que una ilusión poética y absolutamente impráctica. De modo que me empijamaron y me encamaron, y me envolvieron en mangueras de plástico con picos de agujas. Qué decepción. Mi maquinaria física, por desgracia para mí y también para ustedes, quién sabe, estaba por colapsar. Imagínense mi estupor. La propaganda oficial me había acostumbrado a entender las EPS como unas trampas del neoliberalismo, como unas cuevas de Aladino. Y sentí un escalofrío. Soy solo un poeta de la clase media media. Y estoy incapacitado para pagar la medicina de los ricos porque elegí la poesía como forma de vivir.

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