Tenía quince años cuando una compañera de clase me pidió ayuda para escribirle una carta a su novio. Llevaban casi un año juntos y él se había ido a vivir con su familia fuera de Colombia. Le pregunté cómo era él, cuáles eran sus sentimientos, qué mensaje quería transmitirle. Preguntas básicas que me permitieron redactar algunos párrafos. No me acuerdo exactamente lo que decía esa primera carta, pero sí que la escribí como si la novia fuera yo.

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Pensé en esa anécdota hace unos días cuando conocí a Cary, un joven que se gana la vida escribiendo poemas en la esquina de una calle en Asheville, en Carolina del Norte. Lo vi sentado frente a un escritorio de madera sobre el que tenía una vieja máquina de escribir que me recordó a la de mi abuelo. Al lado había un aviso en letras grandes en el que se leía: ‘Poemas hechos a la medida’.

Movida por la curiosidad, le pedí que me escribiera un poema. Me miró a los ojos en silencio, como si tratara de descifrar el interior de mi alma, hasta que me interrogó sobre mis amores más profundos, mis temores y mis sueños. Me dijo que le diera un rato para escribir; al regresar, me entregó un pequeño sobre sellado con cera. Lo abrí despacio, con expectativa. El poema era breve, no tenía una sola mayúscula, y aunque no era el mejor, su enfoque me gustó: hablaba de lo que muere y renace, como los árboles que al morir se transforman en historias que cobran vida.

He conocido a otros escritores y poetas que se dedican a darles voz a los sentimientos de otros, Florentinos Arizas y Cyranos de Bergerac que en plena era de la inteligencia artificial se rebelan para hacer una defensa de la poesía y del amor romántico. La máquina de escribir, el sello de cera y el papel corrugado se erigen también como tributos a tiempos pasados para expresar emociones y conectar con los demás.

En un mundo dominado por la tecnología, los artesanos de la palabra persisten como guardianes de la poesía. Jamás podrá la IA reemplazar la creatividad, la imaginación y la sensibilidad de estos escribidores, por usar la expresión de Vargas Llosa. Las máquinas podrán imitar la gramática y la estructura de un texto, podrán predecir puntos de giro en su búsqueda por la lógica perfecta. Pero es difícil que la esencia humana de un poeta pueda ser replicada por un algoritmo. Mucho menos que uno vaya caminando por la calle y en la esquina nos esté esperando un ente artificial vendiendo poemas a la carta.

DIANA PARDO
X: @Diana_pardo

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Poesía a la carta

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14.12.2023

Tenía quince años cuando una compañera de clase me pidió ayuda para escribirle una carta a su novio. Llevaban casi un año juntos y él se había ido a vivir con su familia fuera de Colombia. Le pregunté cómo era él, cuáles eran sus sentimientos, qué mensaje quería transmitirle. Preguntas básicas que me permitieron redactar algunos párrafos. No me acuerdo exactamente lo que decía esa primera carta, pero sí que la escribí como si la novia fuera yo.

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Pensé en esa anécdota hace unos días cuando conocí a Cary, un joven que se gana la vida escribiendo poemas en la esquina de una calle........

© El Tiempo


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