Cada vez estoy más preocupada por la cantidad de señales negativas que llegan desde todas partes de Colombia. Siento al país acongojado, estancado en medio de la incertidumbre, se pierden ilusiones, se siente que no avanzamos en ningún campo. De hecho, a menudo siento que retrocedemos.

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La inseguridad está desbordada y los malos nos marcan la agenda todos los días: asaltos, balaceras a plena luz del día, episodios continuos de sicariato. Cuando no es esto, se trata de gente bloqueando calles, protestando, queriendo presionar a la institucionalidad por vías de hecho y destruyendo todo a su paso. Somos muchos los que nos preguntamos qué es lo que pasa, perplejos frente a la desconocida acción de las autoridades, que deben defender los intereses de la comunidad.

A esto hay que sumarle el aspecto desagradable de las ciudades donde siguen mandando la apatía, el desorden y hasta la vulgaridad. Es claro que los gobiernos locales apenas llevan dos meses al mando, pero son pocas las administraciones que dan la impresión de haber arrancado.

Entre ellos traigo a modo de ejemplo, lo que vienen haciendo algunos gobiernos locales, con el fin de recuperar el espacio público: han decidido borrar los grafitis, aquellos que ensucian la ciudad.

Este es un tema de ánimo y de percepción. No se trata de impedir que el arte urbano tenga sus espacios. Por el contrario, hay que definir bien entre autoridades y artistas, los lugares para que los creadores de este arte puedan expresarse. Inundando las paredes, los muros, puentes, y cuanto amoblamiento haya, con dibujos de manera desagradable y desordenada, no es como vamos a lograr que estos murales se conviertan en una verdadera expresión artística y sorprendan a sus observadores con sus mensajes.

Debemos trabajar para que en las ciudades predomine el respeto por lo público, las calles, las plazoletas, y lo que vemos, nos pertenece a todos, no a unos pocos que creen tener el derecho a garabatear lo que es de la comunidad, haciéndole perder su significado.

Debemos crear más diálogos para establecer más distritos donde estos artistas urbanos puedan dibujar y transformar el área sin dejar que sigan prosperando el desorden, la desobediencia y la rebeldía.

Desde esta columna hemos dicho que el arte y todas sus manifestaciones culturales son claves para la ciudadanía: solo así podremos habitar los centros urbanos de una manera placentera, agradable, llenos de color, de armonía y de vida.

Lo que se ve es tolerancia ante el incumplimiento del orden y una incapacidad absoluta para encauzar las estrategias hacia objetivos que nos ayuden a todos.

Desde la política y el activismo, todos los mensajes que recibimos son agresivos y apuntan a dividir o a maltratar al oponente. Eso explica la desilusión y el desencanto que se respiran.

Toda esta circunstancia está afectando el sentido de comunidad de manera grave. Creo que comparto el mismo sentimiento de mucha gente, cuando comenta y afirma: “no me provoca salir a la calle”. Tenemos pocos espacios para visitar y hemos perdido lugares de encuentro por culpa de esta situación.

Estamos preparando nuevos proyectos para hacer exposiciones al aire libre, cosa que nos da temor; no sé si sea el momento de ofrecer esta clase de iniciativas, pues en cualquier momento pueden verse afectados las obras y/o los artistas, porque a alguien no le gustó o, simplemente, por falta de urbanidad y cultura ciudadana.

Hago un llamado para que entre todos tomemos las decisiones del caso, con el fin de recuperar la tranquilidad y la seguridad. Luego, hay que sacar adelante, con el impulso de todos los actores de la cultura, proyectos que nos permitan habitar nuestras ciudades y las poblaciones de una manera más humana. Los invito a que hagamos esa apuesta, como una forma de manifestarnos y de dialogar pacíficamente. No podemos seguir por esta senda de autodestrucción y aislamiento ni dejar que el desasosiego sea el que mande.

(Lea todas las columnas de Claudia Hakim en EL TIEMPO, aquí)

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Desasosiego

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07.03.2024
Cada vez estoy más preocupada por la cantidad de señales negativas que llegan desde todas partes de Colombia. Siento al país acongojado, estancado en medio de la incertidumbre, se pierden ilusiones, se siente que no avanzamos en ningún campo. De hecho, a menudo siento que retrocedemos.

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La inseguridad está desbordada y los malos nos marcan la agenda todos los días: asaltos, balaceras a plena luz del día, episodios continuos de sicariato. Cuando no es esto, se trata de gente bloqueando calles, protestando, queriendo presionar a la institucionalidad por vías de hecho y destruyendo todo a su paso. Somos muchos los que nos preguntamos qué es lo que pasa, perplejos frente a la desconocida acción de las autoridades, que deben defender los intereses de la comunidad.

A esto hay que sumarle el aspecto desagradable de las ciudades donde siguen mandando la apatía, el desorden y hasta la vulgaridad. Es claro que los gobiernos locales apenas........

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