La frase que encabeza esta columna fue pronunciada por el capo Pablo Escobar Gaviria en junio del 91, cuando se produjo su publicitada ‘entrega’ a la justicia colombiana en Medellín. Leída ahora y por la altísima publicidad que se dio a la conmemoración de los treinta años de su abatimiento en un tejado, que puso fin a su larga y tenebrosa carrera criminal, suscita muchísimas reflexiones.

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Llama la atención que, con excepciones, los medios hayan hecho énfasis en lo que fueron esos días de persecución después de la vergonzosa ‘fuga’ del capo de la cárcel que él mismo concibió, en terrenos propios y con guardianes que él manejaba. Se desaprovechó la oportunidad para refrescar la memoria de unos e informar a las generaciones de hoy todo el contexto que dio lugar al fenómeno del narcoterrorismo, en parte por la pasividad general.

¿Cuántos empresarios, constructores y terratenientes no hicieron negocios con los capos, sin ningún pudor? ¿Acaso los organismos de inteligencia no sabían quiénes eran los Escobar, los Ochoa, los Galeano, cuando aparecían como benefactores y patrocinando equipos de fútbol, que generaban euforia general? Desde 1976 se conocían las actividades del narcotraficante. Un juez de Medellín, Gustavo Zuluaga, que le dictó auto de detención, fue asesinado. Pero fueron muchos. Guillermo Cano revivió esa historia en El Espectador, lo que originó su asesinato, además, por apoyar la extradición.

Se desaprovechó la oportunidad para refrescar la memoria de unos e informar a las generaciones de hoy todo el contexto que dio lugar al fenómeno del narcoterrorismo.

En 1982, Escobar fue elegido representante a la Cámara por el Partido Liberal por el departamento de Antioquia. Cuando sus negocios sucios –con muchas complicidades– salieron más a la luz pública, el Congreso tuvo que levantarle la “inmunidad parlamentaria” al ‘honorable congresista’ para que pudiera ser capturado, tiempo que aprovechó para volarse.

El joven y valiente Rodrigo Lara, con la colaboración del capitán Ramírez Gómez, de la Policía, desbarató el laboratorio ‘Tranquilandia’, primer gran golpe contra la mafia. Ambos, ministro y capitán, sellaron su sentencia de muerte. Lara le trató de abrir los ojos a un país laxo sobre la penetración de las mafias en muchísimas actividades, incluida la del fútbol profesional.

Un narco del Caquetá tristemente célebre, Evaristo Porras Ardila, le montó una celada que fue explotada por tres congresistas liberales para manchar su honor. El gobierno Betancur le aceptó la renuncia al ministro y lo envió de embajador a Checoslovaquia. Los mafiosos, Escobar y compañía, no le permitieron marcharse, y como no habían podido afectar su honor, le quitaron la vida usando a un joven de dieciséis años. Esa triste noche del 30 de abril de 1984, en la clínica del Country, el rector del Externado, Fernando Hinestrosa, en una frase, resumió la situación: “Todos lo dejamos solo”.

Por ese asesinato, el gobierno de Belisario cambió su posición y anunció el cumplimiento del entonces vigente tratado de extradición con EE. UU. Los capos huyeron a Panamá y allá, con la presencia del procurador Jiménez Gómez, hicieron su propuesta de ‘entrega’ con la única condición de que no los extraditaran.

Los narcos siguieron matando a quienes se les atravesaban y a quienes apoyaran la extradición de nacionales. Al juez Tulio Manuel Castro Gil, a quien conocí, lo asesinaron por investigar el crimen contra el ministro, cuando se montaba en un taxi. A otra juez, también honesta, Marta González, como no pudieron matarla le asesinaron a su padre, el exgobernador Álvaro González, frente a la Javeriana.

Enrique Low Murtra cuestionó duramente a un juez que un 29 de diciembre, por un habeas corpus, sacó de la cárcel a los Ochoa y, además, defendió la extradición. El gobierno de la época no le mantuvo su cargo de embajador, y a su regreso fue asesinado el 30 de abril de 1991.

Luego de eso y muchos más crímenes –Carlos Mauro Hoyos, Carlos Valencia, Valdemar Franklin, Luis Carlos Galán–, el Estado ‘negocia’ ofreciéndole una cárcel donde hacía lo que quería, desde francachelas con prostitutas hasta horribles asesinatos de antiguos socios.

Luego de varios secuestros selectivos se le hizo caso, tumbándole la extradición, y ahí fue cuando dijo que se entregaba “por la paz de Colombia”. Lo demás ya se conoce. ¿Asimilaremos las lecciones?

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

(Lea todas las columnas de Alfonso Gómez Méndez en EL TIEMPO, aquí)

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¿‘Por la paz de Colombia’?

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06.12.2023

La frase que encabeza esta columna fue pronunciada por el capo Pablo Escobar Gaviria en junio del 91, cuando se produjo su publicitada ‘entrega’ a la justicia colombiana en Medellín. Leída ahora y por la altísima publicidad que se dio a la conmemoración de los treinta años de su abatimiento en un tejado, que puso fin a su larga y tenebrosa carrera criminal, suscita muchísimas reflexiones.

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Llama la atención que, con excepciones, los medios hayan hecho énfasis en lo que fueron esos días de persecución después de la vergonzosa ‘fuga’ del capo de la cárcel que él mismo concibió, en terrenos propios y con guardianes que él manejaba. Se desaprovechó la oportunidad para refrescar la memoria de unos e informar a las generaciones de hoy todo el contexto que dio lugar al fenómeno del narcoterrorismo, en parte por la pasividad general.

¿Cuántos empresarios, constructores y terratenientes no hicieron negocios con los capos, sin ningún pudor? ¿Acaso los organismos de inteligencia no sabían quiénes eran los Escobar, los Ochoa, los Galeano, cuando aparecían como........

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