Eventos ocurridos en los últimos gobiernos y que se han intensificado en el actual nos deberían llevar a replantear el papel de la diplomacia en el mundo y en Colombia. Los llamados “canales diplomáticos” fueron concebidos no solamente para evitar o resolver guerras, sino para facilitar la integración y el desarrollo de las naciones. No en vano, nuestra Constitución señala que uno de los objetivos de la política internacional del país es la integración latinoamericana. A pesar de eso, hoy tenemos maltrechas las relaciones con países como Argentina, Perú y Nicaragua.

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La expresión máxima de la diplomacia, que son las Naciones Unidas, está en crisis por su ineficacia para la solución de los conflictos y guerras con claras violaciones del Derecho Internacional Humanitario y la comisión de crímenes de guerra.

En Colombia el “decrecimiento” del servicio diplomático ha sido evidente. Es verdad que ahora, con las comunicaciones, las redes y hasta la inteligencia artificial, los jefes de Estado no necesitan de intermediarios para comunicarse entre sí. Ya no hay distancias entre los países. Los negocios los hacen los empresarios directamente por internet. La “valija diplomática” que supuestamente contenía los documentos secretos enviados a los embajadores o los informes a sus gobiernos, hoy en día no tiene ninguna importancia. Rara vez los presidentes convocan la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, concebida para orientar al jefe del Estado en las decisiones sobre conflictos internacionales del país o asuntos de envergadura. Y no la convocan porque a veces suele ser un cuadrilátero en el que se ‘lían’ los “inconmensurables” egos de los expresidentes.

Desde cuando existe la “carrera diplomática”, buena parte de los embajadores no lo son de carrera, sino a la carrera.

A dónde habremos llegado que el manejo del servicio exterior se ha convertido en otro de los escenarios del clientelismo. En una época las embajadas tenían tanto peso que se daban casos como el de Misael Pastrana Borrero, Virgilio Barco o Turbay Ayala, que salían de las embajadas a una candidatura presidencial. Es verdad –que no es de ahora– la frase cínica de un funcionario del servicio exterior que ante la queja de que no hacía nada en la misión, contestaba: “No vine aquí a prestar servicios sino por servicios prestados...”. Y los “servicios” eran obviamente de carácter electoral.

Los presidentes cada vez son menos cuidadosos en la escogencia de los embajadores. No se tiene en cuenta si hablan el idioma del lugar; si conocen el país donde nos van a “representar”, su historia, sus costumbres o su idiosincrasia. Algunos tienen el alma –no siempre pura– en el país donde trabajan, y el cuerpo –ágil, eso sí– en el menudeo de la politiquería interna. Desde cuando existe la “carrera diplomática”, buena parte de los embajadores no lo son de carrera, sino a la carrera.

Es cierto que se ha avanzado en cargos distintos a embajadores con la colaboración del Consejo de Estado, que ha anulado varios de esos nombramientos hechos a dedo. Muchos políticos ‘logran’ que sus aventajados hijos sean nombrados diplomáticos para que puedan, por ejemplo, aprender inglés, francés o mejorar el español. En ese sentido fue valiente la actitud de la excanciller María Ángela Holguín, que siendo embajadora en Naciones Unidas prefirió renunciar antes de que le siguieran “copando” la embajada de recomendados de los políticos sin ninguna aptitud para el cargo.

Pero también hemos dejado ver ese “decrecimiento” en el hecho de nombrados embajadores que duran algunos meses y se regresan cuando apenas están ‘desempacando’. Hubo algunos en el pasado que permanecían el año que les permitía traer un carro sin impuestos. Tal vez por eso no nos tomen en serio. El más claro ejemplo es el de La Haya, donde, en medio del pleito con Nicaragua, teníamos embajadores de un año o hasta meses, mientras que el de los ‘nicas’ llevaba más de veinte años.

Y la tapa de la olla: ver, por ejemplo, que se restituye una embajada cerrada hace más de 25 años y que dio pie a que inquietas bocas dijeran que era para que alguien la mantuviera cerrada después de amenazas; o, a tres recién nombrados embajadores regresando al país para un frustrado homenaje a sus superiores en la bella casa del Club del Comercio. Luego dijeron que era que venían a abrirles las puertas de la diplomacia a mil alcaldes...

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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‘Decrece’ el servicio diplomático

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06.03.2024

Eventos ocurridos en los últimos gobiernos y que se han intensificado en el actual nos deberían llevar a replantear el papel de la diplomacia en el mundo y en Colombia. Los llamados “canales diplomáticos” fueron concebidos no solamente para evitar o resolver guerras, sino para facilitar la integración y el desarrollo de las naciones. No en vano, nuestra Constitución señala que uno de los objetivos de la política internacional del país es la integración latinoamericana. A pesar de eso, hoy tenemos maltrechas las relaciones con países como Argentina, Perú y Nicaragua.

(También le puede interesar: Regreso de Mancuso)

La expresión máxima de la diplomacia, que son las Naciones Unidas, está en crisis por su ineficacia para la solución de los conflictos y guerras con claras violaciones del Derecho Internacional Humanitario y la comisión de crímenes de guerra.

En Colombia el “decrecimiento” del servicio diplomático ha sido evidente. Es verdad que ahora, con las comunicaciones, las redes y hasta la inteligencia artificial, los jefes de Estado no necesitan de intermediarios para comunicarse entre sí. Ya no hay........

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