Hablaré de dos poetas malditos: Paul Verlaine y Arthur Rimbaud. Los dos eran amantes cuando el primero decidió disparar al segundo pensando que este lo abandonaría como había hecho su esposa cansada de los excesos, los maltratos y el alcohol. Por este hecho, Verlaine pasó dos años en la cárcel, en los que, al sumergirse en la decadencia del mundo, encontró nuevamente la religión y con ello, una salida de sus problemas personales.

Su nueva perspectiva de vida lo condujo a ser profesor y ser reconocido por sus obras literarias. Rimbaud, por otro lado, tras el hecho que decidió no denunciar y perdonar, se sumergió en los excesos hasta el punto de no volver a escribir una palabra más y morir a temprana edad. Quise traer esta historia, porque creo que de ahí podemos partir para pensarnos lo que sucedió la semana pasada con el Centro de Justicia Penal Restaurativa para Jóvenes que no aceptó el ICBF a la Alcaldía Mayor de Bogotá.

Las cárceles no están hechas para restaurar, reformar u ofrecer oportunidades de reflexión y transformación. Verlaine encontró en la cárcel un momento de reflexión que como ‘flaneur’, observador de la realidad, le permitió cuestionarse sus propios actos, sus excesos y proponerse un nuevo modo de vida. La realidad de muchos presos hoy es distinta. Como las cárceles no ofrecen una verdadera resocialización o solución a los problemas económicos que llevan a la criminalidad, terminan asociados a una red de contactos para delinquir luego de salir de aquel lugar.

El Gobierno Nacional, desde la posesión de Néstor Osuna, anunció que tramitaría una reforma penitenciaria para que existieran penas restaurativas y diferentes a la privación de la libertad. Sin embargo, esta reforma, que tiene mucha acogida entre los jóvenes que nos damos cuenta de las fallas del sistema penitenciario, no ha sido muy popular en la sociedad en general.

Lo anterior debido a que, como lo menciona Gabriela Tafur en su libro ‘En todo su derecho’, en Colombia existen quienes creen que los que están en las cárceles merecen estar ahí por los delitos que cometieron y les parece justo que pierdan todos sus derechos y posibilidades de ser otros.

Las cárceles deben cambiar, la justicia debe actualizarse y debe modificarse la forma de resarcir un delito. Pero la solución no es la que propone el Gobierno al negarse a aceptar infraestructura que ya está construida y que pronto se volverá un elefante blanco en la ciudad si no se le encuentra otro fin. El cambio en la justicia que queremos los jóvenes es de orden conceptual, pues debe basarse en que, como menciona Tafur, “la justicia sea reconocida como un aspecto fundamental en una sociedad funcional y equilibrada, pero no debe confundirse con la venganza. Mucho menos, cuando esa venganza radica en la privación de todo derecho, de toda dignidad y de toda humanidad”. No queremos más jóvenes que entren a una cárcel a hacer redes de contacto para continuar delinquiendo, pero tampoco queremos pequeños Rimbaud que, guiados por el hastío de la vida y la falta de oportunidades, pierdan completamente el norte de su vida.

Las cárceles tienen que existir porque lastimosamente no vivimos en una sociedad que actúe sin pensar en que sus actos tienen consecuencias, sino en la de “el vivo vive del bobo” y también en la de “hacer cualquier mal mientras no me atrapen”. Pero los centros penitenciarios deben ofrecer la oportunidad de que, como le ocurrió a Verlaine o hace ahora la fundación de Johana Bahamón, se pueda reflexionar, obtener oportunidades de emprendimiento o de trabajo, de verdadera resocialización y acompañamiento psicológico. Privar de la libertad porque sí no es el camino, pero tampoco lo es dejar a la juventud en libertad frente a un mundo que, como a Rimbaud, los puede consumir en un segundo.

ALEJANDRO HIGUERA SOTOMAYOR

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Poesía carcelaria

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04.12.2023

Hablaré de dos poetas malditos: Paul Verlaine y Arthur Rimbaud. Los dos eran amantes cuando el primero decidió disparar al segundo pensando que este lo abandonaría como había hecho su esposa cansada de los excesos, los maltratos y el alcohol. Por este hecho, Verlaine pasó dos años en la cárcel, en los que, al sumergirse en la decadencia del mundo, encontró nuevamente la religión y con ello, una salida de sus problemas personales.

Su nueva perspectiva de vida lo condujo a ser profesor y ser reconocido por sus obras literarias. Rimbaud, por otro lado, tras el hecho que decidió no denunciar y perdonar, se sumergió en los excesos hasta el punto de no volver a escribir una palabra más y morir a temprana edad. Quise traer esta historia, porque creo que de ahí podemos partir para pensarnos lo que sucedió la semana pasada con el Centro de Justicia Penal Restaurativa para Jóvenes que no aceptó el ICBF a la Alcaldía Mayor de Bogotá.

Las cárceles no están hechas para........

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