Hay en la sabana del centro de todas las ciudades un espécimen tosco y rudo, que camina lento y atento por si te localiza. Si lo hace, ya puedes empezar a temblar porque no tardará en dedicarte algún improperio al que te resultará difícil responder con elegancia. Tanto el original como los prototipos carecen por completo de tacto y si me apuras de vergüenza y, ante cualquiera de tus logros, tratarán con ahínco de denostarte y minusvalorarte.

El ejemplar del que te hablo, primero, te mirará con suspicacia para, después, encontrar la forma de descolocarte y hacerte sentir mal. Si es de día, te dirá que es de noche. Si tienes una mala semana, te urgirá a espabilar. Después, te preguntará por tu sueldo, te dirá que ganas poco y que a él le acaban de ascender, como ya ha puesto en su LinkedIn, red social en la que acumula 133 seguidores.

Te preguntará también si tienes pareja, si te gustaría tenerla y cómo va lo de los hijos. Te dirá que va al gimnasio, que acaba de hacer una media maratón y que ya se está preparando no sé qué carrera que discurre por los Pirineos porque eso sí que es vida. Como te vea en baja forma, no dudará en interesarse por tu peso, tus medidas y tu alimentación. “Hay que comer de todo, pero en la cantidad justa”, y en el momento en el que pronuncie esas palabras recordarás el donut, los pandilla y el refresco que merendaste el día anterior, justo en el instante en el que decidiste dejar el gimnasio para otro día y pasar la tarde en el sofá.

Si acabas de romper con tu pareja, te preguntará por ella, aunque te haya roto el corazón y aún te chisporrotee sangre por el pecho. Si llevas un tiempo soltero, te hablará de su tía la del pueblo, que era rara, triste y malhablada.

El elemento que intento describirte no es un ejemplar único ni posee unas características muy particulares. Más bien, es un individuo que se reproduce con cierta facilidad y que te lo puedes encontrar en la barra de un bar, a la vuelta de la esquina o metido en tu propia cama. Ándate con ojo en las cenas y comidas familiares porque prolifera como las setas si ha llovido lo suficiente, pero no sabe a otoño, sino más bien a rayos y tormentas.

Si amanece con un día soleado, te dirá que va a llover. Cuando el calor sea sofocante y tu colon irritable esté armando de las suyas, a punto de explotar, te dirá no sé qué de las vitaminas y de ciertos alimentos astringentes.

Y ten por seguro que el espécimen aparecerá. Ese pinchaglobos, molesto y ansioso, brotará como los hombres de los bancales para recordarte todo lo que no haces bien o para quitar valor a que hayas ido a replantar un bosque, hayas escrito un libro o cuidado de un pajarito malherido. “¿Pero te pagan o no te pagan?” te preguntará sea cual sea la actividad de la que te sientas orgullosa ese día.

Así que siéntate, abre una bolsa de frutos secos —de los que tienen sal, que un día es un día— y espera preparada. El pinchaglobos ya se acerca.

QOSHE - El pinchaglobos - Cristina Armunia Berges
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El pinchaglobos

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07.12.2023

Hay en la sabana del centro de todas las ciudades un espécimen tosco y rudo, que camina lento y atento por si te localiza. Si lo hace, ya puedes empezar a temblar porque no tardará en dedicarte algún improperio al que te resultará difícil responder con elegancia. Tanto el original como los prototipos carecen por completo de tacto y si me apuras de vergüenza y, ante cualquiera de tus logros, tratarán con ahínco de denostarte y minusvalorarte.

El ejemplar del que te hablo, primero, te mirará con suspicacia para, después, encontrar la forma de descolocarte y hacerte sentir mal. Si es de día, te dirá que es de noche. Si tienes una mala semana, te urgirá a espabilar. Después, te preguntará por tu sueldo, te dirá que ganas poco y que........

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