Desde el gobierno, creer el hecho de que quienes están en contra lo hacen por una única razón: la de oponerse por oponerse o por ser incapaces de validar una gestión de la izquierda, es demasiado simple y riesgoso. Lo cierto es que mientras las reformas no sean un proyecto país, es decir, mientras no estén en sintonía con la nación, la voz ciudadana terminará en calles, estadios y en el voto futuro haciéndose sentir. Hay descontento, señor presidente y es mejor descifrarlo.

La reforma al sistema de salud, como la planteó el gobierno, así la haya aprobado la Cámara de Representantes, no se concibe ni siquiera en las filas de espera de medicamentos o citas. Otra historia sería si se hubiera visto voluntad por responder a las necesidades apremiantes del sistema en materia de mejorar la fórmula de pago para su sostenibilidad financiera, sus servicios de atención e innovar en la prevención. El problema es el desgobierno.

Ese desgobierno, entendido como el gobierno que perturba, que deshace un orden alcanzado, acumula el inconformismo. En democracia, los grupos, las personas, los tanques de pensamiento, una vez gana el elegido, respetan su gobierno, en un escenario de oposición reflexiva o constructiva, con la algarabía política propia del sistema. Sin embargo, es de esperar que la democracia, hoy menos temerosa de salir a la calle, termine por manifestarse. Bien distinto lo sería una dictadura. Así ya vemos a varios de quienes acompañaron al presidente como candidato que se han echado para atrás.

En redes sociales se ha visto, como nunca, rotar los nombres de los representantes a la Cámara que votaron a favor del revolcón al sistema de salud, para pasarles la factura. Su sentido es hacer pagar, a futuro en las urnas y con el desprestigio popular, las consecuencias de su acción o comportamiento, como diciendo que pagarán un precio por no guardar empatía con el sentir nacional, como sus representantes. Hay una profunda desconformidad y hasta exasperación.

Quedan las esperanzas puestas en la segunda vuelta del proyecto de reforma en cabeza de los senadores de la República. Sin embargo, como se recalcó en la columna anterior Reforma sin tirabuzón, querer imponer una reforma sin la cohesión social y política necesaria, se aleja cada vez más de un proyecto de país y se acerca a un proyecto caudillista, empecinado en cambiar la Ley 100 de 1993, que forjó el sistema actual con muchos cambios posteriores, por tener su origen en una propuesta de gobierno de derecha y porque se sustenta en la gestión privada.

Otro liderazgo habría sido una reforma que partiera de la concertación. Preocupa aún más que sea el régimen al que aludía Álvaro Gómez Hurtado, el líder del proceso. Ese “Régimen que necesita que la política sea sucia porque es la manera de conseguir la amplia gama de complicidades que se necesitan para mantener su predominio”. De todas maneras, la democracia pasa factura.

*Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI

Uribemariaelisa@gmail.com

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La salud pasará la factura

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10.12.2023

Desde el gobierno, creer el hecho de que quienes están en contra lo hacen por una única razón: la de oponerse por oponerse o por ser incapaces de validar una gestión de la izquierda, es demasiado simple y riesgoso. Lo cierto es que mientras las reformas no sean un proyecto país, es decir, mientras no estén en sintonía con la nación, la voz ciudadana terminará en calles, estadios y en el voto futuro haciéndose sentir. Hay descontento, señor presidente y es mejor descifrarlo.

La reforma al sistema de salud, como la planteó el gobierno, así la haya aprobado la Cámara de Representantes, no se concibe ni siquiera en las filas de espera de medicamentos o citas. Otra historia sería si se hubiera visto voluntad por responder a las necesidades........

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