Muertos prematuros

Lunes, 8 abril 2024, 11:25

Aunque puede sostenerse que toda muerte es prematura en un sentido existencial —incluso la de un centenario—, las vidas que truncan la realización de una o varias promesas factibles son más prematuras que otras. En arte esto se siente de manera especial —¿qué habría alumbrado Mozart si no hubiera muerto a los 35 años, qué Jimi Hendrix si no a los 27?—, y en jazz, quizá incluso más que en el rock, el número de muertos prematuros es tal que casi se tiene la tentación sombría de pensar que el morirse temprano va con el oficio, una circunstancia que puede o no tocarte, como te puede tocar el dar con un mánager honesto o con un ventajista, con un bajista zurdo o diestro. Charlie Parker y Billie Holiday representan, por la excelencia de su arte, el epítome de los prematuros, pero la nómina de estos incluye nombres tan seminales como los de Lee Morgan —asesinado—, Eric Dolphy —una diabetes no diagnosticada— o John Coltrane. Coltrane podría desde luego incluirse en la cima Parker/Holiday, y si no lo hacemos es porque las muertes prematuras en jazz están atravesadas, en muchos de los casos, por las arenas movedizas de la droga (al genio místico del saxofón también le succionaron durante un tiempo, pero él pudo escapar).

El (ab)uso de la droga llegó a cotas de casi —o quizá sin casi— epidemia en los cuarenta, con el auge del bebop; no había la información que hay ahora, y la droga era con frecuencia vista como la vía para la revolución musical: si Parker se drogaba y tocaba así, había que drogarse para tocar como Parker; luego, cuando el músico se daba cuenta de que la droga no ayudaba, de que Parker tocaba como tocaba no gracias a sino a pesar de la heroína, ya era casi siempre tarde, y entonces la muerte prematura por sobredosis o problemas de salud derivados del consumo. ‘Fats’ Navarro, Sonny Clark, Paul Chambers, Richard Twardzik… son nombres cuyos logros llevan en no pocas ocasiones al aficionado a preguntarse, como con Hendrix o Mozart, qué habrían podido alcanzar si no hubieran tentado los paraísos artificiales de las sustancias ilícitas.

Pero la droga no es solo una epidemia de los 40/50; todavía en la década de los noventa se dieron ejemplos, y en sus recientes memorias Brad Mehldau —el ejemplo más señero— se pregunta por qué varios de sus amigos no músicos murieron por sobredosis y él no, cuando llegó a perder el conocimiento más de una y más de dos veces (y estando solo); pese a conocerse en toda su crudeza los efectos de la droga, todavía se seguía consumiendo, en algunos casos para aliviar el estrés de la vida en la carretera y por conseguir contratos en los clubes, en otros como recreación ocasional (hasta que dejaba de serlo).

Un último ejemplo que sintetiza lo expuesto hasta ahora, muerto en 1998 a los 43 años, y que quizá no venga tan de súbito a la mente pero que es de justicia mencionar, es el del pianista Kenny Kirkland. Kirkland ha quedado como acompañante (solo tiene un disco a su nombre), pero acompañante de tales músicos —no solo de jazz: Sting, Joni Mitchell, Youssou N’Dour…— que basta un rápido repaso para darse cuenta de que hay ahí un maestro y no un advenedizo por cuajar. En jazz, sus dos mayores valedores fueron Wynton y sobre todo Branford Marsalis, junto a quien participó en ocho discos, entre ellos el que ahora cumple veinticinco años desde su publicación, Requiem, última grabación de Kirkland antes de morir, trabajo memorable y una puerta única a lo que su pianismo podría haber deparado.

Requiem puede no ser la más pulida grabación que el oyente encuentre; de título dado por Marsalis tras conocer de la muerte de su colega y amigo, compila los temas según fueron registrados meses antes de lo que iba a ser su versión definitiva, tras haberlos trabajado en los escenarios de distintas giras. Pero es justamente esta falta de acabamiento una de sus cualidades mayores, la música tiene una franqueza y un regocijo —pese a la melancolía que impregna temas como A Thousand Autumns— de altísima intensidad, y el conjunto es una de las más satisfactorias muestras que pueden encontrarse de jazz en formación clásica de cuarteto (saxofón más sección rítmica) en toda la década de los noventa y aun de otras.

Aun lo dicho hasta ahora, no debería olvidarse en cualquier caso que si bien las adicciones han cercernado o acortado las vidas de tantos jazzistas de mérito, lo que no cabe sino lamentar, en todo caso lograron dejar un legado siempre vivo, capaz de procurar nuevas sensaciones en cada escucha.

(La sombra del ciprés, 6/4/2024)

@enfaserem

QOSHE - Muertos prematuros - Eduardo Roldán
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Muertos prematuros

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08.04.2024

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Lunes, 8 abril 2024, 11:25

Aunque puede sostenerse que toda muerte es prematura en un sentido existencial —incluso la de un centenario—, las vidas que truncan la realización de una o varias promesas factibles son más prematuras que otras. En arte esto se siente de manera especial —¿qué habría alumbrado Mozart si no hubiera muerto a los 35 años, qué Jimi Hendrix si no a los 27?—, y en jazz, quizá incluso más que en el rock, el número de muertos prematuros es tal que casi se tiene la tentación sombría de pensar que el morirse temprano va con el oficio, una circunstancia que puede o no tocarte, como te puede tocar el dar con un mánager honesto o con un ventajista, con un bajista zurdo o diestro. Charlie Parker y Billie Holiday representan, por la excelencia de su arte, el epítome de los prematuros, pero la nómina de estos incluye nombres tan seminales como los de Lee Morgan —asesinado—, Eric Dolphy —una diabetes no diagnosticada— o John Coltrane. Coltrane podría desde luego incluirse en la cima Parker/Holiday, y si no lo hacemos es porque las muertes prematuras en jazz........

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