Gonzalo Rojas

Los Juegos planteaban una serie de interrogantes.

En primer lugar, la capacidad organizativa de las instituciones nacionales. El conjunto de acontecimientos lamentables referidos a la falta de probidad, a la improvisación y a la irresponsabilidad, hacían razonable pensar que Chile podía ofrecer una imagen pobre en materia de seriedad institucional.

Una segunda preocupación se refería a la posibilidad de que una doble ola de alteraciones del orden público pudiese afectar a los Panamericanos. Conociendo los niveles de delincuencia desatada y de crimen organizado, el riesgo que se corría era enorme. Y a eso se sumaba la sospecha de que grupos políticamente asistémicos pudiesen irrumpir en algunos actos deportivos o en espacios públicos, insistiendo en su afán de demostrar que ‘Chile despertó'.

En tercer lugar, cabía también la razonable duda sobre el nivel de interés que pudiese manifestar una sociedad golpeada por la inflación y la cesantía. La posibilidad de transmitir la imagen de recintos semivacíos era grande y se convertía en un fantasma para los organizadores, para los deportistas y, por cierto, para el propio Gobierno. Se llegó a pensar que un gran cansancio vital y una fuerte desafección hacia lo nacional podrían perjudicar los Panamericanos.

A pocos días del final, el escenario real es bien diferente al esperado, y eso anima a sacar conclusiones importantes y positivas sobre el trasfondo de la sociedad chilena.

Simplificando, lo peor de Chile se ha expresado en la acción de los grupos políticos radicales, en la delincuencia urbana y en la violencia rural, y todo eso es analogable con la pésima imagen que a veces transmite el público del fútbol profesional. De hecho, Iván Poduje, en su excelente libro Siete Kabezas (sic), estableció los vínculos entre delincuentes comunes, barras bravas y secundarios asistémicos.

Pero por el contrario, hay un Chile mucho más sólido y extendido que apenas vemos y que, siguiendo con la analogía, se expresa en todas esas actividades deportivas de barrio, gimnasio, población, colegios, universidades, empresas, etc. Es el Chile en el que el deporte es salud, amistad, familia, virtudes y proyecto. Y ese ha sido el país que ha estado presente en velódromos y playas, en estadios y piscinas, en calles y cerros, en lagunas, polígonos y picaderos. Gente sencilla, nada estridente, tampoco muy especializada, pero receptiva a esos grandes y pequeños gestos de esfuerzo, compañerismo, gratitud y dolor que caracterizan a la competencia deportiva.

Son personas que nos han recordado todo lo que de verdad somos; aquello que parece aflorar después de nuestros tres dramas consecutivos: insurrección violenta, pandemia aguda y el absurdo afán refundacional. Es como si esos cientos de miles de personas que han alentado, celebrado o llorado nos dijeran: así es el país que hemos sido siempre y que podemos recuperar. Algo muy de adentro, algo muy constitutivo se ha puesto de manifiesto día a día: Chile no aguanta más la maldad de los narcos, la violencia de los asistémicos y la corrupción de jovenzuelos iluminados.

Han sido la familia, los clubes deportivos en cuanto cuerpos intermedios y los símbolos patrios los que han clamado por sus fueros perdidos y han comenzado a recuperarlos.

La presencia del Presidente Boric y de la ministra Vallejo en algunos eventos, más que un reconocimiento a que esa es la verdadera realidad, se explica porque han tratado de obtener dividendos en la próxima encuesta, sin que, por cierto, hayan logrado comprender cuán distantes están de ese Chile vital y profundo que los Panamericanos han vuelto a mostrarnos en toda su sencilla grandeza.


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Chile reaparece en los Panamericanos

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01.11.2023

Gonzalo Rojas

Los Juegos planteaban una serie de interrogantes.

En primer lugar, la capacidad organizativa de las instituciones nacionales. El conjunto de acontecimientos lamentables referidos a la falta de probidad, a la improvisación y a la irresponsabilidad, hacían razonable pensar que Chile podía ofrecer una imagen pobre en materia de seriedad institucional.

Una segunda preocupación se refería a la posibilidad de que una doble ola de alteraciones del orden público pudiese afectar a los Panamericanos. Conociendo los niveles de delincuencia desatada y de crimen organizado, el riesgo que se corría era enorme. Y a eso se sumaba la sospecha de que grupos políticamente asistémicos pudiesen irrumpir en algunos actos deportivos o en espacios públicos, insistiendo en su afán de demostrar que ‘Chile despertó'.

En tercer lugar, cabía también la razonable duda sobre el nivel de interés........

© El Mercurio


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