Escucha aquí la columna leída por su autor:

En las primeras contiendas presidenciales desde la recuperación de la democracia en 1990, lo normal era que los candidatos de la centroizquierda y la centroderecha se posicionaban con suficiente antelación como para eliminar el factor sorpresa en el escenario político. Ricardo Lagos y Michelle Bachelet tenían aseguradas las candidaturas del oficialismo bastante antes que se iniciaran formalmente las campañas electorales en 1999 y 2005, respectivamente, lo mismo que Sebastián Piñera las de la oposición en 2009 y 2017.

En el año 2013 esa normalidad se vio de pronto interrumpida, por el lado de la centroderecha. Quien se vislumbraba como el posible candidato del oficialismo, Andrés Allamand, fue inesperadamente derrotado en la primaria de la centroderecha por Pablo Longueira. A sólo cuatro meses de las elecciones, en julio de 2013, se produjo la mayor sorpresa de que haya recuerdo en una justa presidencial: Longueira anunció su retiro de la carrera por el sillón de O’Higgins y en agosto de ese año Evelyn Matthei lo reemplazó para asumir una candidatura de emergencia, que asomaba a esas alturas testimonial. Michelle Bachelet arrasó con un 62% de la votación, para asumir su segundo mandato en La Moneda.

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Las cosas volvieron a la normalidad en 2017 cuando se enfrentaron Sebastián Piñera y el entonces senador Alejandro Guillier, ambos ya bien posicionados al inicio de la campaña de ese año, cuya única sorpresa fue la significativa votación de Beatriz Sánchez, apenas dos puntos porcentuales por detrás del senador Guillier, que en todo caso se anotó, como era previsible, para la segunda vuelta en la que fue finalmente derrotado ampliamente por el candidato de la centroderecha.

Fue en 2021 cuando nada fue igual que antes. Por primera vez desde 1990 los candidatos que alcanzaron la segunda vuelta ya no fueron los de la centroizquierda y centroderecha -que llegaron a esa instancia en ocho elecciones consecutivas-, sino que los de la nueva izquierda y la naciente derecha de Republicanos. Uno de ellos, Gabriel Boric, que apenas unos meses antes no asomaba como posible candidato, llegaría finalmente a La Moneda para convertirse en el noveno gobernante desde 1990.

Esa franca anomalía puede explicarse, ahora lo sabemos mejor que entonces, por el efecto retardado del estallido social que tuvo lugar apenas dos años antes de la última elección presidencial, un período cuando la centroizquierda fue responsabilizada una y otra vez por lo que, se decía, era la entronización del neoliberalismo más extremo del mundo y del abuso que, supuestamente, le era consustancial. Fue también cuando el segundo gobierno de centroderecha de Sebastián Piñera enfrentó, a duras penas, la amenaza más grave a la gobernabilidad democrática en más de 30 años. Ni la centroizquierda ni la centroderecha estaban en buenas condiciones para competir por el sillón presidencial en 2021. Y así fue que por primera vez estuvieron ausentes en el balotaje de diciembre de ese año.

Para la elección presidencial que se aproxima se perfila una nueva anomalía, si es que se considera que la normalidad corresponde a un balotaje entre candidatos de centroizquierda y centroderecha. En este caso, se está produciendo por el lado de la centroizquierda: a poco más de un año y medio de la elección presidencial carece de un candidato competitivo para pasar a la segunda vuelta. Mientras la centroderecha tiene bien posicionada a su candidata Evelyn Matthei para llegar a esa instancia -e incluso para ganarla y convertirse en la segunda mandataria del país después de Michelle Bachelet-, el progresismo se debate en una crisis política que lo podría dejar por segunda vez fuera del balotaje, con el agravante que esta vez ese espacio vacío, en lugar de ser ocupado por la nueva izquierda como ocurrió la última vez, podría serlo por la derecha de Republicanos.

Sería un terremoto político, por supuesto, no del todo improbable si el desempeño del progresismo en las elecciones municipales y de gobernadores fuera el que algunos están vislumbrando en octubre. Y sería, claro está, de las mayores anomalías que se pueden dar en una contienda presidencial cuando lo normal, aquí y en otras democracias del mundo, es la competencia electoral entre proyectos políticos distintivos y hasta antagónicos. La elección de 2021 fue toda una novedad. ¿Lo será también la de 2025?

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normalidad y anomalía

20 12
11.04.2024

Escucha aquí la columna leída por su autor:

En las primeras contiendas presidenciales desde la recuperación de la democracia en 1990, lo normal era que los candidatos de la centroizquierda y la centroderecha se posicionaban con suficiente antelación como para eliminar el factor sorpresa en el escenario político. Ricardo Lagos y Michelle Bachelet tenían aseguradas las candidaturas del oficialismo bastante antes que se iniciaran formalmente las campañas electorales en 1999 y 2005, respectivamente, lo mismo que Sebastián Piñera las de la oposición en 2009 y 2017.

En el año 2013 esa normalidad se vio de pronto interrumpida, por el lado de la centroderecha. Quien se vislumbraba como el posible candidato del oficialismo, Andrés Allamand, fue inesperadamente derrotado en la primaria de la centroderecha por Pablo Longueira. A sólo cuatro meses de las elecciones, en julio de 2013, se produjo la mayor sorpresa de que haya recuerdo en una justa presidencial: Longueira anunció su retiro de la carrera por el sillón de O’Higgins y en agosto de ese año Evelyn Matthei lo reemplazó para asumir una........

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