En las últimas semanas se ha desarrollado una discusión en torno a la situación de la delincuencia en Chile. ¿Ha aumentado, ha disminuido o permanece igual? ¿Es más violenta que antes? ¿Hay formas de delinquir novedosas que sea necesario estudiar, comprender y enfrentar? ¿Por qué mucha gente se siente insegura y viviendo en medio de las contradicciones de la vida y el peligro de ser víctima de un ataque? En fin, hay muchas preguntas que conviene explorar y entender bien, en un contexto en el que se aprecia un sentimiento de incertidumbre y temor, ciertamente una mala combinación.

En el tema de la delincuencia hay, al menos, dos temas relevantes. El primero es la existencia efectiva de delitos y ataques a personas y bienes, de delincuentes y víctimas, de bandas criminales y personas que sufren por vivir en medio de la inseguridad y en un país “peor” que el que conocieron y merecen. El segundo aspecto se refiere a la percepción que existe en la sociedad sobre la delincuencia, su gravedad y las amenazas que produce. Si el primer factor es de carácter objetivo, el segundo tiene una dimensión subjetiva, y resulta claro que ambos aspectos son muy importantes para la vida cotidiana de los chilenos.

En la práctica, los delitos han aumentado en diversos ámbitos. Por ejemplo, en Chile subió la tasa de homicidios desde 4,5 a 6,7 por cada 100 mil habitantes en solo cinco años. Si en 2018 hubo 845 asesinatos, la cifra se elevó a 1.322 en 2022 (Ver El País, España, 14 de julio de 2023). Los datos han sido confirmados por el Primer informe nacional de homicidios consumados, elaborado por el Centro Nacional para la Prevención de Homicidios y Delitos Violentos, de la Subsecretaría de Prevención del Delito. Otras noticias van en la misma dirección, como ilustran las penosas estadísticas de los delitos sexuales: también en 2022 hubo 4.873 casos registrados de violación, lo que representa un 30,8% más que 10 años antes. Un caso ilustrativo apareció este sábado 25 de noviembre en las cartas de El Mercurio: un lector fue asaltado y golpeado en una bomba de bencina, donde además le pusieron una pistola al pecho. Cuando fue a la comisaría, el carabinero que le tomó la declaración señaló: “Señor, nosotros no damos abasto. Este país se jodió”.

Se percibe una desesperanza bastante extendida entre la población, en el sentido que no existe una voluntad real –de las autoridades políticas o judiciales, por ejemplo– para combatir la delincuencia, o bien no están los medios para hacerlos en las instituciones correspondientes, como carabineros o la PDI. Como consecuencia, las personas deben cambiar sus hábitos de regreso a casa, la forma de estar en el hogar o de trasladarse normalmente. Por lo mismo, no es casualidad que Chile sea el país “más preocupado por el crimen y la violencia” en América Latina, según el informe mensual “Preocupaciones del Mundo” (IPSOS, What worries the world, Agosto de 2023). En otra encuesta “Delincuencia, asaltos, robos” aparece como el primero de los problemas a los que el gobierno debería dedicar su esfuerzo en solucionar, cifra que aumentó desde el 51% en noviembre-diciembre de 2022 a 60% en septiembre-octubre de 2023 (Encuesta CEP_90, que se dio a conocer durante noviembre. Las preocupaciones 2 y 3 –salud y pensiones– representan el 32% y 31%). Otros estudios de opinión se manifiestan en la misma dirección.

La información fáctica es consistente con las percepciones ciudadanas. El indicador de inseguridad es preocupante, aunque no nos sorprende: el 90,6% de los consultados por la Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana (ENUSC) respondió que percibe un aumento en la delincuencia en Chile, lo que es consistente con un estudio de Paz Ciudadana que refleja el mayor temor de las personas en sus hogares (El Mercurio, 25 de noviembre de 2023). A esto se suma el aumento en los índices de victimización y, en general, la percepción de que no solo han aumentado los crímenes, sino también la violencia y su exposición, como muestran los descuartizamientos y secuestros que han comenzado a aparecer.

El problema de la delincuencia tiene muchos resortes complicados. Para la gente común y corriente se trata de una realidad triste, dramática y cotidiana, mucho más importante y urgente de lo que parece para las autoridades políticas. Con todo, en los últimos días han comenzado a aparecer algunas discusiones, críticas y malas evaluaciones en relación con la acción del gobierno en materia de delincuencia. Al respecto, en el Ejecutivo la preocupación parece exagerada, las cifras y explicaciones resultan contradictorias, los programas iniciales y la realidad del poder no han logrado cambiar nada muy relevante en beneficio de la población.

Sin embargo, para la gente de trabajo, el crecimiento de la delincuencia es especialmente doloroso, además de costoso. Una aspiración muy sentida por los habitantes de Chile es la posibilidad de vivir en una sociedad más justa y libre. Por cierto, ello no es fácil y su logro tiene avances y retrocesos. Pero no puede existir libertad donde la delincuencia campea con tanta impunidad y los trabajadores, las familias, los ciudadanos de a pie, deben recluirse para no sufrir asaltos, encerronas, carterazos y formas aún más violentas de ataques. No es justa una sociedad en la cual millones de personas trabajan día a día para salir adelante con sus familias, mientras otros se llenan los bolsillos por el narcotráfico o el fruto de sus delitos. El Estado debe justificar su utilidad en permitir a los habitantes del país una vida tranquila en el trabajo y en el descanso, ciertas seguridades básicas y la posibilidad de desarrollar sus proyectos de vida.

Hace unos días pudimos ver una imagen muy notable, que esperamos se repita con habitualidad en los más diversos rincones de Chile. El Presidente de la República llegó a una casa en bicicleta, saludó a la gente del lugar y dejó su bicicleta al lado de la reja, sin candado ni otra protección especial. Parece lógico: el gobernante viajaba con su equipo de seguridad y nada malo podía pasarle a él ni a sus bienes. A eso debemos aspirar como sociedad: a que las personas puedan manejar tranquilos sus autos, dejar sin preocupación sus bicicletas, descansar en sus hogares sin el temor de ser asaltados, andar por las calles cada vez más seguros. Es lo que Chile espera y merece, simplemente porque la tranquilidad, el orden, la paz social y la prosperidad son condiciones básicas para desarrollarse material y espiritualmente.

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Inseguridad, delincuencia e inutilidad del Estado

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26.11.2023

En las últimas semanas se ha desarrollado una discusión en torno a la situación de la delincuencia en Chile. ¿Ha aumentado, ha disminuido o permanece igual? ¿Es más violenta que antes? ¿Hay formas de delinquir novedosas que sea necesario estudiar, comprender y enfrentar? ¿Por qué mucha gente se siente insegura y viviendo en medio de las contradicciones de la vida y el peligro de ser víctima de un ataque? En fin, hay muchas preguntas que conviene explorar y entender bien, en un contexto en el que se aprecia un sentimiento de incertidumbre y temor, ciertamente una mala combinación.

En el tema de la delincuencia hay, al menos, dos temas relevantes. El primero es la existencia efectiva de delitos y ataques a personas y bienes, de delincuentes y víctimas, de bandas criminales y personas que sufren por vivir en medio de la inseguridad y en un país “peor” que el que conocieron y merecen. El segundo aspecto se refiere a la percepción que existe en la sociedad sobre la delincuencia, su gravedad y las amenazas que produce. Si el primer factor es de carácter objetivo, el segundo tiene una dimensión subjetiva, y resulta claro que ambos aspectos son muy importantes para la vida cotidiana de los chilenos.

En la práctica, los delitos han aumentado en diversos ámbitos. Por ejemplo, en Chile subió la tasa de homicidios desde 4,5 a 6,7 por cada 100 mil habitantes en solo cinco años. Si en 2018 hubo 845 asesinatos, la cifra se elevó a 1.322 en 2022 (Ver El País, España, 14 de julio de 2023). Los datos han sido confirmados por el Primer informe nacional de homicidios consumados, elaborado por el Centro Nacional........

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