A La Estrella, cerca de Medellín, venimos cada seis meses. Aquí, una de mis mayores satisfacciones ha consistido en aprender a fotografiar pájaros. Por decenas, al árbol que queda frente del balcón del apartamento de mi suegra llegaban azulejos, carpinteros, canarios, siriríes, guacharacas y pericos.

Hasta las ramas altas, subían las ardillas para cortar las vainas que dejan las flores del árbol, sacarles las semillas para comérselas y aprovechar la pelusa que queda quizás para hacer sus viviendas.

Esas flores son como copas blancas, por lo cual ha sido usual que allí sacien su sed carpinteros y canarios o las aprovechen para bañarse. Antes de las seis de la tarde, los murciélagos ocupaban los mismos cálices para beber y asearse. Sabíamos que para el 24 y el 31, abundantísimas explosiones de pólvora que por horas llegan a opacar el aire, también ahuyentan a todos estos animales. Sin embargo, para el día de inocentes o hacia el dos de enero, ya toda esa fauna volvía a aparecer.

El árbol está en una especie de reserva forestal con pinos, eucaliptos y hasta un pequeño gradual. En asocio con vecinos interesados en la defensa de ese medio, los urbanizadores se comprometieron a preservarlo. Pese a ese propósito, este año tuvo lugar un cambio. Una vecina de los pisos más bajos alegó que las ramas del balso amenazaban con metérsele por el balcón y dizque facilitar que todos esos “bichos” aparecieran en su sala. Se valió de unos supuestos jardineros que sin ninguna clase de profesionalismo le echaron machete a las ramas que la incomodaban, de modo que ahora hay cada vez más vástagos con señales de sequía y muerte.

Por si fuera poco, “desyerbaron” el rastrojo que siempre había cubierto las laderas. Vista como maleza y basura, esa cubierta vegetal había consistido en seguro para que a las pendientes no se las llevaran las corrientes Quedan así en riesgo hasta los transeúntes que tienen que usar la vía de acceso al conjunto.

Lo de menos es que un aficionado pierda la ocasión de mejorar sus técnicas para fotografiar animales ariscos o veloces. Lo de más es esa inconsciencia persistente que he documentado en anteriores columnas, como la que se refirió a los potentes vehículos de doble transmisión que circulaban por el camino de herradura que pasa dentro de la reserva forestal de monte Águila en Guasca o las referentes a la deforestación del alto bosque andino de Cundinamarca.

Hoy en día niños y niñas reciben educación sobre la forma como el futuro de los seres humanos depende del respeto que merecen selvas, aguas, ranas y aves, ¿cómo hacer con sus padres y madres de percepciones y conductas contrarias? Hay un gran énfasis político, mediático y de redes que privilegia la salvaguardia de la Amazonia, pero mucho menos la del Pacífico o las montañas andinas.

Pasados veinte años de vivir en una vereda, nos sorprende cómo se ha recuperado el bosque de los predios de quienes se han comprometido con la preservación de los nacederos que alimentan los acueductos rurales. Sangregados que se suponía no pasarían de los dos metros, hoy no sólo llegan a los diez, sino que están rodeados hongos de colores y formas insospechadas y albergan toches, torcazas, cucaracheros, piquigruesos dorsiamarillos, colibríes estrellita ventriblanca, búhos, pavas de monte, ardillas y zarigüeyas. Sin embargo, en los alrededores hay quienes persisten en considerar que se trata de una gente medio loca, empeñada en dejar que pastizales que pueden alimentar vacas lecheras, hoy estén llenos de “chiquero”.

Uno desea que las campañas que emprenden los medios de comunicación de masas o las que refuerza Facebook contribuyan a cambiar la relación de las mayorías citadinas y rurales con la naturaleza. Por pronto que suceda, quizás sea demasiado tarde no sólo para un balso que albergue pájaros, roedores y chimbilaes, sino para todo el bosque andino.

* Miembro fundador, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional. Director Nueva Revista Colombiana del Folclor.

QOSHE - El balso - Jaime Arocha
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El balso

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02.01.2024

A La Estrella, cerca de Medellín, venimos cada seis meses. Aquí, una de mis mayores satisfacciones ha consistido en aprender a fotografiar pájaros. Por decenas, al árbol que queda frente del balcón del apartamento de mi suegra llegaban azulejos, carpinteros, canarios, siriríes, guacharacas y pericos.

Hasta las ramas altas, subían las ardillas para cortar las vainas que dejan las flores del árbol, sacarles las semillas para comérselas y aprovechar la pelusa que queda quizás para hacer sus viviendas.

Esas flores son como copas blancas, por lo cual ha sido usual que allí sacien su sed carpinteros y canarios o las aprovechen para bañarse. Antes de las seis de la tarde, los murciélagos ocupaban los mismos cálices para beber y asearse. Sabíamos que para el 24 y el 31, abundantísimas explosiones de pólvora que por horas llegan a opacar el aire, también ahuyentan a todos estos animales. Sin embargo, para el día de inocentes o hacia el dos de enero, ya toda esa fauna volvía a aparecer.

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