En esta última columna de 2023, les agradezco a los editores de El Espectador y a quienes me leen por su hospitalidad y paciencia. Les deseo que 2024 les ofrezca 365 días de vida plena.

Despertaba de la anestesia total cuando vi a una enfermera negra. En medio de una adusta sala de cuidados coronarios, dio cinco pasitos como los del currulao con el cual se regodean las marimbas del Festival Petronio Álvarez de Música del Pacífico. Su amplia sonrisa me ratificó cómo hay gente afro con la cualidad de iluminar y alegrar los espacios que ocupa. Con tranquilidad, quería decirle que su presencia era muestra de que el país cambiaba, que éramos testigos de los efectos que ya tenía una Francia en la Vicepresidencia, una Aurora en el Ministerio de Educación y una Yesenia en Ciencia, Tecnología e Innovación. Sin embargo, la dicha me encharcó los ojos y entrecortó la voz. Ella reaccionó consolándome, pero le recalqué que, por el contrario, no podía sentirme mejor.

Minutos después llegó el veterano director de la unidad, con un grupo de estudiantes avanzados, entre quienes estaba otra joven afro, por lo cual me pregunté si al fin entre los oficios de su gente dejarían de preponderar los del servicio. Pensé que quizás sí, cuando se presentó el residente Shonn Harland Riascos Castillo. Le pregunté si era de Buenaventura, a partir del supuesto de que a las personas de ascendencia africana les habían reemplazado sus apellidos por los de los amos y que las minas de estos se extendieron por pueblos y cursos de agua específicos. Me respondió que su papá era de Merizalde, pero nunca había ido por allá. Lo fundó un sacerdote muy apreciado, le respondí, sin que lograra recordar el nombre. Que volviera más tarde, a ver si rememoraba, pero ni yo pude, ni él volvió.

Ya en casa, además de referencias bibliográficas, encontré un video para dummies que resume algunas de las características de esa aldea ribereña: que la fundó fray Bernardino Merizalde Morales el nueve de marzo de 1935; que es corregimiento de Buenaventura al cual rodean minas mecanizadas; que tiene un templo imponente, con dos torres y una estatua del Sagrado Corazón sobre el techo del altar mayor. Si él es patrono del puerto, ¿Cómo es que los padres del doctor Riascos no viajan para su fiesta anual? Además de religiosas, esas celebraciones tan naturalizadas son la ocasión para que quienes han emigrado regresen a sus sitios de origen. No obstante, ese corregimiento está a orillas del río Naya, de modo que con seguridad los grupos armados impiden la libre movilidad y, por lo tanto, comprometen el afianzamiento de los vínculos sociales y religiosos que los convierten en miembros de colonias afropacíficas como las de Bogotá, Medellín y Cali.

La enfermera se llamaba Jaqueline Palacios Perea. Apellidos muy baudoseños le comenté, pero ella se limitó a contestar que su familia había llegado del Chocó. No supe si a los padres de ella la violencia también les había puesto en riesgo aquel arraigado hábito de cartografiar la proveniencia de madres, padres, abuelas, abuelos y demás parientes. De ahí que quienes acaban de conocerse recorran sus genealogías para hallar nexos compartidos dentro de las familias extendidas, costumbre que Velia Vidal no pudo evitar cuando entrevistó a la líder sanjuaneña Elizabeth “Chava” Moreno luego de haber recibido de ACNUR el premio Nansen de derechos humanos. La integración a la vida capitalina de quienes ha desterrado el conflicto armado, ¿compromete las memorias étnicas y debilita las conversaciones que permiten reconocer los vínculos que unen a las personas con esos enormes troncos de parientes que tienen localizaciones específicas en el Afropacífico? Preguntas para investigaciones por venir. Por ahora, mi experiencia en la Clínica Shaio siquiera evidenció un surgimiento antirracista, así sea por fracciones.

* Minchitas: “Porción muy pequeña de algo”, según el Diccionario de colombianismos que publicó el Instituto Caro y Cuervo en 2018.

** Miembro fundador, Grupo de estudios afrocolombianos, Universidad Nacional. Director Nueva Revista Colombiana del Folclor.

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¿Minchitas de antirracismo?

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19.12.2023

En esta última columna de 2023, les agradezco a los editores de El Espectador y a quienes me leen por su hospitalidad y paciencia. Les deseo que 2024 les ofrezca 365 días de vida plena.

Despertaba de la anestesia total cuando vi a una enfermera negra. En medio de una adusta sala de cuidados coronarios, dio cinco pasitos como los del currulao con el cual se regodean las marimbas del Festival Petronio Álvarez de Música del Pacífico. Su amplia sonrisa me ratificó cómo hay gente afro con la cualidad de iluminar y alegrar los espacios que ocupa. Con tranquilidad, quería decirle que su presencia era muestra de que el país cambiaba, que éramos testigos de los efectos que ya tenía una Francia en la Vicepresidencia, una Aurora en el Ministerio de Educación y una Yesenia en Ciencia, Tecnología e Innovación. Sin embargo, la dicha me encharcó los ojos y entrecortó la voz. Ella reaccionó consolándome, pero le recalqué que, por el contrario, no podía sentirme mejor.

Minutos después llegó el veterano director de la unidad,........

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