Cuando el cuerpo ahogado de Percy Bysshe Shelley apareció varado en las playas de Viareggio, uno de sus amigos, tal vez Byron, identificó el cadáver, tan descompuesto que resultaba irreconocible, por la ropa y sobre todo por algo que llevaba en el bolsillo de la chaqueta: un poema en prosa de Keats, “Lamia”. Después de haber fallecido por el agua, el cuerpo de Shelley fue reducido a cenizas por el fuego en esas mismas playas del golfo de La Spezia.

Dicen que su corazón, calcificado en parte por la tuberculosis, resistió a las llamas y fue guardado en formol por uno de sus amigos, el poeta Leigh Hunt. En su lápida romana se labró esta inscripción: Cor Cordium (corazón de corazones), y también esta cita de La tempestad de Shakespeare: “De él apenas queda nada / el mar lo ha transformado / en algo rico y extraño”. Cuenta Richard Holmes, uno de sus biógrafos, que un periódico conservador de Londres, el Courier, empezaba el breve obituario del poeta con estas palabras: “Shelley, el escritor de cierta poesía incrédula, se ahogó: ahora sabe si Dios existe o no”. Esto ocurrió hace un siglo; de ese periódico no se acuerda nadie; a Shelley se le quiere y lee todavía.

Al morir, Shelley tenía 30 años menos un mes. Keats había fallecido el año anterior a los 25 años, en Roma, con los pulmones destrozados por la tuberculosis; Byron moriría dos años más tarde, luchando contra los turcos en el golfo de Corinto, pero no sucumbió por el fuego enemigo, como hubiera querido su corazón romántico, sino por el aire, o por falta de aire, es decir, por la misma enemiga de todos los pulmones de sus colegas poetas contemporáneos: la tisis.

Ninguno de ellos ansiaba vivir mucho. Entre una vida intensa y una vida larga, escogían la primera. Ya a los 20 años Shelley había escrito, como cita también Holmes, su biógrafo: “La vida de un hombre de talento y virtud, que debería morir a los 30 años, es –en lo que respecta a sus propios sentimientos– más larga que la de un miserable esclavo de los curas, que sueña con vivir un siglo embotado... Tal vez la efímera luciérnaga disfruta de una vida más larga que la tortuga”.

Tanto Shelley como Byron se mandaron construir un velero en Italia. El de Shelley se llamaba Don Juan; el de Byron, Bolívar. El naufragio del Don Juan fue la causa de que Shelley, mal nadador, mal de los pulmones, se ahogara. Byron navegó en el Bolívar hasta Lepanto, soñando con otra batalla quijotesca y con la independencia de Grecia.

Aire, fuego, agua, tierra. Es curioso que todavía hoy los antiguos elementos nos sigan fascinando. Borges, poeta ya muy curado de espantos, de romanticismo y de vida bohemia, falleció de cáncer de hígado. Él, que no bebía alcohol y que pasaba las comidas con leche de la pampa. No era propiamente un deportista, pero amaba caminar, como casi todos los grandes poetas, y también nadar. En su memorable “Poema del cuarto elemento” lo declara así en su último cuarteto: “Agua, te lo suplico. Por este soñoliento / nudo de numerosas palabras que te digo, / acuérdate de Borges, tu nadador, tu amigo. / No faltes a mis labios en el postrer momento”.

Si yo tuviera que escoger un elemento para vivir y morir, escogería también el agua. No conozco dicha igual que desnudarme y sumergirme en la primera experiencia de nuestro sistema nervioso central: flotar ingrávidos en el líquido amniótico. No tenemos memoria de esto, claro está, como no la tenemos de los primeros años de vida, cuando pasamos de mamíferos a reptiles, a cuadrúpedos, al fin a bípedos. Pero al entrar en el agua y retener el aire en los pulmones, al mover libremente hasta el último milímetro de nuestro cuerpo sin percibir roces ni ruido ni golpes de dolor, sentimos algo profundo y antiguo, parecido a la dicha de nuestro pasado más remoto, el origen común de todo lo viviente: el regreso al mar, al agua del mar, tan salada como la sangre o como las lágrimas.

QOSHE - De nuevo por el agua o por el fuego - Héctor Abad Faciolince
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De nuevo por el agua o por el fuego

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21.01.2024

Cuando el cuerpo ahogado de Percy Bysshe Shelley apareció varado en las playas de Viareggio, uno de sus amigos, tal vez Byron, identificó el cadáver, tan descompuesto que resultaba irreconocible, por la ropa y sobre todo por algo que llevaba en el bolsillo de la chaqueta: un poema en prosa de Keats, “Lamia”. Después de haber fallecido por el agua, el cuerpo de Shelley fue reducido a cenizas por el fuego en esas mismas playas del golfo de La Spezia.

Dicen que su corazón, calcificado en parte por la tuberculosis, resistió a las llamas y fue guardado en formol por uno de sus amigos, el poeta Leigh Hunt. En su lápida romana se labró esta inscripción: Cor Cordium (corazón de corazones), y también esta cita de La tempestad de Shakespeare: “De él apenas queda nada / el mar lo ha transformado / en algo rico y extraño”. Cuenta Richard Holmes, uno de sus biógrafos, que un periódico conservador de Londres, el Courier, empezaba el breve obituario del poeta........

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