El Gobierno nacional está dando pasos para despenalizar ciertas actividades productivas ligadas a la marihuana, la hoja de coca y la amapola. Usos médicos, científicos e industriales, que no culminan con la producción de alcaloides o drogas psicoactivas, serían legales.

Este Gobierno, igualmente, ha defendido la dosis personal de marihuana y la potestad que tiene una persona adulta de consumirla o no. No faltaría más, si es una persona mayor, está en su derecho de tomar esa decisión, que en todo caso opera en el ámbito de su vida íntima.

Este Gobierno, asimismo, ha determinado darle un manejo distinto al represivo y judicial, cuando se trata del campesino cultivador de hoja de coca. Ha decidido no perseguirlo, no desplazarlo, no criminalizarlo, no dispararle y, por supuesto, no echarles veneno desde una avioneta a los cultivos de esa planta y, por el camino, a las cementeras, al agua, a los bosques, a los pulmones y a la piel de la gente.

La semana pasada veía un debate en una comisión del Senado en el que congresistas del Centro Democrático se oponían ferozmente a iniciativas y posturas de esta naturaleza, como si les diera pavor. Como si sintieran que consumir drogas es pecaminoso, y no lo es. Consumir drogas no es un pecado y no consumir drogas no es una virtud. No en el sentido del comportamiento personal, no necesariamente, creo. Y me temo que tampoco en el sentido moral o teologal.

No consumo nada, pero hay gente muy buena, generosa, decente, amorosa y justa que ha fumado marihuana toda su vida. Son mejores personas que tantos simuladores que siempre “han dado una lucha denodada contra las drogas”. Se da el caso frecuente de que algunos de ellos son, además, delincuentes de cuello blanco, tramposos y hasta asesinos, y nunca se han fumado ni un bareto.

Lo que pasa con consumir drogas es que es malo para la salud, por lo menos en ciertas circunstancias. Por eso es un problema de salubridad pública, no un problema moral. Y la manera de contener ese problema es proteger a los niños, niñas y adolescentes, asegurarse de que desde chiquitos sepan que las drogas les pueden hacer daño y les pueden llegar a enredar mucho la vida, y por supuesto, de que, en el ejercicio de su derecho, un adulto que decide consumir no afecte a los niños, no los incite, no los perturbe, no los confunda. Tener zonas para consumir y poner a salvo siempre a los chiquitos.

Es de bola-bola. La “guerra contra las drogas” no solo ha hecho más poderosos a los carteles y a los traficantes, sino que en 50 años ha elevado incesantemente el consumo en el mundo entero. No ha servido para nada. Es necesario cambiar de visión y de estrategia.

Y esto empieza por la sociedad, por nosotros. No hay que perseguir al adulto que consume, hay que dejarlo tranquilo, él verá, allá él. Mientras no afecte a los demás, está en su derecho.

El que no consume drogas no es superior moralmente al que las consume. No necesariamente.

QOSHE - La sociedad persecutoria - Gonzalo Mallarino Flórez
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La sociedad persecutoria

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06.12.2023

El Gobierno nacional está dando pasos para despenalizar ciertas actividades productivas ligadas a la marihuana, la hoja de coca y la amapola. Usos médicos, científicos e industriales, que no culminan con la producción de alcaloides o drogas psicoactivas, serían legales.

Este Gobierno, igualmente, ha defendido la dosis personal de marihuana y la potestad que tiene una persona adulta de consumirla o no. No faltaría más, si es una persona mayor, está en su derecho de tomar esa decisión, que en todo caso opera en el ámbito de su vida íntima.

Este Gobierno, asimismo, ha determinado darle un manejo distinto al represivo y judicial, cuando se trata del campesino cultivador de hoja de coca. Ha decidido no perseguirlo, no........

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