Empecé a bajar a Anapoima hace 50 años.

El amor por esa tierra ha sido muy intenso. Su calor suave, dulce y aromoso. Los árboles enormes, los guayacanes y los caracolíes cargados de gorjeos y de flores que caen al piso dando vueltas en el aire. Las palmeras, las buganvilias, los chicalás de flores amarillas, la luz que rebrilla en el agua y por las tardes deja caer un polvo fino, como polen, sobre las montañas, sobre la sombra de las vegas. Tierra amorosa del corazón, hace ya mil años los hijos empezaron allí a correr sobre el pasto suculento y a empaparse de gotas las pestañas.

Me demoraba un poco menos de dos horas en llegar desde Bogotá. Puerta a puerta. En un veraneo largo, alcanzaba a volver a Bogotá a alguna cosa de trabajo, y volvía sin problema el mismo día. En fin... Hacía varios años no iba, desde 2017, y este final de 2023 volví, volvimos. Había una razón muy poderosa. Solo que ahora me demoré siete horas.

Miles y miles de carros en fila india, por un solo carril de bajada. Y durante las siete horas los carriles de subida, dos, muy amplios, casi vacíos por completo. De vez en cuando subía alguien, un carro, una moto, un ciclista. Mientras tanto, decenas de miles de personas atascadas en el único carril dispuesto para la bajada. Todos mirábamos por las ventanillas hacia los carriles vacíos. No entendíamos qué estaba pasando.

Ya después de la Gran Vía, empezando el último tramo de la bajada, ampliaron a dos carriles, y llegando al peaje de San Pedro, a cinco. Nos esperanzamos. Pero no sabíamos la desgracia que nos esperaba allí. No había las cabinas de pago suficientes, ni el menor orden, ni la menor lógica. Estuvimos detenidos una hora y media. No entendíamos qué pasaba y mirábamos otra vez desconsolados por las ventanillas, a ver si alguna autoridad venía, a ver si algo cambiaba.

¿Quién maneja estas cosas en nuestro país? ¿Por qué somos tan precarios, tan chambones, tan indolentes? ¡Dos carriles vacíos, inutilizados, desperdiciados! Anchos, despejados, en silencio como en otra dimensión, en otra realidad. En fin. Llegamos como envejecidos, agotados, como cubiertos de sombra. Yo con el terrible dolor de espalda de estos años, pensando que esta era otra cosa que había perdido, que la vida me había quitado con el paso del tiempo. Ese aire de telas dulces de calor, que dije antes.

Sin embargo, había existido una razón muy poderosa para volver. Y era que ahora, por la primera vez, teníamos entre los brazos a unos niños nuevos. Un niño y una niña. Y tengo que aceptar que el amor tan intenso, tan renovador, tan vivificante por la tierra caliente, revivió. Y ya pude ver a los chiquitos, a los nietecitos, allí. Sus espaldas dulces, sus manos llenas de agua y de polen y de luz. Y vi otra vez el sol rebrillando y sentí el aroma y recordé los gorjeos. La celebración intemporal.

QOSHE - Consuelo de la tierra caliente - Gonzalo Mallarino Flórez
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Consuelo de la tierra caliente

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03.01.2024

Empecé a bajar a Anapoima hace 50 años.

El amor por esa tierra ha sido muy intenso. Su calor suave, dulce y aromoso. Los árboles enormes, los guayacanes y los caracolíes cargados de gorjeos y de flores que caen al piso dando vueltas en el aire. Las palmeras, las buganvilias, los chicalás de flores amarillas, la luz que rebrilla en el agua y por las tardes deja caer un polvo fino, como polen, sobre las montañas, sobre la sombra de las vegas. Tierra amorosa del corazón, hace ya mil años los hijos empezaron allí a correr sobre el pasto suculento y a empaparse de gotas las pestañas.

Me demoraba un poco menos de dos horas en llegar desde Bogotá. Puerta a puerta. En un veraneo largo, alcanzaba a volver........

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