Los otros días, por amable invitación de Juan Manuel Echavarría, estuve viendo su exposición antológica (en colaboración con Fernando Grisales) llamada Cuando la muerte empezó a caminar por aquí. La exposición está en este momento en el Museo de la Universidad de Antioquia y tuve, gracias a una querida y admirada amiga común, el privilegio de contar con la guía del propio Echavarría.

La exposición pretende narrar “la guerra que no hemos visto”. Tiene diversas secciones, que van desde trabajos tempranos (“Corte de florero”) hasta una serie de fotos y objetos de campamentos abandonados por las FARC, pasando por retratos, videos (los de los “Silencios”) y otras colecciones. El conjunto produce un efecto extraordinario, entre otras cosas por el esfuerzo deliberado del autor de no permitirse una representación cruda, directa, de los efectos de nuestro “conflicto armado” (de entrada, me gustó que el autor, en lugar de este insípido legalismo, se decantara por “guerra”). Casi todo es oblicuo, pero sugerente y durísimo. Particular impresión me causó la serie “Réquiem NN”. La historia subyacente parte el alma, pero también echa a volar la imaginación. A lo largo de los años, varias familias de Puerto Berrío recogían cadáveres del río. Eran restos de desaparecidos. Los “adoptantes” de esos cuerpos los humanizaban: les daban nombres, les pedían favores, les construían lápidas bonitas, los rescataban de un espantoso olvido. Una forma de resucitar, en realidad. Tremendamente poderosas son también las pinturas de excombatientes sobre su experiencia bélica y vital.

De la visita saqué tres conclusiones. La primera, recomendar asistir a la retrospectiva: habrá una alta probabilidad de que se enfrenten a “una guerra que no han visto”. A propósito, vi a muchos jóvenes y estudiantes, pero también a muchos visitantes externos en la exposición. Eso me animó (también, claro, el dinámico y ultracompetente personal del museo). Al parecer, aquella (la exposición) llegará a Bogotá en un par de meses. ¡Vayan! Segunda, que ese método indirecto, alusivo pero no evasivo ni eufemístico, logra lo que tal vez sería inalcanzable para otro enfoque: llevarnos de manera tolerable a través de nuestro desfile de horrores (precisamente porque sólo ocasionalmente aparecen de manera directa). El espejo roto de la guerra colombiana en el que nos reflejamos, de una manera u otra. En la guerra, decía Erasmo, la seguridad de un hombre es la destrucción de otro, el regocijo de uno es el luto de otro. Cuánta razón tenía. Por eso, insistía, aman la guerra quienes no la hayan vivido (cito de memoria). Es decir, los ignorantes, a la vez agresivos y entusiastas, o gentes en el extremo de la desesperación, o nuestros maliciosos partidarios de ella, que pueden hacerla, por nuestro inveterado clasismo, por interpuesta persona.

Tercera, en fin, que la operación de denunciar esos horrores y a la vez humanizar a los excombatientes y poner sus experiencias en conversación está ahí. Creo que esta doble operación es absolutamente fundamental para la sociedad colombiana. Claro que sería ingrato no recordar a los muchos que lo han hecho. Pero aquí se cristalizó de una manera particularmente poderosa.

Como si no fuera suficiente, los colegas del Instituto de Estudios Políticos me hicieron llegar dos libros recién salidos del horno de la gran María Teresa Uribe, a quien considero uno de los clásicos de nuestras ciencias sociales.

Pero… tuvimos esta semana la triste noticia del deceso de Rodrigo Pardo. Como periodista, dejó un magnífico legado de rectitud, para no hablar ya de su claridad en el análisis de nuestra complicada coyuntura política. Fue un valiente, que detestaba las estridencias pero a la vez sabía muy bien cuándo pararse en la raya. Su ecuanimidad no tenía nada que ver con la equidistancia; de nuevo, una gran lección para la Colombia de hoy. No lo conocí bien, pero siempre que lo vi me pareció, simple y llanamente, una excelente persona. Un reflexivo que sabía escuchar. Paz en su tumba.

QOSHE - Una visita - Francisco Gutiérrez Sanín
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23.02.2024

Los otros días, por amable invitación de Juan Manuel Echavarría, estuve viendo su exposición antológica (en colaboración con Fernando Grisales) llamada Cuando la muerte empezó a caminar por aquí. La exposición está en este momento en el Museo de la Universidad de Antioquia y tuve, gracias a una querida y admirada amiga común, el privilegio de contar con la guía del propio Echavarría.

La exposición pretende narrar “la guerra que no hemos visto”. Tiene diversas secciones, que van desde trabajos tempranos (“Corte de florero”) hasta una serie de fotos y objetos de campamentos abandonados por las FARC, pasando por retratos, videos (los de los “Silencios”) y otras colecciones. El conjunto produce un efecto extraordinario, entre otras cosas por el esfuerzo deliberado del autor de no permitirse una representación cruda, directa, de los efectos de nuestro “conflicto armado” (de entrada, me gustó que el autor, en lugar de este insípido legalismo, se decantara por “guerra”). Casi todo........

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