Cuando hace veinte años Gabriel García Márquez publicó su novela Memoria de mis putas tristes le cayeron rayos y centellas, abominaciones o groserías, insultos y censuras. Lo políticamente correcto estaba empezando a dominar el planeta y la ideología woke, aún en gestación, ya le exigía a la ficción literaria ser tan casta, embustera o ultramontana como el dogma católico.

Gustavo Arango, el escritor colombiano que catapultó la publicación de En agosto nos vemos con un magistral artículo en la revista Confabulario, del periódico El Universal, de Ciudad de México, afirma en otra parte que “la crítica reciente juzga a veces a los autores por la moral de sus personajes”. Según estas almas benditas, García Márquez hizo “apología de la prostitución infantil y/o juvenil” con su novela porque el protagonista se enamora de una virgen adolescente (¿o adolescente virgen?) a la que vela el sueño con vetusta y sobresaltada pasión.

“La noche de su cumpleaños le canté a Delgadina la canción completa, y la besé por todo el cuerpo hasta quedarme sin aliento: la espina dorsal, vértebra por vértebra, hasta las nalgas lánguidas, el costado del lunar, el de su corazón inagotable. A medida que la besaba aumentaba el calor de su cuerpo y exhalaba una fragancia montuna. Ella me respondió con vibraciones nuevas en cada pulgada de su piel, y en cada una encontré un calor distinto, un sabor propio, un gemido, y toda ella resonó por dentro con un arpegio y sus pezones se abrieron en flor sin tocarlos”.

¿Quién es el bribón? Es un profesor de bachillerato solterón y nonagenario al que sus malquerientes apodan Mustio Collado por alusión a unos versos de Rodrigo Caro: “Estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora, campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo Itálica famosa”. Él se embelesa con la dormida desnudez de la chiquilla, la besa con ternura sin límites, como se pudo apreciar, y la idolatra como se idolatra un amor asimétrico o imposible.

Memoria de mis putas tristes es una exquisita nouvelle (apenas 110 páginas en la edición de Debolsillo, marzo de 2024), inspirada en La casa de las bellas durmientes, 1961, de Yasunari Kawabata, premio Nobel 1968, época feliz en que la higienización mental y física no se había aún adueñado de este mundo de duras razones. Está plagada de vocablos de configuración nobelesca, así como se lee, con la b de Nobel, no la v de novelesca: sólito, jeme, malapodán, plafondo, gonfia, frémito... (No incluyo esas palabras en mi vademécum pa’ que sufran, pirobos). Y también está plagada de consejos sabios, como este de Rosa Cabarcas, proxeneta de toda la vida de Mustio Collado: “No te vayas a morir sin probar la maravilla de tirar con amor”. Él, “jubilado pero no vencido”, ha sobrevivido con vigor a la furia del puritanismo y la hipocresía moral. ¡Gloria a Dios!

Rabito: “Descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma sino un signo del zodíaco”. Gabriel García Márquez. Memoria de mis putas tristes. 2004.

Rabillo: En agosto nos vemos es otra novela bella, sutil y garciamarquiana a cabalidad. Digno final de fiesta para la obra de un profeta sinigual.

Rabico: Misiá Cecilia Orozco Tascón ha sido, es y será una periodista ejemplar. ¡Albricias por su vida y su trabajo!

@EstebanCarlosM

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¿Te gustan las putas tristes?

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09.03.2024

Cuando hace veinte años Gabriel García Márquez publicó su novela Memoria de mis putas tristes le cayeron rayos y centellas, abominaciones o groserías, insultos y censuras. Lo políticamente correcto estaba empezando a dominar el planeta y la ideología woke, aún en gestación, ya le exigía a la ficción literaria ser tan casta, embustera o ultramontana como el dogma católico.

Gustavo Arango, el escritor colombiano que catapultó la publicación de En agosto nos vemos con un magistral artículo en la revista Confabulario, del periódico El Universal, de Ciudad de México, afirma en otra parte que “la crítica reciente juzga a veces a los autores por la moral de sus personajes”. Según estas almas benditas, García Márquez hizo “apología de la prostitución infantil y/o juvenil” con su novela........

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