Desde el año 2007 nuestra economía ha ido evolucionando en una cierta espiral de deuda, déficit, y consecuentemente mayor presión fiscal que, de una u otra manera, nos obligan a realizar un ejercicio de reflexión unido a un cierto diseño de estrategias y acción. Me explico, en ese momento, la deuda pública sobre PIB registró su cota más baja desde el ingreso de España en la UE (35,8%), posteriormente, el endeudamiento del sector público en términos nominales se ha multiplicado por más de 3 veces y ha aumentado en más de 74,1 puntos en términos de PIB (109,9%,1.577 millones) hasta el último trimestre del 2023.

Parece razonable detener cuanto antes el crecimiento nominal de la deuda y reducir de forma real su peso en el PIB cuando la partida de los intereses de la deuda va a superar ya el 3,5% del PIB en 2024, alcanzando la cifra nada desdeñable de 41.000 millones. Si bien es cierto que este porcentaje ha bajado en 2023, y se espera lo haga en 2024, ha sido mayormente consecuencia del efecto de la inflación en la cifra final del denominador, o sea en el PIB nominal.

Este exceso de deuda y déficit, ¿realmente tiene consecuencias?, la respuesta es que en el corto plazo no se nota, como el "colesterol malo", pero en el largo plazo sí. La explicación es sencilla a partir de ciertos datos: desde 2007, España ha descendido en el ránking de las principales potencias mundiales; nuestra convergencia con la UE en términos de renta per cápita se ha visto muy comprometida, y la renta media española ha pasado de ser un 4,4% superior a la renta media de la UE en 2007 a representar el 85,6% de la misma en 2022; la tasa de paro se sitúa en el 12%, situándonos prácticamente a la cabeza del paro en la UE; y finalmente, hemos sido de los últimos en recuperar el PIB prepandemia.

¿Tendríamos otra foto si nuestra deuda fuese mucho menor y, además, la que se tuviera estuviera dedicada exclusivamente a financiar el denominado gasto productivo y aquel gasto explicado con estrictos criterios de eficiencia y eficacia? No dudamos de que sí. Con esta realidad, el año 24 presenta cambios geopolíticos relevantes, pues a los ya existentes y conocidos -el conflicto bélico en Ucrania, conflicto bélico de Israel-Hamás con sus tensiones derivadas hacia el comercio a través del Mar Rojo o situación económica de China-, no podemos dejar de añadirle, que en el mes de noviembre habrá elecciones en EEUU, y en junio en la UE, con las habituales ralentizaciones en la toma de decisiones y los ajustes que se derivarán en ambas áreas geográficas.

Los resultados electorales, unidos a los cambios ya conocidos en los contrapesos políticos de diversos estados miembros, junto con el retorno a la ortodoxia de las reglas fiscales de la UE, parecen anunciar que se ha terminado el período de laxitud. Los países con mayor capacidad de influencia y liderazgo serán aquellos que, como dice el refrán popular "además de serlo lo parezcan"; es decir, los que menos tengan y mejor gestionen su deuda pública, y además menos déficit estructural presenten.

Visto esto, ¿qué le deberíamos pedir a un año, el 2024, que ya nos ha llegado con una anunciada y confirmada desaceleración económica? Algunos colegas la consideran transitoria, hasta mediados de año, pero en mi opinión esta afirmación habría que ponerla en cuarentena hasta ver como resultan y que camino toman los hechos narrados, esperando que además no aparezca ninguna otra brecha geopolítica adicional.

Mientras tanto, creo que es la hora de una de las mejores y ansiadas recetas: productividad. Debemos dejar operar al mercado de trabajo, por sectores y con garantías y mínimos para los trabajadores, obviamente y como siempre, pero sin los corsés de las excesivas regulaciones que ya nos sitúan en una pérdida del 18% sobre la media de los países desarrollados de la OCDE.

Hay que buscar, diseñar e implementar iniciativas, con un alto grado de consenso, que den estabilidad real al empleo y, sobre todo, mejoren la eficiencia del mercado a la hora de casar oferta y demanda para dos segmentos de la población especialmente afectadas: los jóvenes y los mayores de 50 años, que concentran el grueso del desempleo.

Al mismo tiempo, es necesario contener los costes laborales vía menores impuestos sobre el factor trabajo, obviarlo es condenarlo. En el fondo, hablar de estabilidad y progreso salarial es hablar de productividad, quizás 2024 es el momento de apostar por un consejo nacional de la productividad, riguroso e independiente, que colabore para el diseño de estrategias y control de las acciones.

Asimismo, parece evidente la necesidad de aplicar reformas sobre el marco educativo y una estrategia, perfectamente calendarizada, de modernización de sectores productivos, muchos de ellos abocados a una reconversión económica y laboral, que no se debería retrasar y para lo que sin duda deben ser utilizados con ahínco y cierta perseverancia los fondos europeos Next Generation. Valorar a las empresas, apreciar la cultura del mérito, salvaguardar e incentivar las políticas de desarrollo sostenible y la seguridad jurídica en los ámbitos que más afectan a los ciudadanos -por ejemplo, en el caso de la vivienda- parecen también políticas muy aconsejables para el corto plazo. Todo ello debería darnos como resultado el que seamos capaces de tener un modelo productivo y un necesario calendario de reformas estructurales muy reconocibles y fácilmente explicables, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.

Por último, y dada la importancia que tienen para nuestro país los órganos reguladores y supervisores de los diferentes ámbitos económicos, sería conveniente seguir apoyándolos y potenciándolos para que puedan continuar desarrollando adecuadamente su función, como hasta la fecha, función ésta que resulta fundamental en una economía abierta como la nuestra. Sin duda, esta sería, junto a todo lo bueno que ya tenemos como país, una Economía 2.4 para el año 2024

QOSHE - Una economía 2.4 para el año 2024 - Salvador Marín
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Una economía 2.4 para el año 2024

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06.01.2024

Desde el año 2007 nuestra economía ha ido evolucionando en una cierta espiral de deuda, déficit, y consecuentemente mayor presión fiscal que, de una u otra manera, nos obligan a realizar un ejercicio de reflexión unido a un cierto diseño de estrategias y acción. Me explico, en ese momento, la deuda pública sobre PIB registró su cota más baja desde el ingreso de España en la UE (35,8%), posteriormente, el endeudamiento del sector público en términos nominales se ha multiplicado por más de 3 veces y ha aumentado en más de 74,1 puntos en términos de PIB (109,9%,1.577 millones) hasta el último trimestre del 2023.

Parece razonable detener cuanto antes el crecimiento nominal de la deuda y reducir de forma real su peso en el PIB cuando la partida de los intereses de la deuda va a superar ya el 3,5% del PIB en 2024, alcanzando la cifra nada desdeñable de 41.000 millones. Si bien es cierto que este porcentaje ha bajado en 2023, y se espera lo haga en 2024, ha sido mayormente consecuencia del efecto de la inflación en la cifra final del denominador, o sea en el PIB nominal.

Este exceso de deuda y déficit, ¿realmente tiene consecuencias?, la respuesta es que en el corto plazo no se nota, como el "colesterol malo", pero en el largo plazo sí. La explicación es sencilla a partir de ciertos datos: desde 2007, España ha descendido en el ránking de las principales potencias mundiales; nuestra convergencia con la UE en términos de renta per cápita se ha visto muy comprometida, y la........

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