Entiendo la tentación de hacerlo, claro. Para eso se le ha puesto, pero es un mandado. Y no comprendo, ni acepto, ningún tipo de descalificación por su apariencia física. Creo que insultar no es un derecho. Y considero que lo eficaz es ir al fondo de las cosas. Analizar la triple función que está cumpliendo resulta más productivo y hasta más divertido.

Óscar Puente ha sido puesto donde está para cumplir con una tarea muy específica en la fase crepuscular del Gobierno. Seguramente, no sea tan detestable como pueda parecer. Solo es un profesional leal. Sabe perfectamente que la gestión es secundaria, que no necesita un discurso, y que todo su mensaje cabe dentro de un tono. Ahí está su habilidad.

Es, por lo tanto, un especialista en hostilidad. Un francotirador de agresividad que le resulta útil a Sánchez en tres ámbitos: le basta para tensar a las bases, le vale para embarrar la comunicación, y le sirve para ahondar en el deterioro de nuestra vida democrática.

Los seres humanos tendemos a dejarnos engañar por un señuelo, solemos pensar que la exhibición de la violencia es una señal de fortaleza. En realidad, el tiempo va encargándose de enseñarnos que es bastante más frecuente lo contrario.

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Aplica un juego sencillo. Hay depresión en las distintas capas de un partido que se ve haciendo lo contrario a lo que es y a lo que dijo que haría. El consiguiente riesgo de desmovilización se encara sustituyendo la tristeza por un falso victimismo que se canaliza desempeñando el papel de agresor.

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Nuestra sociedad tiene cada vez más problemas para retener la atención. Cualquier estímulo puede distraernos de la labor en que estemos por muy importante que sea. Nos pasa a todos, pero ocurre cada vez más en el ámbito de la comunicación.

Un Gobierno guiado por la razón política, democrática, de Estado, desea que el debate público se desarrolle en términos racionales. Escucha, negocia, y llega acuerdos. No es el caso. Por eso Óscar Puente es necesario.

La grosería y la vulgaridad son recursos destinados a disolver la verdad por medio de la provocación. Él sabe emplear esas herramientas

Cuando el poder político está secuestrado por los adversarios de la Constitución y la corrupción asedia al entorno del propio presidente, la palabra se sustituye por el insulto, y la responsabilidad de dar explicaciones por la voluntad de infligir humillaciones. Hay que desviar la atención para diluir la culpa.

La grosería y la vulgaridad no son más que recursos de fanfarrón destinados a disolver la verdad por medio de la provocación. Él sabe emplear esas herramientas. Y sus rivales políticos tendrían quizá que preguntarse si al caer en sus provocaciones están cayendo en la trampa tendida desde Moncloa. En la legislatura del muro, él es caza menor, solo es un peón.

A su vez, la intimidación no busca otra cosa que la instalación de un clima de miedo. El Gobierno, impregnado de cesarismo y agobiado por sus propios problemas y contradicciones, está intentando amedrentar a la oposición y a la prensa para disuadir la crítica democrática al presidente. Y, para eso, no basta con distraer la atención, se requieren formas de matón.

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Insultar no es un derecho, y polarizar tampoco. La polarización se ha disparado en nuestro país desde que comenzaron a conocerse presuntos casos de corrupción en el entorno del presidente. Es un hecho. Desde entonces, el gobierno que no puede gobernar ha convertido el insulto en norma.

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Óscar Puente tiene la misión de actuar como agente tóxico. Solo está cumpliendo órdenes. Y es la orden lo que sí que debemos denuncia

Denuncio a quien pretende imponernos una narrativa de lucha, una retórica de demonización del que piensa distinto, un lenguaje que nos dirige hacia una escalada que solo podremos lamentar.

Así que no se metan con el ministro, nada de insultar. En realidad, el humor es más saludable y eficiente para poner en cuestión al poderoso.

La ironía, por ejemplo. Tiene su gracia, su sarcasmo, que el verbo de Óscar Puente se encargue de dar calorcito al corazón de las mujeres y hombres socialistas. Parece trágico, ya lo sé. Pero Mark Twain lo vio antes que nadie: “El humor es la tragedia más tiempo”.

O… la farsa. Hay algo muy divertido en sus exageraciones para distraer a la opinión pública. Esa desmesura se vuelve inevitablemente risible al lado de cada incoherencia porque le obliga a redoblar el exceso, y entonces ya es imposible no reírse. Por eso la entrevista de Alsina tuvo tanta gracia, porque el entrevistado acabó convirtiéndose en una parodia de sí mismo.

Y… por supuesto… la sátira. Lo irreverente ante la piel fina. Buñuel. El cortocircuito entre lenguaje de acosador y actitud de sirviente. Frente a esa representación del poder, no hay más remedio que burlarse.

Entiendo la tentación de hacerlo, claro. Para eso se le ha puesto, pero es un mandado. Y no comprendo, ni acepto, ningún tipo de descalificación por su apariencia física. Creo que insultar no es un derecho. Y considero que lo eficaz es ir al fondo de las cosas. Analizar la triple función que está cumpliendo resulta más productivo y hasta más divertido.

Óscar Puente ha sido puesto donde está para cumplir con una tarea muy específica en la fase crepuscular del Gobierno. Seguramente, no sea tan detestable como pueda parecer. Solo es un profesional leal. Sabe perfectamente que la gestión es secundaria, que no necesita un discurso, y que todo su mensaje cabe dentro de un tono. Ahí está su habilidad.

Es, por lo tanto, un especialista en hostilidad. Un francotirador de agresividad que le resulta útil a Sánchez en tres ámbitos: le basta para tensar a las bases, le vale para embarrar la comunicación, y le sirve para ahondar en el deterioro de nuestra vida democrática.

Los seres humanos tendemos a dejarnos engañar por un señuelo, solemos pensar que la exhibición de la violencia es una señal de fortaleza. En realidad, el tiempo va encargándose de enseñarnos que es bastante más frecuente lo contrario.

Él es tan débil que no habría sido designado si el PSOE hubiese obtenido un resultado feliz. Pero, como este Gobierno ha sido levantado con los materiales de la debilidad, hace falta alguien que inyecte adrenalina en el ánimo de los militantes y votantes socialistas.

Aplica un juego sencillo. Hay depresión en las distintas capas de un partido que se ve haciendo lo contrario a lo que es y a lo que dijo que haría. El consiguiente riesgo de desmovilización se encara sustituyendo la tristeza por un falso victimismo que se canaliza desempeñando el papel de agresor.

Es un fraude muy común entre los populistas este de convertir la desesperanza de la comunidad en amenaza al instinto de supervivencia. Tiene que darse esa confusión para sectarizar a los seguidores, y para que tener huevos sea el único requisito del liderazgo.

Nuestra sociedad tiene cada vez más problemas para retener la atención. Cualquier estímulo puede distraernos de la labor en que estemos por muy importante que sea. Nos pasa a todos, pero ocurre cada vez más en el ámbito de la comunicación.

Un Gobierno guiado por la razón política, democrática, de Estado, desea que el debate público se desarrolle en términos racionales. Escucha, negocia, y llega acuerdos. No es el caso. Por eso Óscar Puente es necesario.

La grosería y la vulgaridad son recursos destinados a disolver la verdad por medio de la provocación. Él sabe emplear esas herramientas

Cuando el poder político está secuestrado por los adversarios de la Constitución y la corrupción asedia al entorno del propio presidente, la palabra se sustituye por el insulto, y la responsabilidad de dar explicaciones por la voluntad de infligir humillaciones. Hay que desviar la atención para diluir la culpa.

La grosería y la vulgaridad no son más que recursos de fanfarrón destinados a disolver la verdad por medio de la provocación. Él sabe emplear esas herramientas. Y sus rivales políticos tendrían quizá que preguntarse si al caer en sus provocaciones están cayendo en la trampa tendida desde Moncloa. En la legislatura del muro, él es caza menor, solo es un peón.

A su vez, la intimidación no busca otra cosa que la instalación de un clima de miedo. El Gobierno, impregnado de cesarismo y agobiado por sus propios problemas y contradicciones, está intentando amedrentar a la oposición y a la prensa para disuadir la crítica democrática al presidente. Y, para eso, no basta con distraer la atención, se requieren formas de matón.

Dadas las circunstancias actuales, no parece insensato sostener que la única opción para que Sánchez permanezca en el poder pasa por agudizar el deterioro democrático.

Erosionar nuestro marco de convivencia implica dañar a los fundamentos constitucionales tal y como exigen los destituyentes, chocar con otros poderes del estado, colonizar las instituciones, bloquear la exigencia de responsabilidades al ejecutivo, someter a la opinión pública, y, desde luego, normalizar los ataques y la confrontación extrema como instrumentos legítimos. Sin embargo, no lo son.

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Por eso está teniendo Óscar Puente más visibilidad en los medios, porque tiene la misión de actuar como agente tóxico. Solo está cumpliendo órdenes. Y es la orden lo que sí que debemos denunciar.

Y yo denuncio a quien ordena desensibilizar a la sociedad para generar un ciclo tras otro de confrontación y de división.

Denuncio a quien da orden de envenenar las normas éticas y morales en la política, y está generando una pérdida de confianza en la democracia.

Óscar Puente tiene la misión de actuar como agente tóxico. Solo está cumpliendo órdenes. Y es la orden lo que sí que debemos denuncia

Denuncio a quien pretende imponernos una narrativa de lucha, una retórica de demonización del que piensa distinto, un lenguaje que nos dirige hacia una escalada que solo podremos lamentar.

Así que no se metan con el ministro, nada de insultar. En realidad, el humor es más saludable y eficiente para poner en cuestión al poderoso.

La ironía, por ejemplo. Tiene su gracia, su sarcasmo, que el verbo de Óscar Puente se encargue de dar calorcito al corazón de las mujeres y hombres socialistas. Parece trágico, ya lo sé. Pero Mark Twain lo vio antes que nadie: “El humor es la tragedia más tiempo”.

O… la farsa. Hay algo muy divertido en sus exageraciones para distraer a la opinión pública. Esa desmesura se vuelve inevitablemente risible al lado de cada incoherencia porque le obliga a redoblar el exceso, y entonces ya es imposible no reírse. Por eso la entrevista de Alsina tuvo tanta gracia, porque el entrevistado acabó convirtiéndose en una parodia de sí mismo.

Y… por supuesto… la sátira. Lo irreverente ante la piel fina. Buñuel. El cortocircuito entre lenguaje de acosador y actitud de sirviente. Frente a esa representación del poder, no hay más remedio que burlarse.

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No se metan con Óscar Puente

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02.04.2024

Entiendo la tentación de hacerlo, claro. Para eso se le ha puesto, pero es un mandado. Y no comprendo, ni acepto, ningún tipo de descalificación por su apariencia física. Creo que insultar no es un derecho. Y considero que lo eficaz es ir al fondo de las cosas. Analizar la triple función que está cumpliendo resulta más productivo y hasta más divertido.

Óscar Puente ha sido puesto donde está para cumplir con una tarea muy específica en la fase crepuscular del Gobierno. Seguramente, no sea tan detestable como pueda parecer. Solo es un profesional leal. Sabe perfectamente que la gestión es secundaria, que no necesita un discurso, y que todo su mensaje cabe dentro de un tono. Ahí está su habilidad.

Es, por lo tanto, un especialista en hostilidad. Un francotirador de agresividad que le resulta útil a Sánchez en tres ámbitos: le basta para tensar a las bases, le vale para embarrar la comunicación, y le sirve para ahondar en el deterioro de nuestra vida democrática.

Los seres humanos tendemos a dejarnos engañar por un señuelo, solemos pensar que la exhibición de la violencia es una señal de fortaleza. En realidad, el tiempo va encargándose de enseñarnos que es bastante más frecuente lo contrario.

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Aplica un juego sencillo. Hay depresión en las distintas capas de un partido que se ve haciendo lo contrario a lo que es y a lo que dijo que haría. El consiguiente riesgo de desmovilización se encara sustituyendo la tristeza por un falso victimismo que se canaliza desempeñando el papel de agresor.

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Es un fraude muy común entre los populistas este de convertir la desesperanza de la comunidad en amenaza al instinto de supervivencia. Tiene que darse esa confusión para sectarizar a los seguidores, y para que tener huevos sea el único requisito del liderazgo.

Nuestra sociedad tiene cada vez más problemas para retener la atención. Cualquier estímulo puede distraernos de la labor en que estemos por muy importante que sea. Nos pasa a todos, pero ocurre cada vez más en el ámbito de la comunicación.

Un Gobierno guiado por la razón política, democrática, de Estado, desea que el debate público se desarrolle en términos racionales. Escucha, negocia, y llega acuerdos. No es el caso. Por eso Óscar Puente es necesario.

La grosería y la vulgaridad son recursos destinados a disolver la verdad por medio de la provocación. Él sabe emplear esas herramientas

Cuando el poder político está secuestrado por los adversarios de la Constitución y la corrupción asedia al entorno del propio presidente, la palabra se sustituye por el insulto, y la responsabilidad de dar explicaciones por la voluntad de infligir humillaciones. Hay que desviar la atención para diluir la culpa.

La grosería y la vulgaridad no son más que recursos de fanfarrón........

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