La paradoja de estas elecciones vascas consiste en el que es el Partido Nacionalista Vasco el que parece sorprendido de los efectos políticos y sociales que ha provocado su política de radicalidad. Por eso va avisando, directamente, como el pastor que cuida de sus ovejas, que viene el lobo, que vienen los radicales de Bildu. "Tienen una agenda oculta", dicen con una impostada ingenuidad porque, a ver, qué otra cosa podían esperar que el incremento exponencial de los herederos radicales de ETA, si durante tantos años han interpretado que la normalización del País Vasco consiste en olvidar y soslayar los crímenes y la extorsión de la banda terrorista. "Es el mismo lobo de siempre con piel de cordero", se lamenta, también, el líder socialista vasco, Eneko Andueza, igualmente atrapado en la contradicción de su propio partido.

Porque en el periodo de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, el PSOE ha jugado de forma temeraria con su propia dignidad: son muchos los cadáveres de socialistas asesinados de un tiro en la nuca o despedazados por una bomba lapa. Y porque los ciudadanos saben bien que, de la misma forma que un atril socialista se puede oír cómo se alerta del peligro de Bildu, en otro atril del mismo PSOE puede escucharse a alguien como el 'ministro jabalí', Óscar Puente, afirmar que Bildu es "un partido progresista y democrático, que ha cumplido las reglas, y tiene derecho a la vida política como el que más". Eso, sin exigirle, obviamente, nada a cambio sobre la condena del pasado asesino de ETA...

Como se ha repetido aquí en otras ocasiones, en una democracia tendríamos que ver como algo normal que existan pactos de fuerzas mayoritarias con partidos radicales, porque en las instituciones todos ellos son representantes de la soberanía nacional. Pero esos pactos nunca, jamás, pueden incluir ni afectar a todo aquello que perturbe la convivencia y la legalidad constitucional. Desde los homenajes a los asesinos de ETA hasta el cuestionamiento de la violencia contra la mujer, por citar dos de las obsesiones de los extremos de la política española.

En la lógica política y sociológica de todas las democracias podría aplicarse, perfectamente, el refrán antiguo que nos advierte de que, "quien siembra vientos, recoge tempestades". Muchos de los problemas de la España actual se deben a que los nacionalismos no independentistas de Cataluña y el País Vasco no han sabido entender el periodo democrático. Hablamos de nacionalistas no radicales, euskaldunes y catalanistas, que siempre han respaldado a fuerzas políticas como la antigua Convergencia i Unió o el Partido Nacionalista Vasco. No han sabido adaptarse a este periodo constitucional que les ha aportado la mayor conquista de poder de su historia, un modelo federal pleno de competencias de gestión. Nunca se ha gozado de una etapa histórica como esta, con capacidad completa para el reconocimiento y el impulso de todos los pueblos de España.

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Pero los nacionalismos han optado por el juego de siempre, el de cambiar desafección por privilegios, el de amenazar periódicamente con la ruptura con España, el de despreciar los símbolos que nos unen como españoles, el de la deslealtad constante a la Constitución o a la Casa Real, como si fuera algo ajeno a todos ellos. El de inventarse y fomentar una cultura y una historia ajena a la del resto de España. La de forzar progresivamente el aislamiento y la postergación de la lengua común. Muchas veces lo hacían para ocultar una mala gestión de gobierno en sus autonomías, otras por el ascenso de líderes mesiánicos como Ibarretxe o Puigdemont, pero lo que han acabado provocando es el auge real de las opciones políticas separatistas, que sí constituyen una amenaza real para la convivencia, además de amenazar el propio sistema de libertades que nos ha aportado la Constitución que siempre han despreciado. Quien siembra separatismo, recoge radicalidad.

El comienzo de esta campaña electoral del País Vasco con "la tradicional apertura de tumbas" de Pedro Sánchez, como lo definió con sarcasmo mi compañero Rafa Latorre hace unos días en la radio, es de los gestos más inoportunos e indeseables que se pueden remover en esta parte de España. Porque no todo el mundo saldría bien parado en el País Vasco por su relación con el franquismo. Por ejemplo, el PNV por su comportamiento en esos años terribles; una época de barbarie en la que se retrató su alma ingrata y egoísta.

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Hablamos de un episodio, por lo demás, al que no se suele referir nadie cuando se habla de 'memoria histórica'. Nos referimos a la incertidumbre imperante en el PNV tras el golpe de Estado fascista, por las dudas que existían sobre el bando con el que debían alinearse, o con los golpistas o con los republicanos. Podría haber sido con cualquiera de los dos, perfectamente. Finalmente, se decidieron por la República, pero las dudas las expresó, años después, con toda tranquilidad, el presidente del PNV de Vizcaya de la época, Juan Ajuriaguerra: "Tenía la esperanza de escuchar alguna noticia que nos ahorrase tener que tomar una decisión: que uno u otro bando ya hubiese ganado la partida. Tomamos esa decisión sin mucho entusiasmo, pero convencidos de haber elegido el bando más favorable para los intereses del pueblo vasco", como recoge el historiador Santiago de Pablo, de la Universidad del País Vasco, investigador profuso de la Guerra Civil en Euskadi, y autor de una gran obra sobre la historia del Partido Nacionalista Vasco, El péndulo patriótico.

La tesis de ese libro es que el PNV, como partido que defiende la creación de la patria vasca, ha basculado siempre entre el pragmatismo autonomista y el radicalismo independentista. Esa es la estrategia que siempre le ha dado buenos resultados. Pero tendrían que haber comprendido que, con la llegada de la democracia, una vez alcanzado un autogobierno que los equipara a cualquier país federal, era el momento de olvidarse del péndulo de amenazas y deslealtad. Y constituirse en un partido nacionalista, plenamente integrado en realidades institucionales superiores, la del Estado español y la Unión Europea. Eso que ellos mismos dijeron hace tiempo, pero que nunca han aplicado realmente: "la independencia es un estado mental". No lo han hecho, y ahora alertan del lobo que vuelve con la piel de cordero que le han colocado unos y otros.

La paradoja de estas elecciones vascas consiste en el que es el Partido Nacionalista Vasco el que parece sorprendido de los efectos políticos y sociales que ha provocado su política de radicalidad. Por eso va avisando, directamente, como el pastor que cuida de sus ovejas, que viene el lobo, que vienen los radicales de Bildu. "Tienen una agenda oculta", dicen con una impostada ingenuidad porque, a ver, qué otra cosa podían esperar que el incremento exponencial de los herederos radicales de ETA, si durante tantos años han interpretado que la normalización del País Vasco consiste en olvidar y soslayar los crímenes y la extorsión de la banda terrorista. "Es el mismo lobo de siempre con piel de cordero", se lamenta, también, el líder socialista vasco, Eneko Andueza, igualmente atrapado en la contradicción de su propio partido.

Porque en el periodo de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, el PSOE ha jugado de forma temeraria con su propia dignidad: son muchos los cadáveres de socialistas asesinados de un tiro en la nuca o despedazados por una bomba lapa. Y porque los ciudadanos saben bien que, de la misma forma que un atril socialista se puede oír cómo se alerta del peligro de Bildu, en otro atril del mismo PSOE puede escucharse a alguien como el 'ministro jabalí', Óscar Puente, afirmar que Bildu es "un partido progresista y democrático, que ha cumplido las reglas, y tiene derecho a la vida política como el que más". Eso, sin exigirle, obviamente, nada a cambio sobre la condena del pasado asesino de ETA...

Como se ha repetido aquí en otras ocasiones, en una democracia tendríamos que ver como algo normal que existan pactos de fuerzas mayoritarias con partidos radicales, porque en las instituciones todos ellos son representantes de la soberanía nacional. Pero esos pactos nunca, jamás, pueden incluir ni afectar a todo aquello que perturbe la convivencia y la legalidad constitucional. Desde los homenajes a los asesinos de ETA hasta el cuestionamiento de la violencia contra la mujer, por citar dos de las obsesiones de los extremos de la política española.

En la lógica política y sociológica de todas las democracias podría aplicarse, perfectamente, el refrán antiguo que nos advierte de que, "quien siembra vientos, recoge tempestades". Muchos de los problemas de la España actual se deben a que los nacionalismos no independentistas de Cataluña y el País Vasco no han sabido entender el periodo democrático. Hablamos de nacionalistas no radicales, euskaldunes y catalanistas, que siempre han respaldado a fuerzas políticas como la antigua Convergencia i Unió o el Partido Nacionalista Vasco. No han sabido adaptarse a este periodo constitucional que les ha aportado la mayor conquista de poder de su historia, un modelo federal pleno de competencias de gestión. Nunca se ha gozado de una etapa histórica como esta, con capacidad completa para el reconocimiento y el impulso de todos los pueblos de España.

Pero los nacionalismos han optado por el juego de siempre, el de cambiar desafección por privilegios, el de amenazar periódicamente con la ruptura con España, el de despreciar los símbolos que nos unen como españoles, el de la deslealtad constante a la Constitución o a la Casa Real, como si fuera algo ajeno a todos ellos. El de inventarse y fomentar una cultura y una historia ajena a la del resto de España. La de forzar progresivamente el aislamiento y la postergación de la lengua común. Muchas veces lo hacían para ocultar una mala gestión de gobierno en sus autonomías, otras por el ascenso de líderes mesiánicos como Ibarretxe o Puigdemont, pero lo que han acabado provocando es el auge real de las opciones políticas separatistas, que sí constituyen una amenaza real para la convivencia, además de amenazar el propio sistema de libertades que nos ha aportado la Constitución que siempre han despreciado. Quien siembra separatismo, recoge radicalidad.

El comienzo de esta campaña electoral del País Vasco con "la tradicional apertura de tumbas" de Pedro Sánchez, como lo definió con sarcasmo mi compañero Rafa Latorre hace unos días en la radio, es de los gestos más inoportunos e indeseables que se pueden remover en esta parte de España. Porque no todo el mundo saldría bien parado en el País Vasco por su relación con el franquismo. Por ejemplo, el PNV por su comportamiento en esos años terribles; una época de barbarie en la que se retrató su alma ingrata y egoísta.

Muchos de los problemas de España se deben a que los nacionalismos de Cataluña y el País Vasco no han sabido entender el periodo democrático

Hablamos de un episodio, por lo demás, al que no se suele referir nadie cuando se habla de 'memoria histórica'. Nos referimos a la incertidumbre imperante en el PNV tras el golpe de Estado fascista, por las dudas que existían sobre el bando con el que debían alinearse, o con los golpistas o con los republicanos. Podría haber sido con cualquiera de los dos, perfectamente. Finalmente, se decidieron por la República, pero las dudas las expresó, años después, con toda tranquilidad, el presidente del PNV de Vizcaya de la época, Juan Ajuriaguerra: "Tenía la esperanza de escuchar alguna noticia que nos ahorrase tener que tomar una decisión: que uno u otro bando ya hubiese ganado la partida. Tomamos esa decisión sin mucho entusiasmo, pero convencidos de haber elegido el bando más favorable para los intereses del pueblo vasco", como recoge el historiador Santiago de Pablo, de la Universidad del País Vasco, investigador profuso de la Guerra Civil en Euskadi, y autor de una gran obra sobre la historia del Partido Nacionalista Vasco, El péndulo patriótico.

La tesis de ese libro es que el PNV, como partido que defiende la creación de la patria vasca, ha basculado siempre entre el pragmatismo autonomista y el radicalismo independentista. Esa es la estrategia que siempre le ha dado buenos resultados. Pero tendrían que haber comprendido que, con la llegada de la democracia, una vez alcanzado un autogobierno que los equipara a cualquier país federal, era el momento de olvidarse del péndulo de amenazas y deslealtad. Y constituirse en un partido nacionalista, plenamente integrado en realidades institucionales superiores, la del Estado español y la Unión Europea. Eso que ellos mismos dijeron hace tiempo, pero que nunca han aplicado realmente: "la independencia es un estado mental". No lo han hecho, y ahora alertan del lobo que vuelve con la piel de cordero que le han colocado unos y otros.

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Quien siembra separatismo, recoge radicalidad

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07.04.2024

La paradoja de estas elecciones vascas consiste en el que es el Partido Nacionalista Vasco el que parece sorprendido de los efectos políticos y sociales que ha provocado su política de radicalidad. Por eso va avisando, directamente, como el pastor que cuida de sus ovejas, que viene el lobo, que vienen los radicales de Bildu. "Tienen una agenda oculta", dicen con una impostada ingenuidad porque, a ver, qué otra cosa podían esperar que el incremento exponencial de los herederos radicales de ETA, si durante tantos años han interpretado que la normalización del País Vasco consiste en olvidar y soslayar los crímenes y la extorsión de la banda terrorista. "Es el mismo lobo de siempre con piel de cordero", se lamenta, también, el líder socialista vasco, Eneko Andueza, igualmente atrapado en la contradicción de su propio partido.

Porque en el periodo de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, el PSOE ha jugado de forma temeraria con su propia dignidad: son muchos los cadáveres de socialistas asesinados de un tiro en la nuca o despedazados por una bomba lapa. Y porque los ciudadanos saben bien que, de la misma forma que un atril socialista se puede oír cómo se alerta del peligro de Bildu, en otro atril del mismo PSOE puede escucharse a alguien como el 'ministro jabalí', Óscar Puente, afirmar que Bildu es "un partido progresista y democrático, que ha cumplido las reglas, y tiene derecho a la vida política como el que más". Eso, sin exigirle, obviamente, nada a cambio sobre la condena del pasado asesino de ETA...

Como se ha repetido aquí en otras ocasiones, en una democracia tendríamos que ver como algo normal que existan pactos de fuerzas mayoritarias con partidos radicales, porque en las instituciones todos ellos son representantes de la soberanía nacional. Pero esos pactos nunca, jamás, pueden incluir ni afectar a todo aquello que perturbe la convivencia y la legalidad constitucional. Desde los homenajes a los asesinos de ETA hasta el cuestionamiento de la violencia contra la mujer, por citar dos de las obsesiones de los extremos de la política española.

En la lógica política y sociológica de todas las democracias podría aplicarse, perfectamente, el refrán antiguo que nos advierte de que, "quien siembra vientos, recoge tempestades". Muchos de los problemas de la España actual se deben a que los nacionalismos no independentistas de Cataluña y el País Vasco no han sabido entender el periodo democrático. Hablamos de nacionalistas no radicales, euskaldunes y catalanistas, que siempre han respaldado a fuerzas políticas como la antigua Convergencia i Unió o el Partido Nacionalista Vasco. No han sabido adaptarse a este periodo constitucional que les ha aportado la mayor conquista de poder de su historia, un modelo federal pleno de competencias de gestión. Nunca se ha gozado de una etapa histórica como esta, con capacidad completa para el reconocimiento y el impulso de todos los pueblos de España.

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