Los nacionalismos siempre producen monstruos, algunos ridículos, como el absurdo de presentar una oferta de empleo en Sevilla para contratar camareros a los que se les exige que hablen euskera. Es literal, según se podía leer en los requisitos que seguían vigentes en el pliego de contratación a la hora de escribir este artículo: “Únete como camarero/a en la emocionante Copa del Rey de fútbol en Sevilla. 300 vacantes. Imprescindible hablar euskera”. Lo colocaba junto a otros requisitos, igualmente imprescindibles, como “experiencia previa de camarero/a al menos 1 año, habilidad para trabajar en un ambiente dinámico y disponibilidad para trabajar los días 5 y 6 de abril”. Más adelante, el dominio del euskera se remarcaba, de nuevo, en otro apartado de la oferta de empleo que decía que “se valorará: imprescindible hablar euskera”.

Cuando se conoció la noticia, la empresa que ha reclutado a los 300 camareros para la 'fan zone' de la final de la Copa del Rey de Sevilla, entre el Athletic de Bilbao y el Real Club Deportivo Mallorca, salió al paso diciendo que se había tratado de “un error”, aunque resulta difícil de creer en una empresa como esta, Nortempo, especializada, precisamente, en buscar y ofrecer puestos de trabajo. Más bien podía entenderse que el error consistió en la utilización de un manual de ofertas de trabajo, de los utilizados en el País Vasco, que, sin más, se trasladó, punto por punto, para contratar a los camareros de Sevilla en la zona de animación de la hinchada bilbaína. En todo caso, sí, podemos aceptar que se trata de un error, una anécdota si se quiere, pero representativa del disparate en el que estamos desde el momento en el que los nacionalismos han decidido que también es un agravio seguir considerando que el español es la lengua común de todos los españoles; que un andaluz, un gallego, un murciano, un asturiano y un catalán puedan entenderse sin necesidad de un traductor para cada uno de ellos.

La cuestión es que en España se ha normalizado el maltrato al castellano, o al español, que es como tendría que haberse denominado en la Constitución española, y no se hizo por exigencia del nacionalismo catalán. Ya lo contó en El Confidencial el socialista Alfonso Guerra, uno de los principales protagonistas del periodo constituyente: "El hecho de que la Constitución lo denomine 'el castellano', y no 'el español' como se conoce en todo el mundo, fue un intento prematuro de restringir el uso de la lengua común en España. Yo quería que se llamase ‘español’, pero como se trataba de llegar a un acuerdo sobre la Constitución… Se discutió muchísimo, muchísimo, y yo estaba en contra, pero tuve que ceder".

Aquella arremetida prematura contra la lengua común tenía el mismo objetivo que tienen ahora todos los disparates, absurdos o directamente ilegales, que se perpetran en España contra el idioma que hablan 600 millones de personas en el mundo, la segunda más hablada tras el chino mandarín, y que en su propia cuna se somete a constantes humillaciones. Lo que se busca es minar, deteriorar o desprestigiar todo aquello que nos une como españoles, y vale lo mismo para la bandera, para la lengua, para la Constitución o para la Casa Real. Los nacionalismos no atacan esas instituciones por lo que suponen, sino por lo que representan. Sin esos pilares, es la unidad de España la que se tambalea. El independentismo lo sabe bien.

Opinión TE PUEDE INTERESAR

Contra la koiné nacional de España José Antonio Zarzalejos

Solo un ingenuo, simulado o real, puede creerse, por ejemplo, que la imposición de traductores en el Congreso de los Diputados es una medida que se adopta para el mejor conocimiento de las lenguas cooficiales del Estado, que son el catalán, el valenciano, el euskera y el gallego. Un esperpento por el que clamaría el diputado Miguel de Unamuno, nacido en Bilbao, que se consideraba “un diputado de España”, por encima de cualquier ideología. O Azaña, o Indalecio Prieto… Dirían como Estanislao Figueras, nacido en Barcelona, y que nos dejó esa frase eterna: “Señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros”.

Ninguno de ellos podría suscribir esta España de inmersión lingüística promovida por los nacionalismos si el objetivo, como parece evidente, no es solo el cultivo y la difusión de las lenguas cooficiales, sino el de arrinconar progresivamente el castellano en sus comunidades, en sus escuelas. Tan disparatado como lo que, hace unos días, afirmaba en una entrevista en 'El Mundo' uno de los políticos más insulsos que ha tenido Cataluña, José Montilla. Piensa el hombre que la inmersión lingüística en Cataluña, que tantas sentencias constitucionales ha vulnerado, es necesario porque “el castellano es una lengua que en Cataluña es ampliamente usada, pero también la usan en México, en Cuba… y el catalán, no”.

La oferta de empleo que exigía el euskera para los camareros que trabajen en la ‘fan zone’ de la Copa del Rey en Sevilla es ilógica incluso en el propio País Vasco y, sobre todo, en Bilbao, donde solo hablan euskera uno de cada diez ciudadanos. Según el Instituto Cultural Vasco, “el porcentaje de vascoparlantes en Euskadi es de uno de cada cuatro habitantes y en Navarra, uno de cada diez”. Si un camarero solo hablase euskera, lo contrataban en esas ofertas de empleo, pero igual le costaba trabajo poner una cerveza en Bilbao. Será una anécdota, pero nos deja nítida la estampa de un absurdo que se ha convertido en costumbre en la política española.

Los nacionalismos siempre producen monstruos, algunos ridículos, como el absurdo de presentar una oferta de empleo en Sevilla para contratar camareros a los que se les exige que hablen euskera. Es literal, según se podía leer en los requisitos que seguían vigentes en el pliego de contratación a la hora de escribir este artículo: “Únete como camarero/a en la emocionante Copa del Rey de fútbol en Sevilla. 300 vacantes. Imprescindible hablar euskera”. Lo colocaba junto a otros requisitos, igualmente imprescindibles, como “experiencia previa de camarero/a al menos 1 año, habilidad para trabajar en un ambiente dinámico y disponibilidad para trabajar los días 5 y 6 de abril”. Más adelante, el dominio del euskera se remarcaba, de nuevo, en otro apartado de la oferta de empleo que decía que “se valorará: imprescindible hablar euskera”.

Cuando se conoció la noticia, la empresa que ha reclutado a los 300 camareros para la 'fan zone' de la final de la Copa del Rey de Sevilla, entre el Athletic de Bilbao y el Real Club Deportivo Mallorca, salió al paso diciendo que se había tratado de “un error”, aunque resulta difícil de creer en una empresa como esta, Nortempo, especializada, precisamente, en buscar y ofrecer puestos de trabajo. Más bien podía entenderse que el error consistió en la utilización de un manual de ofertas de trabajo, de los utilizados en el País Vasco, que, sin más, se trasladó, punto por punto, para contratar a los camareros de Sevilla en la zona de animación de la hinchada bilbaína. En todo caso, sí, podemos aceptar que se trata de un error, una anécdota si se quiere, pero representativa del disparate en el que estamos desde el momento en el que los nacionalismos han decidido que también es un agravio seguir considerando que el español es la lengua común de todos los españoles; que un andaluz, un gallego, un murciano, un asturiano y un catalán puedan entenderse sin necesidad de un traductor para cada uno de ellos.

La cuestión es que en España se ha normalizado el maltrato al castellano, o al español, que es como tendría que haberse denominado en la Constitución española, y no se hizo por exigencia del nacionalismo catalán. Ya lo contó en El Confidencial el socialista Alfonso Guerra, uno de los principales protagonistas del periodo constituyente: "El hecho de que la Constitución lo denomine 'el castellano', y no 'el español' como se conoce en todo el mundo, fue un intento prematuro de restringir el uso de la lengua común en España. Yo quería que se llamase ‘español’, pero como se trataba de llegar a un acuerdo sobre la Constitución… Se discutió muchísimo, muchísimo, y yo estaba en contra, pero tuve que ceder".

Aquella arremetida prematura contra la lengua común tenía el mismo objetivo que tienen ahora todos los disparates, absurdos o directamente ilegales, que se perpetran en España contra el idioma que hablan 600 millones de personas en el mundo, la segunda más hablada tras el chino mandarín, y que en su propia cuna se somete a constantes humillaciones. Lo que se busca es minar, deteriorar o desprestigiar todo aquello que nos une como españoles, y vale lo mismo para la bandera, para la lengua, para la Constitución o para la Casa Real. Los nacionalismos no atacan esas instituciones por lo que suponen, sino por lo que representan. Sin esos pilares, es la unidad de España la que se tambalea. El independentismo lo sabe bien.

Solo un ingenuo, simulado o real, puede creerse, por ejemplo, que la imposición de traductores en el Congreso de los Diputados es una medida que se adopta para el mejor conocimiento de las lenguas cooficiales del Estado, que son el catalán, el valenciano, el euskera y el gallego. Un esperpento por el que clamaría el diputado Miguel de Unamuno, nacido en Bilbao, que se consideraba “un diputado de España”, por encima de cualquier ideología. O Azaña, o Indalecio Prieto… Dirían como Estanislao Figueras, nacido en Barcelona, y que nos dejó esa frase eterna: “Señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros”.

Ninguno de ellos podría suscribir esta España de inmersión lingüística promovida por los nacionalismos si el objetivo, como parece evidente, no es solo el cultivo y la difusión de las lenguas cooficiales, sino el de arrinconar progresivamente el castellano en sus comunidades, en sus escuelas. Tan disparatado como lo que, hace unos días, afirmaba en una entrevista en 'El Mundo' uno de los políticos más insulsos que ha tenido Cataluña, José Montilla. Piensa el hombre que la inmersión lingüística en Cataluña, que tantas sentencias constitucionales ha vulnerado, es necesario porque “el castellano es una lengua que en Cataluña es ampliamente usada, pero también la usan en México, en Cuba… y el catalán, no”.

La oferta de empleo que exigía el euskera para los camareros que trabajen en la ‘fan zone’ de la Copa del Rey en Sevilla es ilógica incluso en el propio País Vasco y, sobre todo, en Bilbao, donde solo hablan euskera uno de cada diez ciudadanos. Según el Instituto Cultural Vasco, “el porcentaje de vascoparlantes en Euskadi es de uno de cada cuatro habitantes y en Navarra, uno de cada diez”. Si un camarero solo hablase euskera, lo contrataban en esas ofertas de empleo, pero igual le costaba trabajo poner una cerveza en Bilbao. Será una anécdota, pero nos deja nítida la estampa de un absurdo que se ha convertido en costumbre en la política española.

QOSHE - Euskera obligatorio en Sevilla, qué maravilla - Javier Caraballo
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Euskera obligatorio en Sevilla, qué maravilla

8 23
05.04.2024

Los nacionalismos siempre producen monstruos, algunos ridículos, como el absurdo de presentar una oferta de empleo en Sevilla para contratar camareros a los que se les exige que hablen euskera. Es literal, según se podía leer en los requisitos que seguían vigentes en el pliego de contratación a la hora de escribir este artículo: “Únete como camarero/a en la emocionante Copa del Rey de fútbol en Sevilla. 300 vacantes. Imprescindible hablar euskera”. Lo colocaba junto a otros requisitos, igualmente imprescindibles, como “experiencia previa de camarero/a al menos 1 año, habilidad para trabajar en un ambiente dinámico y disponibilidad para trabajar los días 5 y 6 de abril”. Más adelante, el dominio del euskera se remarcaba, de nuevo, en otro apartado de la oferta de empleo que decía que “se valorará: imprescindible hablar euskera”.

Cuando se conoció la noticia, la empresa que ha reclutado a los 300 camareros para la 'fan zone' de la final de la Copa del Rey de Sevilla, entre el Athletic de Bilbao y el Real Club Deportivo Mallorca, salió al paso diciendo que se había tratado de “un error”, aunque resulta difícil de creer en una empresa como esta, Nortempo, especializada, precisamente, en buscar y ofrecer puestos de trabajo. Más bien podía entenderse que el error consistió en la utilización de un manual de ofertas de trabajo, de los utilizados en el País Vasco, que, sin más, se trasladó, punto por punto, para contratar a los camareros de Sevilla en la zona de animación de la hinchada bilbaína. En todo caso, sí, podemos aceptar que se trata de un error, una anécdota si se quiere, pero representativa del disparate en el que estamos desde el momento en el que los nacionalismos han decidido que también es un agravio seguir considerando que el español es la lengua común de todos los españoles; que un andaluz, un gallego, un murciano, un asturiano y un catalán puedan entenderse sin necesidad de un traductor para cada uno de ellos.

La cuestión es que en España se ha normalizado el maltrato al castellano, o al español, que es como tendría que haberse denominado en la Constitución española, y no se hizo por exigencia del nacionalismo catalán. Ya lo contó en El Confidencial el socialista Alfonso Guerra, uno de los principales protagonistas del periodo constituyente: "El hecho de que la Constitución lo denomine 'el castellano', y no 'el español' como se conoce en todo el mundo, fue un intento prematuro de restringir el uso de la lengua común en España. Yo quería que se llamase ‘español’, pero como se trataba de llegar a un acuerdo sobre la Constitución… Se discutió muchísimo, muchísimo, y yo estaba en contra, pero tuve que ceder".

Aquella arremetida prematura contra la lengua........

© El Confidencial


Get it on Google Play