La política española acentúa la polarización al mismo ritmo que, en sentido contrario, promueve iniciativas bienintencionadas de ‘gran coalición’ que parecen elaboradas por quien no ha vivido jamás en este país. Es un ejercicio inútil, incompatible en sí mismo, que se despacha rápido con ese refrán que, igualmente, tanto se repite en política, "soplar y sorber, no puede ser".

Sobre los orígenes de la polarización española, el debate más complejo es el de intentar encontrarle un culpable, un primer momento. La respuesta a esa duda es difícil de resolver porque, como ya se ha apuntado otras veces, en el caso de la sociedad española, la polarización ya existe entre nosotros desde tiempos inmemoriales.

En los últimos dos siglos, las dos Españas ha sido una constante, llorada siempre por poetas y lamentada por filósofos. ¿Es la sociedad española la que selecciona a unos dirigentes políticos intransigentes y sectarios, o es esa clase dirigente la que fomenta el cainismo en la sociedad española? La contestación a la pregunta podría servir para un seminario sociológico y político que, por mucho tiempo que se prolongara, no sería capaz de llegar a unas conclusiones aceptadas por todos. Admitamos, como premisa elemental, que la sociedad española se caracteriza históricamente por esa polarización interna, pero que es la clase dirigente española la que, como élite, tiene una mayor responsabilidad en la persistencia de ese enfrentamiento.

La idea de una gran coalición entre los dos grandes partidos de España, el Partido Popular y el PSOE, ha vuelto a plantearse estos días a partir de la imposibilidad del Gobierno de Pedro Sánchez de sacar adelante unos presupuestos generales del Estado y, posteriormente, por el acuerdo alcanzado en Portugal entre el centroderecha y los socialistas para turnarse en la presidencia de la Asamblea de la República.

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El acuerdo no despeja, en absoluto, la gobernabilidad de la legislatura portuguesa, pero los líderes de sus dos partidos mayoritarios han querido trasladarle a la ciudadanía su predisposición a que el enfrentamiento no conlleve un bloqueo de las instituciones democráticas. "El PS no comparte el programa del PSD, no comparte las opciones de la derecha, pero defiende siempre las instituciones y el parlamentarismo", como han afirmado los líderes del Partido Socialista portugués, después de perder las elecciones y pasar a la oposición tras nueve años en el gobierno.

La misma lógica de defensa del funcionamiento institucional es el que ha llevado a algunos a plantear en España un gran acuerdo para sacar adelante los presupuestos generales del Estado, ante la imposibilidad del Gobierno socialista de aprobarlos. Quien se ha pronunciado con más determinación ha sido el presidente de la patronal española, la CEOE, Antonio Garamendi, convencido de que lo peor que le puede pasar a España en este momento es que no se aprueben unos presupuestos y no puedan aprovecharse las inversiones millonarias, ofrecidas por la Unión Europea, para transformar la economía del país tras la pandemia. "Es necesario -piensa Garamendi- que las dos grandes fuerzas políticas de este país nos ayuden a salir adelante, porque los extremos son los que mandan. En este momento necesitamos la responsabilidad de todos para salir adelante en una España potente y porque, si no, España también nos lo va a preguntar".

El planteamiento del líder de la patronal es incuestionable en las consecuencias, pero inviable en lo político. La realidad socioeconómica se puede contrastar con todas las estadísticas que se quieran: España es un país estancado desde hace casi dos décadas, desde principios del siglo, que va perdiendo posiciones en el ranking mundial y europeo por la baja productividad y la caída de la renta per cápita. Hay países de la antigua Unión Soviética, como Eslovenia, que ya supera a España en el poder adquisitivo de los ciudadanos, algo que puede suceder en poco tiempo con otros como Estonia, la República Checa, Polonia o Lituania. Si miramos atrás, detectaremos rápidamente qué ha pasado en estos años: la política española ha estado monopolizada por debates que nada tienen que ver con el progreso del país. Es exactamente lo mismo que ocurre en este momento decisivo, como recuerda Garamendi, por la oportunidad histórica que suponen las ayudas europeas tras la pandemia de Covid para afrontar grandes reformas estructurales en España, desde el mercado de trabajo hasta la digitalización de los sectores productivos, pasando por el peldaño fundamental de la educación y el mundo universitario.

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La competitividad de España, en fin, es cada vez más débil y en el debate nacional esa preocupación no existe. No ha existido en los años precedentes y mucho menos lo hará en la actualidad, en la que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lo ha apostado todo al mantenimiento de la mayoría parlamentaria que le ha permitido gobernar este último quinquenio, la conocida como mayoría Frankenstein integrada por los partidos que están a la izquierda del PSOE y los nacionalistas e independentistas de varias comunidades. Aun en el supuesto hipotético de que el Partido Popular le ofreciera sus escaños para aprobar unos presupuestos, el líder socialista lo acabaría rechazando porque su estrategia necesita hacer visible constantemente su enfrentamiento con la derecha y la extrema derecha. Por esa misma razón, el presidente Sánchez ha optado irresponsablemente por dejar la legislatura en suspenso, sin ni siquiera presentar e intentar negociar los presupuestos, aunque sea un mandato constitucional.

En todo caso, no sucederá porque si tal oferta de apoyo al Gobierno de Sánchez se le ocurriese hacerla a un dirigente del PP, sería desacreditado de inmediato por su partido, repudiado por el electorado de centroderecha y lapidado en redes sociales. Solo un cambio drástico en los resultados electorales podría sacarnos de este laberinto de estancamiento y polarización en el que nos encontramos, aunque antes quizá debamos formularnos de nuevo la pregunta del principio: ¿Es la sociedad española la que selecciona a unos dirigentes políticos intransigentes y sectarios o es esa clase dirigente la que fomenta el cainismo en la sociedad española? Pues eso. Que es lo que hay. Delirios españoles.

La política española acentúa la polarización al mismo ritmo que, en sentido contrario, promueve iniciativas bienintencionadas de ‘gran coalición’ que parecen elaboradas por quien no ha vivido jamás en este país. Es un ejercicio inútil, incompatible en sí mismo, que se despacha rápido con ese refrán que, igualmente, tanto se repite en política, "soplar y sorber, no puede ser".

Sobre los orígenes de la polarización española, el debate más complejo es el de intentar encontrarle un culpable, un primer momento. La respuesta a esa duda es difícil de resolver porque, como ya se ha apuntado otras veces, en el caso de la sociedad española, la polarización ya existe entre nosotros desde tiempos inmemoriales.

En los últimos dos siglos, las dos Españas ha sido una constante, llorada siempre por poetas y lamentada por filósofos. ¿Es la sociedad española la que selecciona a unos dirigentes políticos intransigentes y sectarios, o es esa clase dirigente la que fomenta el cainismo en la sociedad española? La contestación a la pregunta podría servir para un seminario sociológico y político que, por mucho tiempo que se prolongara, no sería capaz de llegar a unas conclusiones aceptadas por todos. Admitamos, como premisa elemental, que la sociedad española se caracteriza históricamente por esa polarización interna, pero que es la clase dirigente española la que, como élite, tiene una mayor responsabilidad en la persistencia de ese enfrentamiento.

La idea de una gran coalición entre los dos grandes partidos de España, el Partido Popular y el PSOE, ha vuelto a plantearse estos días a partir de la imposibilidad del Gobierno de Pedro Sánchez de sacar adelante unos presupuestos generales del Estado y, posteriormente, por el acuerdo alcanzado en Portugal entre el centroderecha y los socialistas para turnarse en la presidencia de la Asamblea de la República.

El acuerdo no despeja, en absoluto, la gobernabilidad de la legislatura portuguesa, pero los líderes de sus dos partidos mayoritarios han querido trasladarle a la ciudadanía su predisposición a que el enfrentamiento no conlleve un bloqueo de las instituciones democráticas. "El PS no comparte el programa del PSD, no comparte las opciones de la derecha, pero defiende siempre las instituciones y el parlamentarismo", como han afirmado los líderes del Partido Socialista portugués, después de perder las elecciones y pasar a la oposición tras nueve años en el gobierno.

La misma lógica de defensa del funcionamiento institucional es el que ha llevado a algunos a plantear en España un gran acuerdo para sacar adelante los presupuestos generales del Estado, ante la imposibilidad del Gobierno socialista de aprobarlos. Quien se ha pronunciado con más determinación ha sido el presidente de la patronal española, la CEOE, Antonio Garamendi, convencido de que lo peor que le puede pasar a España en este momento es que no se aprueben unos presupuestos y no puedan aprovecharse las inversiones millonarias, ofrecidas por la Unión Europea, para transformar la economía del país tras la pandemia. "Es necesario -piensa Garamendi- que las dos grandes fuerzas políticas de este país nos ayuden a salir adelante, porque los extremos son los que mandan. En este momento necesitamos la responsabilidad de todos para salir adelante en una España potente y porque, si no, España también nos lo va a preguntar".

El planteamiento del líder de la patronal es incuestionable en las consecuencias, pero inviable en lo político. La realidad socioeconómica se puede contrastar con todas las estadísticas que se quieran: España es un país estancado desde hace casi dos décadas, desde principios del siglo, que va perdiendo posiciones en el ranking mundial y europeo por la baja productividad y la caída de la renta per cápita. Hay países de la antigua Unión Soviética, como Eslovenia, que ya supera a España en el poder adquisitivo de los ciudadanos, algo que puede suceder en poco tiempo con otros como Estonia, la República Checa, Polonia o Lituania. Si miramos atrás, detectaremos rápidamente qué ha pasado en estos años: la política española ha estado monopolizada por debates que nada tienen que ver con el progreso del país. Es exactamente lo mismo que ocurre en este momento decisivo, como recuerda Garamendi, por la oportunidad histórica que suponen las ayudas europeas tras la pandemia de Covid para afrontar grandes reformas estructurales en España, desde el mercado de trabajo hasta la digitalización de los sectores productivos, pasando por el peldaño fundamental de la educación y el mundo universitario.

La competitividad de España, en fin, es cada vez más débil y en el debate nacional esa preocupación no existe. No ha existido en los años precedentes y mucho menos lo hará en la actualidad, en la que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lo ha apostado todo al mantenimiento de la mayoría parlamentaria que le ha permitido gobernar este último quinquenio, la conocida como mayoría Frankenstein integrada por los partidos que están a la izquierda del PSOE y los nacionalistas e independentistas de varias comunidades. Aun en el supuesto hipotético de que el Partido Popular le ofreciera sus escaños para aprobar unos presupuestos, el líder socialista lo acabaría rechazando porque su estrategia necesita hacer visible constantemente su enfrentamiento con la derecha y la extrema derecha. Por esa misma razón, el presidente Sánchez ha optado irresponsablemente por dejar la legislatura en suspenso, sin ni siquiera presentar e intentar negociar los presupuestos, aunque sea un mandato constitucional.

En todo caso, no sucederá porque si tal oferta de apoyo al Gobierno de Sánchez se le ocurriese hacerla a un dirigente del PP, sería desacreditado de inmediato por su partido, repudiado por el electorado de centroderecha y lapidado en redes sociales. Solo un cambio drástico en los resultados electorales podría sacarnos de este laberinto de estancamiento y polarización en el que nos encontramos, aunque antes quizá debamos formularnos de nuevo la pregunta del principio: ¿Es la sociedad española la que selecciona a unos dirigentes políticos intransigentes y sectarios o es esa clase dirigente la que fomenta el cainismo en la sociedad española? Pues eso. Que es lo que hay. Delirios españoles.

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'Si el Partido Popular apoyara al PSOE' y otros delirios

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30.03.2024

La política española acentúa la polarización al mismo ritmo que, en sentido contrario, promueve iniciativas bienintencionadas de ‘gran coalición’ que parecen elaboradas por quien no ha vivido jamás en este país. Es un ejercicio inútil, incompatible en sí mismo, que se despacha rápido con ese refrán que, igualmente, tanto se repite en política, "soplar y sorber, no puede ser".

Sobre los orígenes de la polarización española, el debate más complejo es el de intentar encontrarle un culpable, un primer momento. La respuesta a esa duda es difícil de resolver porque, como ya se ha apuntado otras veces, en el caso de la sociedad española, la polarización ya existe entre nosotros desde tiempos inmemoriales.

En los últimos dos siglos, las dos Españas ha sido una constante, llorada siempre por poetas y lamentada por filósofos. ¿Es la sociedad española la que selecciona a unos dirigentes políticos intransigentes y sectarios, o es esa clase dirigente la que fomenta el cainismo en la sociedad española? La contestación a la pregunta podría servir para un seminario sociológico y político que, por mucho tiempo que se prolongara, no sería capaz de llegar a unas conclusiones aceptadas por todos. Admitamos, como premisa elemental, que la sociedad española se caracteriza históricamente por esa polarización interna, pero que es la clase dirigente española la que, como élite, tiene una mayor responsabilidad en la persistencia de ese enfrentamiento.

La idea de una gran coalición entre los dos grandes partidos de España, el Partido Popular y el PSOE, ha vuelto a plantearse estos días a partir de la imposibilidad del Gobierno de Pedro Sánchez de sacar adelante unos presupuestos generales del Estado y, posteriormente, por el acuerdo alcanzado en Portugal entre el centroderecha y los socialistas para turnarse en la presidencia de la Asamblea de la República.

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El monstruo de las dos Españas se despereza Antonio Casado

El acuerdo no despeja, en absoluto, la gobernabilidad de la legislatura portuguesa, pero los líderes de sus dos partidos mayoritarios han querido trasladarle a la ciudadanía su predisposición a que el enfrentamiento no conlleve un bloqueo de las instituciones democráticas. "El PS no comparte el programa del PSD, no comparte las opciones de la derecha, pero defiende siempre las instituciones y el parlamentarismo", como han afirmado los líderes del Partido Socialista portugués, después de perder las elecciones y pasar a la oposición tras nueve años en el gobierno.

La misma lógica de defensa del funcionamiento institucional es el que ha llevado a algunos a plantear en España un gran acuerdo para sacar adelante los presupuestos generales del Estado, ante la imposibilidad del Gobierno socialista de aprobarlos. Quien se ha pronunciado con más determinación ha sido el presidente de la patronal española, la CEOE, Antonio Garamendi, convencido de que lo peor que le puede pasar a España en este momento es que no se aprueben unos presupuestos y no puedan aprovecharse las inversiones millonarias, ofrecidas por la Unión Europea, para transformar la economía del país tras la pandemia. "Es necesario -piensa........

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