Ninguno de aquellos hombres, ahora sentados en un banco de los jardinillos de San Roque, tenía planes de futuro. Se les habían llenado los ojos de rijas y la cabeza de nostalgias. A lo más que llegaban era a recordar, con la esperanza de vivir la siguiente, cómo eran las estaciones que se sucedían con metódica y monótona regularidad. Porque el tiempo se sucedía sin contrastes dignos de diferenciarlas. “Pero ¿adónde han ido aquellas heladas de hace unos años?”. “Pero ¿no recuerdan ustedes aquellas ventiscas que nos obligaban a meternos en los portales?”. “Claro”, decía don Emérito que siempre estaba al quite.

“Ahora vivimos un tiempo sin contrastes y eso es una desgracia”, apostillaba Marcelino, rematando su opinión con un: “pero aún seguimos viviendo, mientras que otros ya no lo cuentan”. Todo evidenciaba que ya estaban de vuelta, sobre todo cuando don Emérito zanjó: “Eso, pero aún seguimos viviendo”. “Vivitos y coleando” dijo Zacarías. “¿Coleando? amos anda” zanjó Emérito, que sacó su genio de líder, como si quisiera marcar alguna diferencia, con un tono entre resignado y alegre a la vez, como rindiendo un homenaje a los de su generación que ya se fueron por delante.

Y, al recordarlos, se dibujaba en sus labios una irónica sonrisa de victoria, mientras en sus ojos, ya muy nublados, aún brillaba la nostalgia.
Era cierto que se sabían de un tiempo ya pasado, pero vivos aún, también se sabían el último eslabón de la historia de su entorno y, en su caletre bullían inquietos hechos y personas que ya no serían ni recuerdo cuando ellos faltasen. Y, sin embargo, habían sido la realidad viva de una ciudad, bien servida por ellos, que ya los estaba arrinconando en el olvido.

“Antes el invierno era más frío, mucho más frío. Me alcuerdo yo”, decía Marcelino (“acuerdo, se dice acuerdo” sonaba como ausente la voz de don Miguel). “Bueno -seguía el peluquero- pues me alcuerdo cuando colgaban de los arcos del acueducto y de los tejados aquellos caramelos de hielo (“carámbanos, se dice carámbanos” reconvenía de nuevo don Miguel) que pesaban un montón, y que buenos sustos nos daban al caer sobre las aceras cuando empezaban a derritirse” (“derretirse”, volvía la voz de Don Miguel, “se dice derretirse”).

“Ahora ya ni nieva como antes”, terminaba a la vez que refunfuñaba el buen Marcelino, que, a sus años, ya no iba a dejar de hablar como lo había hecho desde chico.

Si, terció don Paco, el maestro de pulso y púa (se dan clases de guitarra, laúd y bandurria). “¡Dónde va a parar! No se puede ni comparar”, mientras aquella ventolera, un tanto fresca se colaba por la Canaleja y limpiaba el aire de la Calle Real.

Fue cuando el Grupo se dispersó con un “hasta mañana todos y a cuidarse” … mientras se oía la voz apagada de don Miguel: “Señores: mañana con tapabocas“.

Tags: OPINIÓN

QOSHE - El grupo - Antonio Horcajo
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El grupo

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25.03.2024

Ninguno de aquellos hombres, ahora sentados en un banco de los jardinillos de San Roque, tenía planes de futuro. Se les habían llenado los ojos de rijas y la cabeza de nostalgias. A lo más que llegaban era a recordar, con la esperanza de vivir la siguiente, cómo eran las estaciones que se sucedían con metódica y monótona regularidad. Porque el tiempo se sucedía sin contrastes dignos de diferenciarlas. “Pero ¿adónde han ido aquellas heladas de hace unos años?”. “Pero ¿no recuerdan ustedes aquellas ventiscas que nos obligaban a meternos en los portales?”. “Claro”, decía don Emérito que siempre estaba al quite.

“Ahora vivimos un tiempo sin contrastes y eso es una desgracia”, apostillaba Marcelino, rematando........

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