Ponerse los calcetines forma parte de la cotidianidad más anodina (máxime si son negros como los míos) hasta que un crujido en la espalda te deja pidiendo ayuda. El dolor baja por la pierna como un calambre y sube por la espalda traspasando el abdomen hasta el estómago, mientras un velo rojo te cubre la vista y apenas te sale gritar tenso como la cuerda de un violín, incapaz de moverte una micra.

Pides ayuda, pero te quedas clavado en el lugar donde estás sentado, empujando muy fuerte con los brazos hacia abajo, para que no caiga peso sobre la columna, porque retirar los brazos hace aumentar a niveles que no conocías de dolor. Tras unos segundos, empiezas a temblar, impotente de angustia, porque aunque la persona con quien compartes vida intenta moverte para llevarte a urgencias, no hay manera de que tus brazos se desclaven del asiento para que te mantenga el peso del cuerpo la espalda. Sin saber muy bien qué hacer, llamas a una ambulancia.

La operadora del 112 te indica que te tomes un ibuprofeno y si no se te pasa, acudas al hospital por tus propios medios. Antes, había urgencias ambulatorias no muy lejos de casa, pero desde la pandemia, permanecen cerradas.

La conversación con la operadora del 112, sube de tono en un bucle que da 3 o 4 vueltas de noria entre el "no me puedo mover, cómo hago para ir a urgencias" y "el sistema no me deja ponerle una ambulancia si no hay órganos vitales comprometidos". Un callejón sin salida.

Pensamos en pedir ayuda a los vecinos. Mi marido trae un ibuprofeno de 600 y un vaso de agua, yo sigo clavado en mi circunstancial asiento. Con su ayuda y la de un viejo bastón, poco a poco, llegamos hasta el ascensor, muy despacito.

Llevo unos pantalones de chandal que me han puesto porque yo he perdido la posibilidad de vestirme a mí mismo. Subir al coche es un suplicio a cámara lenta.

Llegamos a urgencias, es sábado a mediodía. Una hora y media después nos ve la traumatóloga. 2 pinchazos en la espalda, antiinflamatorios y diacepán. A casa, a hacer reposo y ponerte calor.

No sé qué hubiera sido de mí si viviera solo. Nos pensamos invencibles hasta que un dolor de espalda nos deja incapacitados y necesitamos ayuda para ponernos los pantalones.

El ser humano ha conseguido despuntar sobre el resto de animales gracias a su capacidad para colaborar. Bajo el paraguas de "libertad individual" se esconde la mayoría de veces la soledad del individuo; la soledad de una persona es, socialmente, su estado máximo de vulnerabilidad.

El desmantelamiento de las coberturas sociales en la Comunidad de Madrid (donde vivo) lleva a que hace 2 semanas un hombre muriera a las puertas de un centro ambulatorio de urgencias donde no había médico.

Sin los demás, la libertad se convierte en supervivencia. Es obsceno el cansino mantra de "libertad" esgrimido por la derecha, cuando en realidad de lo que hablan es de dinero, de libertad de consumo cuantificable en euros.

La libertad de morir a las puertas de un servicio de urgencias ambulatorias porque el dinero que costaba tener un médico alguien ha preferido usarlo para promocionar un circuito de urbano de Fórmula Uno.

La libertad de llamar al 112 porque una lumbociática te ha dejado incapacitado y te respondan que vayas a urgencias por tus propios medios, justo los medios que te faltan.

La libertad de que no haya ambulancia, o de morirse abandonado en una residencia de ancianos por no tener seguro médico privado. La libertad del dinero.

QOSHE - No hay ambulancia, pero hay libertad - Carlos Paredes
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

No hay ambulancia, pero hay libertad

4 0
13.02.2024

Ponerse los calcetines forma parte de la cotidianidad más anodina (máxime si son negros como los míos) hasta que un crujido en la espalda te deja pidiendo ayuda. El dolor baja por la pierna como un calambre y sube por la espalda traspasando el abdomen hasta el estómago, mientras un velo rojo te cubre la vista y apenas te sale gritar tenso como la cuerda de un violín, incapaz de moverte una micra.

Pides ayuda, pero te quedas clavado en el lugar donde estás sentado, empujando muy fuerte con los brazos hacia abajo, para que no caiga peso sobre la columna, porque retirar los brazos hace aumentar a niveles que no conocías de dolor. Tras unos segundos, empiezas a temblar, impotente de angustia, porque aunque la persona con quien compartes vida intenta moverte para llevarte a urgencias, no hay manera de que tus brazos se desclaven del asiento para que te mantenga el peso del........

© Diariocrítico


Get it on Google Play