García Márquez nació un 6 de marzo de 1927, por lo que el pasado miércoles cumpliría 97 años de edad. Sus hijos y la editorial decidieron, con ocasión de esa fecha, publicar su novela póstuma “En Agosto nos vemos”.

Ya Fernando “el mono” Jaramillo me había dado ciertos datos importantes sobre el proceso de publicación de la novela. Mi amigo Umberto Valverde, quien conoció a Gabo en México, igual había publicado notas en su agitado Facebook.

De tal modo que el miércoles pasado, luego de comprar el libro, no veía la hora de empezar a leerlo y eso hice. Me instalé en el sillón respectivo, bajé el brazo de la lámpara que ilumina mis noches de lectura e inicié la lectura de “En Agosto nos vemos”, acompañado de un wiski (de banda sonora las partitas de Bach para violín).

Antes de iniciar ese ejercicio contemplé la carátula, sentí el alto relieve de las letras, acaricié la pasta dura del encuadernado, leí con detenimiento esos detalles que Sandro Romero detectó (alguna letra faltante de un título de la bibliografía de Gabo), olí su paginaje y luego sí, me adentré en el mundo del realismo mágico.

De un solo tirón la leí. No es extensa la novela. Son solo 122 páginas la novela en sí. Y una adenda de comentarios editoriales.

En ocasiones, al cambiar de capítulo, sentía necesario darme tiempo para tomar un sorbo de amarillo de Escocia, salir de la fantasía y continuar en el encantamiento. Algo así como el silencio en el paso de un movimiento a otro, en una sinfonía.

Imaginaba a García Márquez en la escritura de esta novela. Su respiración. Su proceso creativo de idear al personaje y llamarlo Ana Magdalena Bach, en homenaje a su admirado compositor del barroco.

En fin, es una obra que ya puede ser definida como el libro del año. Y sí, creo que el Gabo perdonará a sus hijos quienes en el prólogo presentan excusas a su padre por publicar esta novela y consideran que, si los lectores lo celebramos, seguramente al autor, desde allá, igual hará lo propio.