El tiempo avanza hacia la alegría del pesebre y discurre por igual entre cristianos, ateos y agnósticos no binarios. Lo hace lo mismo en Sevilla que en Belén, en la Cisjordania de la discordia para israelíes y palestinos. Decía Benedicto XVI que el Adviento “es tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, de modo especial, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede eliminar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño”. No hay cuento más hermoso que este (Dios entre los pobres, una muchacha virgen y encinta). Que tuerza el gesto el ateo más irredento. La corona de Adviento, hecha con ramas de abeto, es circular porque recuerda que Dios no tiene ni principio ni fin. Por cada domingo se enciende sobre la corona una vela de un color (morado, verde, rojo y blanco). Anticipan la luz que iluminará un chozo en Judea y que recuerdan al misterioso Hijo del Hombre del que habla Juan (8,12): “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá luz de la vida”.

Uno, en fin, intenta abrigar su interior con estas certezas celestes. Y uno asume también que acaso puedan no existir. Pero Dostoievsky, apóstol de urgencia, nos recuerda que si le demostraran que Cristo no existió, creería aún más en Él. Nuestro Adviento interior lo vamos adornando con rojos pascueros, campanilleros con sabor a anisado, aguinaldos del tiempo y lajas de la inocencia perdida pero que vuelve. El exterior, en cambio, nos jode la bóveda interior. Pueden llamarnos elitistas, tóxicos, anacoretas, misántropos, raritos o gilipollas. Pero la realidad de ahí fuera, en estos días insoportables, nos causa un espanto y una desazón sin consuelo. Todo es bullanga. Todo es folclore soez y no alegría pura. Todo es idiotez y gregarismo. Todo en el centro son colas inauditas para el comercio, el bebercio y el condumio. Es cierto que la decoración navideña, ese luminoso huevo hilado, incita al consumo, pero de antidepresivos.

Dicen que Brenda Lee y su Rocking Around the Christmas Tree ha desbancado a a Mariah Carey como hit navideño. Uno preferiría este tormento a la laceración de los villancicos aflamencados, ese mejunje siniestro. No hay piedad. La horrísona zambomba jerezana pareciera sólo creada para torturar y amargar a los tres o cuatro incomprendidos que vivimos excluidos en un esquinazo en forma de apartheid, como perros aterrados por el estruendo de cohetes y petardos. Casi nada queda de las certezas celestes del Adviento. El pesebre es una corona de espinas. Y Benedicto XVI está muerto.

QOSHE - La zambomba o la tortura - Javier González-Cotta
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La zambomba o la tortura

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13.12.2023

El tiempo avanza hacia la alegría del pesebre y discurre por igual entre cristianos, ateos y agnósticos no binarios. Lo hace lo mismo en Sevilla que en Belén, en la Cisjordania de la discordia para israelíes y palestinos. Decía Benedicto XVI que el Adviento “es tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, de modo especial, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede eliminar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño”. No hay cuento más hermoso que este (Dios entre los pobres, una muchacha virgen y encinta). Que tuerza el gesto el ateo más irredento. La........

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