La primera vez que llegué a Barcelona fue en diciembre de 1959. Era la semana anterior a Navidad y las calles estaban iluminadas. En la plaza de Cataluña había altavoces y se escuchaban villancicos en catalán. Yo tenía 17 años. Íbamos rumbo a Munich donde todo estaba cubierto de nieve.

El día de Nochebuena fuimos a la misa del gallo en un iglesia de Leopoldstrasse. Había un coro cantando motetes en alemán que me puso los pelos de punta. Estaba empezando a conocer a Europa y a eso que ahora llaman la España asimétrica. Estábamos en un hotel de las ramblas donde nos racionaban el agua caliente. La dueña nos decía que nos enfermaríamos con tanta ducha. En la recepción había un cartel anunciando clases de español, y ella se sentaba en la salita leyéndole una novela rosa, con un fuerte acento catalán, a un joven inglés.

Luego bajé a un bar donde me pusieron una tapa de aceitunas. El dueño las sacó con un cucharon. Después las puso en el plato, las contó y devolvíó algunas al tarro de donde habían salido. Tardé un tiempo en entender que buena parte de la asimetría consistía en eso. Luego estuve viviendo algunos años en aquella ciudad que me enamoró del todo.

Pasé navidades comiendo canelones con bechamel y cantando el Cant dels ocells y Ara es nat el diví infantó, vinga soneu flabiols musetes. Aquí , en las Islas, se seguía anunciando con nuestro cantar que ha nacido el redentor, mientras en Andalucía la virgen lavaba pañales y los tendía en un romero. A mi hijo lo de los villancicos siempre le ha sonado a aragonés y dice que en castellano debería decirse villancitos. No sé yo. Él es filólogo. Que me perdone por la broma.

En Alemania la gente estaba muy recogida y a mí me parecía escuchar la Pasión según san Mateo, de Juan Sebastián Bach, en las iglesias donde no se oía ni el pasar de las hojas de los misales. En Barcelona sobresalían los flabiols agudos, en Andalucía los panderos árabes y las zambombas y aquí las tamboras y los pajaritos de barro. No hay nada para comprender la diversidad como cambiar de sitio. Nunca entendí del todo al independentismo porque en Cataluña abundaban los viajantes de comercio que se recorrían España con la maleta de las muestras. Ahora lo hacen on line, vía internet y no es lo mismo. Quizá a eso se deba un aumento del nacionalismo, pero no lo creo. Me quedo con la asimetría de Maragall mientras no atente contra los principios constitucionales que exigen la solidaridad y la igualdad.

Me he detenido en la Navidad porque, a pesar de las diferencias, hay un principio general de unificación. No hay belén sin su caganer ni cena donde no se descorche un cava de San Sadurní. Lo mismo digo de los polvorones de la Estepa, de los turrones de Alicante o de la sidra asturiana; todo formando un conjunto asimétrico unido por la voluntad de amor en una fecha que nos obliga a vivir un sentimiento común.

Este es un tiempo de integración donde todos tenemos espacio. Hasta ese belén LGTBI donde hay dos san José con el niño subrogado. También hay uno animalista sin la mula y el buey, otro ateo sin el ángel, uno negacionista sin la estrella y otro republicano sin los reyes magos. Más asimétrico no se puede ser, ni más diverso, pero toda esa dispersión queda compensada por la alegría de los que se encuentran.

Yo haré una cena minimalista, porque no me da para más, y ahí estarán todos representados. A la hora indicada levantaré el vaso de agua y diré: ¡Feliz Navidad! Simétrica o asimétrica, que igual da.

QOSHE - Navidad asimétrica - Julio Fajardo Sánchez
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Navidad asimétrica

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24.12.2023

La primera vez que llegué a Barcelona fue en diciembre de 1959. Era la semana anterior a Navidad y las calles estaban iluminadas. En la plaza de Cataluña había altavoces y se escuchaban villancicos en catalán. Yo tenía 17 años. Íbamos rumbo a Munich donde todo estaba cubierto de nieve.

El día de Nochebuena fuimos a la misa del gallo en un iglesia de Leopoldstrasse. Había un coro cantando motetes en alemán que me puso los pelos de punta. Estaba empezando a conocer a Europa y a eso que ahora llaman la España asimétrica. Estábamos en un hotel de las ramblas donde nos racionaban el agua caliente. La dueña nos decía que nos enfermaríamos con tanta ducha. En la recepción había un cartel anunciando clases de español, y ella se sentaba en la salita leyéndole una novela rosa, con un fuerte acento catalán, a un joven inglés.

Luego bajé a un bar donde me........

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