Por Belarmino Peña Díaz*. Corría el año 1506 cuando nació en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, un niño al que bautizaron como Alonso Luis. Hasta ahí, nada novedoso, salvo por el hecho de que su abuelo había fundado la ciudad hacía diez años, una vez concluida en 1496 la conquista de Canarias, iniciada un siglo antes. El infante se apellidaba Fernández de Lugo, y su abuelo paterno había sido el I Adelantado de Canarias. Por parte de madre, el muchacho también iba bien surtido en lo que a abolengo se refiere. Su abuela materna fue Beatriz de Bobadilla, aquella mujer de mítica belleza de la que cuentan las lenguas viperinas que pasó de ser una de las principales damas de compañía de la corte de Isabel la Católica a verse desterrada por ésta a la isla de La Gomera, por los celos de la soberana, obligándola a casarse con el señor de aquellas tierras, el posteriormente degollado Hernán Peraza el Joven. Los rumores palaciegos decían que el Rey Fernando II de Aragón, muy dado a impartir clases de geografía conquense a las cortesanas, se había fijado en la dama en cuestión, y la recelosa reina decidió enviarla a la parte del mundo conocido más lejana que había en los dominios de la Corona de Castilla. Pero volvamos a hablar de Alonso Luis. Como apoderado de su padre, Pedro Fernández de Lugo, II Adelantado de Canarias, había obtenido del Emperador Carlos V, los derechos de conquista de las regiones de la actual Colombia por las que discurre el río Magdalena, tras ganarle un pleito al también conquistador y fundador de Santa Fé de Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada. Vestigios de aquel corto, pero intenso paso por esas tierras, están la pequeña ciudad de Tenerife o la conquista del valle de Ibagué. Aunque por lo que realmente pasó a la historia el III Adelantado de Canarias, fue por su ambición desmedida y acciones delincuenciales. Fue acusado de llevar a cabo todos los delitos económicos posibles en un representante de la Corona. Robó en tierras neogranadinas cuanto oro y esmeraldas pudo, no respetando el quinto real. Abusó de los poderes de representación que le había otorgado el padre hasta el extremo de saquear al resto de españoles, incluidas las pagas a la tropa. Y, como colofón, puso a todas las naciones indias en contra de los castellanos, ya que tampoco respetó la orden tajante que le había dado el Emperador en sus capitulaciones: no violentar a los nativos para mantener los pactos intactos. Cuentan que se apropió de la mayor esmeralda que se había encontrado por aquellos tiempos, llamada “El Espejuelo”, y que jamás ha vuelto a ser hallada. El Consejo de Indias dictó una requisitoria de búsqueda y captura contra el prevaricador tinerfeño, quien años antes había llegado a ser nombrado Gobernador de Nueva Granada. Había caído en desgracia y su fama se perdería en las nieblas del tiempo. La historia del pícaro terminó de manera muy singular. Tras obtener de la Corona una capitulación que le confería los derechos de conquista de la imaginaria Isla de San Borondón, acabó sus días como todo buen prófugo de la justicia que se precie: exiliado en Gante, en la actual Bélgica, ese paraíso delincuencial con un ordenamiento jurídico cenagoso, apto para los que quieren burlar la ley. Con su muerte terminó la corta, pero intensa, única saga conquistadora canaria en América. En pocos casos como este, se hace valer el viejo refrán popular que reza: “Padre comerciante, hijo caballero, nieto pordiosero”.

*Abogado

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Un buen chisme y un caso histórico de corrupción

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07.04.2024

Por Belarmino Peña Díaz*. Corría el año 1506 cuando nació en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, un niño al que bautizaron como Alonso Luis. Hasta ahí, nada novedoso, salvo por el hecho de que su abuelo había fundado la ciudad hacía diez años, una vez concluida en 1496 la conquista de Canarias, iniciada un siglo antes. El infante se apellidaba Fernández de Lugo, y su abuelo paterno había sido el I Adelantado de Canarias. Por parte de madre, el muchacho también iba bien surtido en lo que a abolengo se refiere. Su abuela materna fue Beatriz de Bobadilla, aquella mujer de mítica belleza de la que cuentan las lenguas viperinas que pasó de ser una de las principales damas de compañía de la corte de Isabel la Católica a verse desterrada por ésta a la isla de La Gomera, por los celos de la soberana, obligándola a casarse con el señor de........

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