Foto: Enrique González (Enro)/ Cubadebate.

Discurso pronunciado al recibir el Premio Nacional de Periodismo "José Martí" por la Obra de la Vida.

Querido amigo, hermano Miguel, querido Presidente, queridos compañeros de la Presidencia, Ronquillo y demás entrañables de la UPEC, Randy que tanto me consientes, compañeros y amigos queridísimos, amores que me acompañan:

Dos colegas de distintas generaciones me preguntaron, cada uno a su modo, sobre el significado de este premio y a los dos les respondí, pero sin explicar todas las lágrimas que se salieron solas, mientras Maribel Acosta leía el hermoso fallo del jurado.

Hoy tengo el deber de hacerlo. José Martí es el intelectual que más profundamente caló en mis sentimientos desde que siendo una niña aprendí de memoria, y sin ningún esfuerzo, algunos textos suyos que con el tiempo me llevaron a otros, todos hondos, tiernos, emocionantes. Desde los Versos Sencillos hasta Nuestra América, ensayo estremecedor y deslumbrante. Desde la Edad de Oro hasta la Carta inconclusa a Manuel Mercado y su misterioso mensaje final: “hay afectos de tan delicada honestidad”.

Es tanto lo que me deleita Martí que una edición de sus Obras Escogidas, del año del Centenario, herencia entrañable de un maestro martiano: mi tío político Mario Castro, va conmigo a todas partes en un librito pequeño, de carátula gastada por el abusivo manoseo de sus hojas de papel biblia. Por cierto, más de una colega que me ha visto con el libro en el equipaje o sobre la mesa de noche de algún hotel de viaje, ha creído que lo que cargo es una Biblia. Yo les digo: sí, es mi Biblia. Es Martí.

Sólo Martí y García Márquez han podido sacarme de los episodios de baja creativa que más de una vez me han asaltado a lo largo de 42 años de ejercicio periodístico. Los leo y la inspiración brota. Ya puedo escribir, como decía el Apóstol en la carta que interrumpió la muerte aquel fatídico 19 de mayo de 1895.

Los que vivimos la desafiante década del 90 del pasado siglo en Juventud Rebelde sintiéndonos como una familia de miembros diversos en todos los sentidos, que dormíamos apenas par de horas, apiñados todos en la única oficina que nos quedó con aire acondicionado, llevábamos en sangre un amor por el periódico sólo comparable al de Martí por Patria.

Como él, nos apasionamos por la revisión de las pruebas de plana y hasta por empaquetar y distribuir los periódicos en los días y las horas en que otros de nuestras mismas edades descansaban o fiestaban. El semanario era la fiesta. Y leernos y criticarnos unos a los otros, nuestra propia “fiebre del sábado por la noche”.

Allí tuvimos a Fidel una noche entera de septiembre de 1990. Venía a informarnos, con el respeto y cariño de colega que jamás dudó en mostrarnos, la medida del Período Especial que afectaría a los periódicos. Juventud Rebelde sería semanario y tendría menos páginas. Por el prestigioso DDT, renunciaríamos a la contraportada. Pero esa decisión, como la de salir en domingo y ajustar los contenidos, fue de nuestro colectivo y llegó después.

La mitad del personal sería reubicada en medios como la radio o la televisión, pero “jamás dejarán de atenderlos, porque van a volver”, orientó Fidel al entonces director del diario Bruno Rodríguez, nuestro actual canciller y al resto del equipo de dirección que no daba crédito a los planes que Fidel nos dibujaba en un sobre amarillo que aún debe conservarse, mientras fuera de nuestras fronteras el campo socialista comenzaba a esfumarse.

Aquella noche, Fidel nos regaló una de sus legendarias profecías: “Cinco años, si resistimos cinco años, remontamos esta crisis”. José Luis Rodríguez ha escrito y explicado bastante sobre los modos en que se consiguió cumplir el vaticinio. En 1994 se detuvo la caída.

Me he permitido este recuento porque mi pasión por el periodismo nació en Juventud Rebelde. Leyéndolo primero y haciéndolo después. Ese fue mi segundo hogar y mi mayor escuela.

Como ya dije, al recibir la noticia del premio en quien primero pensé fue en mis colegas que lo merecen antes. En los que murieron sin recibirlo como Guillermo Cabrera Álvarez o Ricardo Sáenz Padrón y en los que están vivos y no mencionaré porque la lista es larga y comienza en mi natal Guantánamo.

Con perdón de ellos, me permito tres excepciones: Tunal Páez, quien se negó por modestia auténtica a ser nominado mientras dirigió la UPEC, Pablo Soroa, que me cedió la corresponsalía y me enseñó tanto como me deslumbró con su enciclopédico conocimiento e Hilda Pupo Salazar, holguinera, compañera de aula y de cuarto en la Universidad de Oriente, quien lucha hace muchos años contra una cruel ataxia sin dejar de ejercer ni de pelear por Cuba.

Permítanme compartir este Premio con ellos, con ustedes, todos los que saben que les tocaba primero.

Compañeros:

No voy a hacer cronología, no hay tiempo y no hace falta. Sólo diré que agradezco profundamente a cuantos creyeron en mis posibilidades más que yo misma y me obligaron a crecer. Pienso otra vez en el Juventud Rebelde que me acogió recién graduada y el que dejé con tristeza un día, nostálgica por el sofá de la directora, donde cabían tantos que mandaban más que yo, a través de mí. Casi todo lo bueno que pude hacer allí tiene un empujón de aquella puerta que nunca pude ni quise cerrar.

El desafío comercial en Opciones, Haciendo Radio en Rebelde, la Globalización en El Economista, el Tercer Mundo en Tricontinental, las elevadas exigencias de la Mesa Redonda, el mundo digital de Cubadebate y ahora en Ideas Multimedios, la pelea radial por la libertad de los Cinco con Una luz en lo oscuro; Nuestro Norte en Telesur y nuestro Sur en Al Mayadeen; libros, documentales y podcast…en todas partes aprendí algo y entregué lo que podía. Como Martí al descender del bote en Playitas de Cajobabo, “sólo la luz es comparable a mi felicidad” cuando pienso en el Periodismo.

Pero, ¿de qué vale mi felicidad si no sirve para hacer la de otros? ¿Cuán útil al país, cuán ilustrativo de la época es lo que hacemos?

Patria, el periódico fundado por Martí este día de 1892 tiene claves que no envejecen. “Nace este periódico -escribió el Apóstol- a la hora del peligro, para velar por la libertad, para contribuir a que sus fuerzas sean invencibles por la unión, y para evitar que el enemigo nos vuelva a vencer por nuestro desorden”.

“La hora del peligro” sigue siendo. Y el periodismo ha vuelto a ser llamado a filas por nuestra propia conciencia.

Entiendo claramente que no todo puede ser batalla contra lo que nos viene encima, desde afuera, porque la victoria afuera depende mucho de cuanto avancemos dentro. Pero no olvidemos lo que Martí escribió en Patria para la hora del peligro:

“…la prensa es otra cuando se tiene enfrente el enemigo. Entonces, en voz baja se pasa la señal. Lo que el enemigo ha de oír, no es más que la voz de ataque. Eso es Patria en la prensa. Es un soldado. Para el adversario mismo será parco de respuestas, y en vano se le querrá atraer a escaramuzas inútiles, porque cada línea de los periódicos de la libertad es indispensable para fundarla; aun el adversario hallará en nosotros más bálsamo que acero. El arma es para herir, y la palabra para curar las heridas […]”.

Perdonen si me tomo demasiado a pecho el compromiso. El enemigo, evalentonado y vil, está apostando todo a la hora final de la Revolución cubana. Sabe que sólo la desunión podrá romper la fortaleza y apuesta a eso. Sus mentiras apuntan a fracturar, a dividir, a sembrar la inseguridad y el caos.

Asumo responsablemente el riesgo de echar la pelea por la verdad, con la misma pasión con la que peleo, critico, confronto todo lo que me resulta incompatible con la justicia social que es santo y seña de la Revolución que aprendí a amar y a defender en el humilde barrio de la entrada de Tiguabos donde me crié, mientras mi abuelo isleño, casi analfabeto, me enseñaba las primeras letras, escribiendo con un bejuco sobre la tierra seca del patio, para cuando mi madre me enseñara a amar los libros por encima de cualquier otra propiedad sobre la tierra.

Me reconozco en esos recuerdos de hace 60 años, como en las imágenes que ahora mismo muestran a otras niñas, al pie de otros abuelos, pero no aprendiendo a escribir, sino huyendo de las bombas de Netanyahu y su ejército sionista. Si no fue ese mi destino no fue por bondad de los agresores -viví todas las tensiones de la Guerra Fría- sino por el coraje y la resistencia de muchas generaciones. Así siga siendo.

Permítanme terminar con un fragmento de mi texto favorito de José Martí:

“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas en la almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra. No hay proa que taje una nube de ideas”.

En mi personal entendimiento de esa idea, descansa mi personal compromiso con el Periodismo.

Muchas gracias.

QOSHE - Asumo responsablemente el riesgo de echar la pelea por la verdad - Arleen Rodríguez Derivet
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Asumo responsablemente el riesgo de echar la pelea por la verdad

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15.03.2024

Foto: Enrique González (Enro)/ Cubadebate.

Discurso pronunciado al recibir el Premio Nacional de Periodismo "José Martí" por la Obra de la Vida.

Querido amigo, hermano Miguel, querido Presidente, queridos compañeros de la Presidencia, Ronquillo y demás entrañables de la UPEC, Randy que tanto me consientes, compañeros y amigos queridísimos, amores que me acompañan:

Dos colegas de distintas generaciones me preguntaron, cada uno a su modo, sobre el significado de este premio y a los dos les respondí, pero sin explicar todas las lágrimas que se salieron solas, mientras Maribel Acosta leía el hermoso fallo del jurado.

Hoy tengo el deber de hacerlo. José Martí es el intelectual que más profundamente caló en mis sentimientos desde que siendo una niña aprendí de memoria, y sin ningún esfuerzo, algunos textos suyos que con el tiempo me llevaron a otros, todos hondos, tiernos, emocionantes. Desde los Versos Sencillos hasta Nuestra América, ensayo estremecedor y deslumbrante. Desde la Edad de Oro hasta la Carta inconclusa a Manuel Mercado y su misterioso mensaje final: “hay afectos de tan delicada honestidad”.

Es tanto lo que me deleita Martí que una edición de sus Obras Escogidas, del año del Centenario, herencia entrañable de un maestro martiano: mi tío político Mario Castro, va conmigo a todas partes en un librito pequeño, de carátula gastada por el abusivo manoseo de sus hojas de papel biblia. Por cierto, más de una colega que me ha visto con el libro en el equipaje o sobre la mesa de noche de algún hotel de viaje, ha creído que lo que cargo es una Biblia. Yo les digo: sí, es mi Biblia. Es Martí.

Sólo Martí y García Márquez han podido sacarme de los episodios de baja creativa que más de una vez me han asaltado a lo largo de 42 años de ejercicio periodístico. Los leo y la inspiración brota. Ya puedo escribir, como decía el Apóstol en la carta que interrumpió la muerte aquel fatídico 19 de mayo de 1895.

Los que vivimos la desafiante década del 90 del pasado siglo en Juventud Rebelde sintiéndonos como una familia de miembros diversos en todos los sentidos, que dormíamos apenas par de horas, apiñados todos en la única oficina que nos quedó con aire acondicionado, llevábamos en sangre un amor por el periódico sólo comparable al de Martí por Patria.

Como él, nos apasionamos por la revisión de las........

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