Por qué una escuela filosófica de más de veinte siglos de antigüedad de pronto ha calzado tan bien con nuestra era de redes sociales y desvinculación del compromiso con lo público. Columna de opinión para CIPER.


El género de la autoayuda no deja de ser súperventas. El libro Hábitos atómicos, por ejemplo, aparece hace más de tres años en el ránking de los más vendidos en librerías chilenas que semanalmente publica El Mercurio. Su promesa en contraportada es ambiciosa: «Esta guía pone al descubierto las fuerzas ocultas que moldean nuestro comportamiento —desde nuestra mentalidad, pasando por el ambiente y hasta la genética— y nos demuestra cómo aplicar cada cambio a nuestra vida y a nuestro trabajo. Después de leer este libro, tendrás un método sencillo para desarrollar un sistema eficaz que te conducirá al éxito.»

La autoayuda tiene su mérito, y quizás no deba sorprendernos sus buenos resultados editoriales. Es lectura liviana para contenidos de fácil aplicación y alcance masivo. Pero lo que sí parece sorprendente es cómo a la categoría se ha sumado en el último tiempo una tradición filosófica de larga data y complejos principios: el estoicismo. La escuela fundada en Atenas hacia el siglo III a. C. —y registrada en valiosos escritos de Séneca, Marco Aurelio y Epícteto, entre otros autores— nutre hoy todo tipo de libros, TikToks, canales de YouTube y podcasts. Las etiquetas #soyestoico #moralestoica y #estoicismomoderno circulan asociadas a esta creciente oferta. Además, en prensa extranjera se encuentran diferentes tipos de análisis en torno a cómo y por qué tan singular moda encuentra eco en nuestra era de redes sociales.

En pos de la accesibilidad, quien divulga contenido de autoayuda ejerce de simplificador, justo en el límite del lugar común. Debe, de algún modo, ahorrarle la lectura de textos complejos a quienes manifiesten curiosidad sobre determinados contenidos. En otras palabras: para qué leer La República, de Cicerón, o las Meditaciones, de Marco Aurelio, si a cambio se nos ofrece La disciplina marcará tu destino (parte de la serie de libros de «4 virtudes estoicas», del autor Ryan Holiday) o Invicto. Logra más, sufre menos, de Marcos Velásquez). De hecho, desde hace un tiempo, los libros de divulgación de estoicismo se cuelan ya en publicaciones especializadas para deportistas o del tipo wellness.

Incluso más: para qué leer, si se puede ver un video breve. Tenemos, así, la aparición del estoicismo como contenido de influencers con cientos de miles de seguidores: personajes como el millonario español Amadeo Llados, el flamante campeón de MMA Ilia Topuria, el orador motivacional Bryan Tracy, hasta el chileno Benjamín Lagos (conocido por participar en el reality ”Gran Hermano”) suelen ser vinculados —por ellos mismos y otros— con el estoicismo, gracias a sus consejos de vida orientados a la autoexigencia, el triunfo y el desprecio por la debilidad.

Este auge del estoicismo ha producido una completa distorsión de la doctrina clásica. Así, hoy cualquier persona que promueva la autodisciplina, el esfuerzo, la confianza personal o hábitos saludables puede ser tildada de estoica. No pretendo decir que estas figuras promuevan cosas negativas; de hecho, probablemente inspiran a millones de personas a realizar cambios favorables para sus vidas. Aún así, lo que la mayoría de los influencers contemporáneos consideran estoicismo está lejos de la verdadera esencia de esta filosofía, como puede verse en la extrema simplificación del video «7 hábitos que mantienen a los hombres débiles», donde se habla del estoicismo hasta como modelo para abandonar los videojuegos (en chileno: para parecer más inteligente).

En realidad, el estoicismo es una corriente filosófica que abarca una amplia gama de pensadores, cada uno con sus propias perspectivas y enfoques [DOMÍNGUEZ VALDÉS 2024].En su monumental Política y perspectiva, Sheldon Wolin afirma que los estoicos, especialmente los epicúreos y cínicos (distinción que poco se hace en la autoayuda estoica), cuestionaban la virtud de la asociación política y la virtud del individuo, si bien tampoco se contentaban con la pura búsqueda de riquezas ni el mero entrenamiento físico,en pos de la moderación y la excelencia.

El estoicismo poco tiene que ver con acciones del mundo contemporáneo tales como salir a correr para practicar la resiliencia, ir al gimnasio cinco días a la semana, reducir nuestro círculo social, evitar las fiestas en pos de la «autosuperación» o dejar la masturbación hasta que no se tenga una relación con una supermodelo, que son varios de los consejos que se encuentran entre este nuevo tipo de influencers neoestoicos. Si bien estos «creadores de contenido» han identificado la sospecha que algunos estoicos tenían hacia la vida política, la aplicación práctica de su mensaje ha errado en el foco. Olvidan que, más que la autoexigencia, personajes como Séneca o Epicteto buscaban utilizar los conocimientos que adquirieron con esfuerzo y dedicación para que otros pudieran aprender y transformarse en buenos ciudadanos.

Probablemente la nueva generación de «estoicos» recorra nuestras ciudades con cuerpos estéticamente cuidados, escuchando podcast de superación personal para aprovechar mejor su tiempo o invirtiendo en ETFs para dejar de ser un trabajador dependiente. Y qué bien por ellos. El problema radica en que, a largo plazo y debido a la falta de interés en los asuntos públicos, otros individuos estarán manipulando las instituciones del país a su antojo. Este nuevo hedonismo disfrazado de estoicismo es el fiel reflejo de lo observado hace ya casi doscientos años por el pensador francés Alexis de Tocqueville: «Veo a una muchedumbre de seres humanos semejantes e iguales que giran sin descanso en torno a ellos mismo para procurarse placeres insignificantes y vulgares con los que llenar su alma […] Por encima de ellos se alza un poder inmenso y tutelar que se encarga de él solo de asegurar sus esparcimientos y de velar por su suerte».

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Estoicismo barato con zapatillas de running

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11.04.2024

Por qué una escuela filosófica de más de veinte siglos de antigüedad de pronto ha calzado tan bien con nuestra era de redes sociales y desvinculación del compromiso con lo público. Columna de opinión para CIPER.


El género de la autoayuda no deja de ser súperventas. El libro Hábitos atómicos, por ejemplo, aparece hace más de tres años en el ránking de los más vendidos en librerías chilenas que semanalmente publica El Mercurio. Su promesa en contraportada es ambiciosa: «Esta guía pone al descubierto las fuerzas ocultas que moldean nuestro comportamiento —desde nuestra mentalidad, pasando por el ambiente y hasta la genética— y nos demuestra cómo aplicar cada cambio a nuestra vida y a nuestro trabajo. Después de leer este libro, tendrás un método sencillo para desarrollar un sistema eficaz que te conducirá al éxito.»

La autoayuda tiene su mérito, y quizás no deba sorprendernos sus buenos resultados editoriales. Es lectura liviana para contenidos de fácil aplicación y alcance masivo. Pero lo que sí parece sorprendente es cómo a la categoría se ha sumado en el último tiempo una tradición filosófica de larga data y complejos principios: el estoicismo. La escuela fundada en Atenas hacia el siglo III a. C. —y registrada en valiosos escritos de Séneca, Marco Aurelio y Epícteto, entre otros autores— nutre hoy todo tipo de libros, TikToks, canales de YouTube y podcasts. Las etiquetas #soyestoico #moralestoica y #estoicismomoderno circulan asociadas a esta creciente oferta. Además, en prensa........

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