Llamémoslo Italian Job [trabajo italiano, título de una película de 2003]. Dos ex primeros ministros de Italia están en misiones separadas con el mismo objetivo: reactivar la competitividad de la UE. Mario Draghi y Enrico Letta recorren el continente reuniéndose con empresarios, burócratas y banqueros. Pero, para tener alguna posibilidad de éxito, deberán convencer a los ciudadanos europeos de que un bloque renovado puede trabajar en su beneficio.

Pese a todos los lamentos sobre la falta de competitividad de Europa, ese déficit es difícil de discernir en los datos económicos. El PIB per cápita de la UE es un 30% inferior al de EE UU, medido en paridad de poder adquisitivo. Pero eso se debe en parte a que los europeos trabajan menos horas que los estadounidenses, y la diferencia se mantiene estable. Tampoco es evidente que la UE esté rezagada en comercio. En la última década, ha mantenido un superávit colectivo por cuenta corriente con el resto del mundo de más del 2% del PIB, excepto en 2022, tras la invasión de Ucrania. Además, los europeos viven más tiempo.

Europa, sin embargo, afronta enormes retos exteriores. Cuando la UE puso en marcha su mercado único en 1993, reduciendo las barreras al comercio, la circulación de trabajadores y los flujos de capital en todo el continente, seguía la ortodoxia imperante del libre mercado. Tres décadas después, el mundo es muy distinto. EE UU ha desplegado aranceles y sanciones para restringir el comercio transfronterizo. Las tensiones con China, la pandemia y las secuelas de la guerra de Ucrania han llevado a Gobiernos y empresas a reconsiderar las cadenas de suministro mundiales. Este cambio afecta a una economía abierta como la UE más que a otras.

La energía es un punto especialmente débil. El ataque ruso a Ucrania puso de manifiesto la dependencia europea del gas importado. Aunque el bloque ha recurrido rápidamente a otros proveedores de hidrocarburos, la convulsión ha disparado el precio de la energía, lo cual ha impulsado a los grupos industriales a trasladar la producción a otros lugares. Aunque la crisis ha estimulado la inversión en renovables, esta transición llevará décadas.

Los empresarios europeos también están preocupados por la dependencia tecnológica del continente. Los semiconductores más avanzados proceden de Asia, sobre todo de Taiwán. Pese a los esfuerzos de la Comisión Europea por regular y frenar a los gigantes tecnológicos, Microsoft, Alphabet y Amazon tienen una posición dominante. “Cuando traslado datos a la nube, puedo elegir entre tres proveedores de EE UU”, afirma el CEO de un banco europeo. Los enormes recursos informáticos necesarios para la IA parecen destinados a incrustar aún más a los grandes grupos de EE UU en las empresas europeas.

Mientras, la UE está mal equipada para igualar las musculosas políticas industriales adoptadas por Washington. Joe Biden ha soltado generosas subvenciones para estimular las manufacturas de su país, impulsar la producción local de semiconductores y atraer tecnología verde. La UE carece de la capacidad fiscal coordinada necesaria para responder. Las empresas europeas se embolsan agradecidas las subvenciones de EE UU. Los dólares de inversión fluyen hacia otros lugares. El gasto de capital de las firmas europeas se redujo ligeramente entre 2015 y 2022 teniendo en cuenta la inflación, calcula el McKinsey Global Institute. En el mismo periodo, sus homólogas de EE UU aumentaron la inversión un 30%.

La carrera de subvenciones ha puesto de manifiesto los fallos del mercado único europeo. Sus arquitectos, encabezados por Jacques Delors, querían crear unas condiciones equitativas en todo el continente. Unas estrictas normas impedían a los Gobiernos ricos favorecer a las empresas locales. La UE suspendió ese régimen durante la pandemia, y le está costando reintroducirlo mientras los Estados apoyan a los proveedores de electricidad afectados por la subida de los precios del gas y conceden subvenciones a los productores de energía verde. Entre marzo de 2022 y agosto de 2023, la Comisión aprobó planes de ayudas estatales por valor de 733.000 millones de euros, según el FT. Esta cifra rivaliza con las cantidades que se gastan al otro lado del Atlántico..., pero enfrenta a los Gobiernos europeos entre sí.

A la hora de abordar los problemas de la UE, las propuestas se dividen en dos grandes categorías. La primera es desregular. Los empresarios señalan los largos procesos de aprobación necesarios para mejorar las instalaciones industriales o comercializar nuevos medicamentos. “Tenemos la industria más antigua del mundo y la más regulada”, suspira un directivo. Las normas de competencia son un problema particular. La Comisión lleva 18 meses examinando la fusión de las operaciones españolas de Orange con MásMóvil, que reduciría de cuatro a tres el número de operadores de telefonía en el país. Los ejecutivos, frustrados, señalan que China, cuya población es 30 veces mayor que la española, solo tiene tres grandes telecos.

Pero, al tiempo que se quejan de la burocracia de Bruselas, las empresas abogan por una mayor centralización de la toma de decisiones, sobre todo en materia financiera. El mercado único no ha conseguido reducir las barreras nacionales en el sector bancario, lo cual limita las posibilidades de competencia transfronteriza. Los intentos de la UE de desbloquear los flujos financieros mediante una unión de los mercados de capitales han sido un fracaso, en parte porque los Gobiernos y los reguladores nacionales no se han puesto de acuerdo.

Corresponde a los dos ex primeros ministros italianos resolver estas contradicciones. Letta debe presentar sus conclusiones en los próximos meses; las recomendaciones de Draghi llegarán a finales de año. Pero quizá su mayor reto sea encontrar la forma de entusiasmar a los votantes de la UE. En los años noventa, los líderes vendían el mercado único como una mejora de la oferta y las oportunidades para los europeos de a pie. Hoy el público es más escéptico. Los ciudadanos están preocupados por la inmigración. A las pymes les preocupan sus rivales más grandes. La concentración empresarial podría aumentar los precios para los consumidores. Los agricultores europeos protestan por las normativas ecológicas.

Los políticos se han contagiado del ambiente anti-Bruselas: Geert Wilders, cuyo Partido de la Libertad, de extrema derecha, ganó las elecciones holandesas en 2023, se presentó con un manifiesto que incluía la promesa de celebrar un referéndum sobre la pertenencia a la UE. Alternativa para Alemania y la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia, que según las encuestas obtendrán escaños en las elecciones al Parlamento Europeo de junio, tienen una vena euroescéptica.

Pero es posible que los europeos acepten los beneficios de reformar, como manera de garantizar una mayor seguridad colectiva en un mundo menos amistoso. Una política industrial renovada en toda la UE podría ayudar a crear o preservar empleos en las regiones más rezagadas. Un cambio más rápido hacia la energía verde mejoraría la calidad del aire y reduciría la dependencia del gas importado. Pero, para tener alguna posibilidad de éxito, el trabajo italiano de impulsar la competitividad tendrá que empezar por los ciudadanos de la UE.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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La tarea prioritaria de la UE es ganarse a los ciudadanos

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12.02.2024

Llamémoslo Italian Job [trabajo italiano, título de una película de 2003]. Dos ex primeros ministros de Italia están en misiones separadas con el mismo objetivo: reactivar la competitividad de la UE. Mario Draghi y Enrico Letta recorren el continente reuniéndose con empresarios, burócratas y banqueros. Pero, para tener alguna posibilidad de éxito, deberán convencer a los ciudadanos europeos de que un bloque renovado puede trabajar en su beneficio.

Pese a todos los lamentos sobre la falta de competitividad de Europa, ese déficit es difícil de discernir en los datos económicos. El PIB per cápita de la UE es un 30% inferior al de EE UU, medido en paridad de poder adquisitivo. Pero eso se debe en parte a que los europeos trabajan menos horas que los estadounidenses, y la diferencia se mantiene estable. Tampoco es evidente que la UE esté rezagada en comercio. En la última década, ha mantenido un superávit colectivo por cuenta corriente con el resto del mundo de más del 2% del PIB, excepto en 2022, tras la invasión de Ucrania. Además, los europeos viven más tiempo.

Europa, sin embargo, afronta enormes retos exteriores. Cuando la UE puso en marcha su mercado único en 1993, reduciendo las barreras al comercio, la circulación de trabajadores y los flujos de capital en todo el continente, seguía la ortodoxia imperante del libre mercado. Tres décadas después, el mundo es muy distinto. EE UU ha desplegado aranceles y sanciones para restringir el comercio transfronterizo. Las tensiones con China, la pandemia y las secuelas de la guerra de Ucrania han llevado a Gobiernos y empresas a reconsiderar las cadenas de suministro mundiales. Este cambio afecta a una economía abierta como la UE más que a otras.

La energía es un punto especialmente débil. El ataque ruso a Ucrania puso de manifiesto la dependencia europea del gas importado. Aunque el bloque ha recurrido rápidamente a otros proveedores de hidrocarburos, la........

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